ENERO 2018
Índice:
DESTINO
A MIRIAM
PÉRFIDA
REINO NUEVO
EN MI ABISMO
FINAL
RUPTURA
CALCETINES
PASADOS GRISES
BODA
RENDIDA
DESTINO
A MIRIAM
PÉRFIDA
REINO NUEVO
EN MI ABISMO
FINAL
RUPTURA
CALCETINES
PASADOS GRISES
BODA
RENDIDA
DESTINO
Te vas,
hacia los horizontes
de sueños negros,
que quedaron en la nada,
perdidos en el olvido,
prendidos en el agua.
Así olvidas,
la crueldad del silencio,
la sinrazón de la muerte,
el tableteo de las armas.
Nos dejas esos mediocres,
que se ahogan en la palabra,
que se regalan de brillos,
mientras se les pudre el alma.
hacia los horizontes
de sueños negros,
que quedaron en la nada,
perdidos en el olvido,
prendidos en el agua.
Así olvidas,
la crueldad del silencio,
la sinrazón de la muerte,
el tableteo de las armas.
Nos dejas esos mediocres,
que se ahogan en la palabra,
que se regalan de brillos,
mientras se les pudre el alma.
La ceguera,
el aire que no alcanza,
delante de un tiempo nuevo
que se debe al deseo,
careciendo de esperanza.
A quienes justicia,
igualdad o respeto te pedimos,
se nos agostan las ganas.
Ve adonde se disipa el tiempo,
a donde los años descansan.
Ve 2017,
cumple al fin tu destino,
que apenas te debemos nada.
el aire que no alcanza,
delante de un tiempo nuevo
que se debe al deseo,
careciendo de esperanza.
A quienes justicia,
igualdad o respeto te pedimos,
se nos agostan las ganas.
Ve adonde se disipa el tiempo,
a donde los años descansan.
Ve 2017,
cumple al fin tu destino,
que apenas te debemos nada.
A MIRIAM
Veo tu rostro suave,
con la primera luz del día,
y prendo en él mi mirada,
mientras sigues dormida.
¡Son tantos años!
Tantos sueños en esa piel,
que ahora mi mano acaricia.
Susurras y sonríes,
buscando con avaricia,
la humedad de los labios,
la fuerza de los abrazos,
el roce de las pieles
para sentirlas vivas.
Se desvanece el tiempo
mientras nos crece la vida.
con la primera luz del día,
y prendo en él mi mirada,
mientras sigues dormida.
¡Son tantos años!
Tantos sueños en esa piel,
que ahora mi mano acaricia.
Susurras y sonríes,
buscando con avaricia,
la humedad de los labios,
la fuerza de los abrazos,
el roce de las pieles
para sentirlas vivas.
Se desvanece el tiempo
mientras nos crece la vida.
No importa si hoy,
si ayer o mañana,
solo lo que creamos
y el silencio que espera,
al doblar de cada esquina.
El paso largo del tiempo,
la extensa senda recorrida,
que no habremos de olvidar,
sino seguir porque sabemos,
hay felicidad más arriba.
Cogete de mi mano
y deja de la mía
tu mirada prendida,
para leer un mensaje sincero:
¡Feliz cumpleaños!
¡Te quiero, mi vida!
si ayer o mañana,
solo lo que creamos
y el silencio que espera,
al doblar de cada esquina.
El paso largo del tiempo,
la extensa senda recorrida,
que no habremos de olvidar,
sino seguir porque sabemos,
hay felicidad más arriba.
Cogete de mi mano
y deja de la mía
tu mirada prendida,
para leer un mensaje sincero:
¡Feliz cumpleaños!
¡Te quiero, mi vida!
PÉRFIDA
Erase una vez, en un país muy lejano, una Bruja Buena que odiaba a la Pérfida Princesa.
Un día, Princesa, haciendo abuso de su poder, encadenó a un pobre joven al que, Pérfida como era, sometió a toda clase de prácticas carnales en contra de su voluntad.
Enterada Bruja Buena, liberó al desdichado y lo puso bajo su protección. Después elaboró un bebedizo que coló durante la cena en la copa de Pérfida que, a consecuencia de ello, se enamoró locamente del joven. Se casó con él y lo convirtió en Rey. Entonces él, que había quedado marcado por los abusos de Princesa, la ató a la cama y la encerró en sus aposentos bajo puerta de hierro y llave que siempre llevaba consigo.
Sucedió que, otro día, Rey salió a navegar al lago donde vivía Terrible Monstruo que, despertado de su sueño por el uso de la magia que había hecho Bruja Buena, atacó la nave real tragándose a todos sus ocupantes.
Se dice en aquellas tierras que en las heladoras noches de intensa niebla, todavía hoy pueden oirse los gritos desesperados de Pérfida Princesa
Un día, Princesa, haciendo abuso de su poder, encadenó a un pobre joven al que, Pérfida como era, sometió a toda clase de prácticas carnales en contra de su voluntad.
Enterada Bruja Buena, liberó al desdichado y lo puso bajo su protección. Después elaboró un bebedizo que coló durante la cena en la copa de Pérfida que, a consecuencia de ello, se enamoró locamente del joven. Se casó con él y lo convirtió en Rey. Entonces él, que había quedado marcado por los abusos de Princesa, la ató a la cama y la encerró en sus aposentos bajo puerta de hierro y llave que siempre llevaba consigo.
Sucedió que, otro día, Rey salió a navegar al lago donde vivía Terrible Monstruo que, despertado de su sueño por el uso de la magia que había hecho Bruja Buena, atacó la nave real tragándose a todos sus ocupantes.
Se dice en aquellas tierras que en las heladoras noches de intensa niebla, todavía hoy pueden oirse los gritos desesperados de Pérfida Princesa
REINO NUEVO
La magia del bosque,
impasible al paso del tiempo,
permanecía en aquell ugar del que surgía la leyenda ancestral.
Caía la tarde y comenzaban a brillar ya los fuegos rituales a la vez que el cuerno ceremonial convocaba a todos los habitantes del lugar. Como cada año al inicio del otoño, se celebraba el Rito del Rey en busca de la mano que habría de liberar a la Espada de su prisión de piedra y blandirla para aunar a todos los clanes bajo su hechizo. En ella residía el poder de la Magia, de la Nturaleza y los espíritus de la Luz. Pero víctima de su prisión, pertenecía al entorno y, por tanto, estaba bajo la protección del Príncipe del Bosque. Quien quisiera hacerse con sus poderes, debería primero vencer a su protector. Era el momento de intentarlo.
Llegó la noche. Sonaba de nuevo el cuerno ceremonial y entre las ramas podía verse el resplandor del fuego ritual. El sonido y la luz influía en los dos seres. A uno le infundía valor y a otro desesperación y, aunque sus caminos eran distantes, su meta era la misma. Corrían por senderos siguiendo el rumor del agua, mientras las ramas y espinas les arañaban la piel. El corazón les latía alocadamente en sus pechos y la ansiedad les hacía incrementar el ritmo de sus carreras. Sabían ambos que el final sería la lucha. Enfrentarse uno al otro bajo la mirada de los árboles y de las criaturas del bosque.
Así alcanzaron el claro del Viejo Roble. Cada uno por un lado. Uno frente al otro. Se miraron fijamente. Allí se desarrollaría la lucha. ¿Pero por qué? El joven centró su mirada en los ojos del Gran Ciervo. No vio reto en ellos. Tan solo una mirada cansada, resignada a algo que habría de suceder y que iba más allá de su propia condición. Él representaba a las criaturas del bosque y tenía que defenderlas frente a la amenaza que suponía para ellas el ser que lo enfrentaba. No había en ello razonamiento alguno, solo instinto y en ese momento, su instinto no percibía, por primera vez, una amenaza. El muchacho, sin apartar los ojos de su oponente, prestó atención a los sonidos que lo rodeaban. Un silencio total fue lo que percibió. Pero un silencio calmado, sin amenaza, diría que espectante. Podía sentir el latir de su corazón y, más allá, también el del Gran Ciervo que lo observaba. Vió nobleza en aquella mirada y no pudo dejar de lado el mensaje. Se desprendió de la corona de hojas que adornaba su cabeza y las pieles que cubrían su torso. Dejó caer el puñal ofreciendo su cuerpo relajado al animal. Este alzó la cabeza coronada por la imponente cornamenta y avanzó lentamente hasta rozarle el pecho con su hocico. Extendió la mano y acarició la testuz del animal. El bosque, silencioso hasta ese momento, estalló en una sinfonía de sonidos emitidos por los seres que lo habitaban, por el agua, por el aire... Fue la aceptación de la unión de los poderes que ambos, desde aquel momento compartían.
Caminaron uno al lado de otro hacia los fuegos rituales. Si quienes allí se encontraban se sintieron extrañados al ver avanzar firme hacia ellos la majestuosa cornamenta, mayor fue su sorpresa al ver aparecer juntos al joven y al Gran Ciervo caminando en armonía. El Mago y la Gran Sacerdotisa se miraron asombrados. A sus recuerdos no acudía ninguna ocasión en que hubiese sucedido algo semejante. El Mago dejó caer la sierra de oro que hubiese servido para cortar la cornamenta del Gran Ciervo y la Sacerdotisa lo hizo con el cuchillo, también de oro, que habría abierto la carne del joven para unir las sangres y, con ellas, los poderes de la Magia y la Naturaleza. Los dos objetos chocaron en el suelo y de ellos se elevó un rayo de energía anarajado que fue contestado con el aullido lejano del Señor de la Sombra más allá de la Marca Ocre que delimitaba las tierras habitadas.
Al oir el grito, el Gran Ciervo comenzó a andar, acompañado del joven, en dirección a la roca que mantenía prisionera la espada. Tras ellos, encabezando la comitiva, el Mago, la Gran Sacerdotisa y la joven virgen que debería ser entregada como ofrenda para honrar a la Madre Naturaleza, al vencedor de la lucha. Tras ellos, todo el pueblo.
Allí estaba la roca. En ella, como había sido durante siglos, la espada incrustada casi hasta la empuñadura. A su alrededor reinaba el silencio. Un resplandor azulado surgía de la herida de la piedra iluminando la propia espada, la roca y todo el entorno. El Gran Ciervo se colocó tras la roca. El joven lo hizo de frente. Rodeó la empuñadura con la mano y estiró de ella. La espada se deslizó suavemente siguiendo el movimineto de tracción hasta quedar totalmente liberada su hoja. La piedra se apagó y un rayo de luz azul se elevó hacia los cielos. Por segunda vez en la noche, el bosque estalló en una sinfonía de sonidos acompañada, esta vez, por el clamor de todo el pueblo que vitoreaba al joven convertido en héroe. El griterío y la euforia tapó el rugido cargado de fustración y odio que, al apagarse la brillante luz azul de la espada, surgió de las lejanas montañas.
Ante el pueblo arrodillado, el joven, dominado por la fuerza de la espada, cortó la cuerda tejida con oro que sujetaba las muñecas de la virgen ofrendada, liberandola así de su destino. Luego subió al lomo del Gran Ciervo, tomó la mano de la chica, la ayudó a subir colocándola delante de él y los tres se adentraron entre la espesura del bosque. De aquella noche surgía un Reino Nuevo que uniría bajo un solo ser los poderes de la Naturaleza y de la Magia. Una nueva era comenzaba.
Llegó la noche. Sonaba de nuevo el cuerno ceremonial y entre las ramas podía verse el resplandor del fuego ritual. El sonido y la luz influía en los dos seres. A uno le infundía valor y a otro desesperación y, aunque sus caminos eran distantes, su meta era la misma. Corrían por senderos siguiendo el rumor del agua, mientras las ramas y espinas les arañaban la piel. El corazón les latía alocadamente en sus pechos y la ansiedad les hacía incrementar el ritmo de sus carreras. Sabían ambos que el final sería la lucha. Enfrentarse uno al otro bajo la mirada de los árboles y de las criaturas del bosque.
Así alcanzaron el claro del Viejo Roble. Cada uno por un lado. Uno frente al otro. Se miraron fijamente. Allí se desarrollaría la lucha. ¿Pero por qué? El joven centró su mirada en los ojos del Gran Ciervo. No vio reto en ellos. Tan solo una mirada cansada, resignada a algo que habría de suceder y que iba más allá de su propia condición. Él representaba a las criaturas del bosque y tenía que defenderlas frente a la amenaza que suponía para ellas el ser que lo enfrentaba. No había en ello razonamiento alguno, solo instinto y en ese momento, su instinto no percibía, por primera vez, una amenaza. El muchacho, sin apartar los ojos de su oponente, prestó atención a los sonidos que lo rodeaban. Un silencio total fue lo que percibió. Pero un silencio calmado, sin amenaza, diría que espectante. Podía sentir el latir de su corazón y, más allá, también el del Gran Ciervo que lo observaba. Vió nobleza en aquella mirada y no pudo dejar de lado el mensaje. Se desprendió de la corona de hojas que adornaba su cabeza y las pieles que cubrían su torso. Dejó caer el puñal ofreciendo su cuerpo relajado al animal. Este alzó la cabeza coronada por la imponente cornamenta y avanzó lentamente hasta rozarle el pecho con su hocico. Extendió la mano y acarició la testuz del animal. El bosque, silencioso hasta ese momento, estalló en una sinfonía de sonidos emitidos por los seres que lo habitaban, por el agua, por el aire... Fue la aceptación de la unión de los poderes que ambos, desde aquel momento compartían.
Caminaron uno al lado de otro hacia los fuegos rituales. Si quienes allí se encontraban se sintieron extrañados al ver avanzar firme hacia ellos la majestuosa cornamenta, mayor fue su sorpresa al ver aparecer juntos al joven y al Gran Ciervo caminando en armonía. El Mago y la Gran Sacerdotisa se miraron asombrados. A sus recuerdos no acudía ninguna ocasión en que hubiese sucedido algo semejante. El Mago dejó caer la sierra de oro que hubiese servido para cortar la cornamenta del Gran Ciervo y la Sacerdotisa lo hizo con el cuchillo, también de oro, que habría abierto la carne del joven para unir las sangres y, con ellas, los poderes de la Magia y la Naturaleza. Los dos objetos chocaron en el suelo y de ellos se elevó un rayo de energía anarajado que fue contestado con el aullido lejano del Señor de la Sombra más allá de la Marca Ocre que delimitaba las tierras habitadas.
Al oir el grito, el Gran Ciervo comenzó a andar, acompañado del joven, en dirección a la roca que mantenía prisionera la espada. Tras ellos, encabezando la comitiva, el Mago, la Gran Sacerdotisa y la joven virgen que debería ser entregada como ofrenda para honrar a la Madre Naturaleza, al vencedor de la lucha. Tras ellos, todo el pueblo.
Allí estaba la roca. En ella, como había sido durante siglos, la espada incrustada casi hasta la empuñadura. A su alrededor reinaba el silencio. Un resplandor azulado surgía de la herida de la piedra iluminando la propia espada, la roca y todo el entorno. El Gran Ciervo se colocó tras la roca. El joven lo hizo de frente. Rodeó la empuñadura con la mano y estiró de ella. La espada se deslizó suavemente siguiendo el movimineto de tracción hasta quedar totalmente liberada su hoja. La piedra se apagó y un rayo de luz azul se elevó hacia los cielos. Por segunda vez en la noche, el bosque estalló en una sinfonía de sonidos acompañada, esta vez, por el clamor de todo el pueblo que vitoreaba al joven convertido en héroe. El griterío y la euforia tapó el rugido cargado de fustración y odio que, al apagarse la brillante luz azul de la espada, surgió de las lejanas montañas.
Ante el pueblo arrodillado, el joven, dominado por la fuerza de la espada, cortó la cuerda tejida con oro que sujetaba las muñecas de la virgen ofrendada, liberandola así de su destino. Luego subió al lomo del Gran Ciervo, tomó la mano de la chica, la ayudó a subir colocándola delante de él y los tres se adentraron entre la espesura del bosque. De aquella noche surgía un Reino Nuevo que uniría bajo un solo ser los poderes de la Naturaleza y de la Magia. Una nueva era comenzaba.
SUSTO
Un AMIGO, en mi CASA, escuchó una CANCIÓN que reflejaba su ESTADO de ánimo. Sufrió un tremendo ESPASMO y lo llevé al hospital.
Un AMIGO, en mi CASA, escuchó una CANCIÓN que reflejaba su ESTADO de ánimo. Sufrió un tremendo ESPASMO y lo llevé al hospital.
SORPRESA
Comenzó el VIAJE con ALEGRÍA bajo un cielo AZUL pero cuando abrió el LIBRO que ella le había regalado, se le saltaron las LÁGRIMAS.
Comenzó el VIAJE con ALEGRÍA bajo un cielo AZUL pero cuando abrió el LIBRO que ella le había regalado, se le saltaron las LÁGRIMAS.
CAMBIO
Allá en su MONTAÑA era libre y VELOZ como el RAYO. Pero cambió su DESTINO. Ahora no era SALVAJE y tiraba de un carro.
Allá en su MONTAÑA era libre y VELOZ como el RAYO. Pero cambió su DESTINO. Ahora no era SALVAJE y tiraba de un carro.
TESORO
En la HERMOSA HABITACIÓN, había una PERLA BRILLANTE guardada en un CAJÓN.
En la HERMOSA HABITACIÓN, había una PERLA BRILLANTE guardada en un CAJÓN.
HARTURA
Otro día más ¡eran ya tantos!
--¡Estoy harto de LLUVIA, frío y VIENTO. Quiero SOL! -lanzó su GRITO desesperado el pobre PÁJARO, empapadas sus plumas.
Otro día más ¡eran ya tantos!
--¡Estoy harto de LLUVIA, frío y VIENTO. Quiero SOL! -lanzó su GRITO desesperado el pobre PÁJARO, empapadas sus plumas.
EN MI ABISMO
Asomado a él desde el mismo borde de mi mente, no veo si no la negrura absoluta en la que danzan las sombras profundas de mis otros yo perdidos. No son, no obstante, de este tiempo. Ni del pasado y aún menos, del futuro. Son sombras intemporales, anhelos perdidos en mi devenir humano, miedos heredados de mis ancestros, cohechos de anteriores vidas que jamás llegué a vivir.
Miro mi vacío, que está lleno de actos y causas innombrables, de sentencias perdidas, de sueños robados a quienes tuvieron, aún pensando que fueron fuertes, la desgracia de compartir alguna de mis existencias, dejándose en ellas una infinesimal parte de energía que más tarde les faltó para sobrepasar su propio abismo.
Me miran desde abajo, muy abajo, los ojos pardos de aquella que se fue dejando sus sueños prendidos de mi nula esperanza. Y me hacen sonreir. Porque nunca, a pesar de su angustioso y helado
adiós, faltaron a la cita de la necesidad, de la confianza, del empujón a la vida desde el inframundo de la no existencia. Fantasma de lágrimas amargas que me dió más vida que nadie, o que nada, cuando ya no existía.
Y desde aquí, veo los brillos de una piel canela al sol del atardecer de una primavera persiguiendo el armiño de una montaña que me canta su nombre en el crepúsculo de mis soledades. Percibo su realidad y se que, en realidad, huye de mi cercanía, de ese interés que muestro en ella y que le roba su propio existir. La veo alejarse y llevarse la luz, a la vez que crece mi soledad y la negrura a mi alrededor. Me embarga la conocida sensación de angustia que domina la razón y colapsa el cerebro en su propia necedad. Nada importa más allá de un presente que es pasado, que es futuro, que es intemporal porque en esta dimensión de la mente el tiempo no se mide. Tampoco la razón. Poco importan los motivos que me inducen a uno u otro comportamiento, a una u otra decisión. Todos y todas serán, irremediablemente, erróneas. No se puede basar el comportamiento en función de unas reglas que no acepto porque interfieren mi propio desarrollo y me conducen a la destrucción de la propia personalidad.
Más todo ello carece de importancia. Actúo instintivamente, sin llegar a saber los porqués de estos actos. Daría igual saberlos. M comportaría del mismo modo y acabaría de la misma manera. En el mismo lugar. En ninguna parte. Nada existe más allá de mi yo. Nada permanecerá de mí cuando el tiempo concedido acabe. Cuando la materia se transforme y deje de existir como tal. Nada regresará y nadie absorverá las tristezas de mi recuerdo porque, alejados de mí, serán sus propias vivencias, sus propias energías, sus propias vidas las que esos seres nuevos vivan. Al desaparecer de su lado, solo me habré convertido en su instrumento y nunca podré permanecer más allá porque, bajo ningún concepto, podré convertirme en su meta para que en ella me revivan. Esa es, al fin, la gran mentira de la reencarnación o de la vida eterna que resulta, aunque no quiera reconocerlo, imposible porque el mundo deja de pertenecernos en el mismo momento que nuestros ojos dejan de ver su contorno, nuestros pulmones de respirar su aire y nuestro corazón de marcar el ritmo de esa fuerza desconocida e incontrolable que lo dominaba por encima de nuestra voluntad.
Me asomo, pues, al abismo de mi pretendida alma inmortal y me miro en el espejo opaco de un yo que no me devuelve ninguna imagen. Vivo, existo... o no. No soy nadie, no soy nada... o sí. Ni siquiera importa. Hoy siento la necesidad de pedir perdón. Solo eso.
ºººººººººººººººººººº
FINAL
Silencio, pides silencio,
mas la Naturaleza no para
y mientras tú buscas paz,
ella en su rumor no calma.
¿Por qué quieres tenerlo,
si el aire y el agua te hablan?
No debes pedir silencio,
cuando tu cuerpo no calla,
porque si un día despiertas
y a tu alrededor no oyes nada,
no has ganado la partida,
es que tu tiempo se acaba.
mas la Naturaleza no para
y mientras tú buscas paz,
ella en su rumor no calma.
¿Por qué quieres tenerlo,
si el aire y el agua te hablan?
No debes pedir silencio,
cuando tu cuerpo no calla,
porque si un día despiertas
y a tu alrededor no oyes nada,
no has ganado la partida,
es que tu tiempo se acaba.
RUPTURA
Habíamos vuelto de una fiesta que resultó un fracaso total. Mina pasó todo el tiempo tratando de evitarme y pude verla coquetear descaradamente con alguno de los invitados.
--¿Qué ha pasado, Mina? --le pregunté en el dormitorio mientras nos quitábamos la ropa de fiesta.
--¿Me ayudas con la cremallera? --intentó hacerse la despistada.
--¿Qué sucede, Mina? --insistí abrazándola desde atrás.
Se zafó del abrazo de forma suave pero fime y se volvió encarándome con la parte superior del vestido en la cintura y los pechos desnudos.
--¿Cuánto tiempo llevamos juntos, Juan Luis? Seis años --se respondió a si misma-- ¿Y aún preguntas qué ocurre?
Su voz era dura. Tanto, que me quedé parado con los pantalones por las rodillas. La escena, yo de esa forma y ella con las tetas al aire, desde fuera podía parecer cómica pero desde dentro era de lo más patética.
--Mira, pasa que ya no te quiero. Que estoy harta de tus cosas. De como eres. De como me tratas. De tus besos. De tus caricias. Del sexo contigo que ya no me provoca nada.
--¿Qué ha pasado, Mina? --le pregunté en el dormitorio mientras nos quitábamos la ropa de fiesta.
--¿Me ayudas con la cremallera? --intentó hacerse la despistada.
--¿Qué sucede, Mina? --insistí abrazándola desde atrás.
Se zafó del abrazo de forma suave pero fime y se volvió encarándome con la parte superior del vestido en la cintura y los pechos desnudos.
--¿Cuánto tiempo llevamos juntos, Juan Luis? Seis años --se respondió a si misma-- ¿Y aún preguntas qué ocurre?
Su voz era dura. Tanto, que me quedé parado con los pantalones por las rodillas. La escena, yo de esa forma y ella con las tetas al aire, desde fuera podía parecer cómica pero desde dentro era de lo más patética.
--Mira, pasa que ya no te quiero. Que estoy harta de tus cosas. De como eres. De como me tratas. De tus besos. De tus caricias. Del sexo contigo que ya no me provoca nada.
--Pero...
--No hay peros, José Luis. No hay nada --añadió con una lágrima y una sonrisa amarga.
Me quedé perplejo y terminé de quitarme los pantalones.
--Voy... voy a la cocina, ¿quieres algo? --pregunté tontamente.
--No hay peros, José Luis. No hay nada --añadió con una lágrima y una sonrisa amarga.
Me quedé perplejo y terminé de quitarme los pantalones.
--Voy... voy a la cocina, ¿quieres algo? --pregunté tontamente.
Cuando regresé estaba en la cama. Tumbada de costado, apenas tapada con la sábana, parecía dormida. Al acercarme y levantar la sábana para acostarme, susurró:
--No. Esto es serio.Se acabó. Por favor, duerme en otro sitio. Lo siento.
No abrió los ojos. No se movió. Ni siquiera intentó cubrirse.
Me quedé mirándola. Recordando. La conocí seis años antes en la entrega de un premio literario y fue amor a primera vista. De la gala fuimos a tomar unas copas y de las copas a su cama. Una semana más tarde estábamos viviendo juntos. Haciéndo un análisis rápìdo de los años pasados con ella, diría que eramos felices.
Es verdad que en los últimos tiempos nos habíamos distanciado un poco. Parecía bastante lógico. No hay pasión que dure eternamente aunque, con sus treinta y dos años, mantenía un cuerpo de curvas
--No. Esto es serio.Se acabó. Por favor, duerme en otro sitio. Lo siento.
No abrió los ojos. No se movió. Ni siquiera intentó cubrirse.
Me quedé mirándola. Recordando. La conocí seis años antes en la entrega de un premio literario y fue amor a primera vista. De la gala fuimos a tomar unas copas y de las copas a su cama. Una semana más tarde estábamos viviendo juntos. Haciéndo un análisis rápìdo de los años pasados con ella, diría que eramos felices.
Es verdad que en los últimos tiempos nos habíamos distanciado un poco. Parecía bastante lógico. No hay pasión que dure eternamente aunque, con sus treinta y dos años, mantenía un cuerpo de curvas
casi perfectas y piel suave y cálida que a mí, si no con la misma intensidad que al principio, seguía vilviéndome loco. Suspiré. Sabía que era inútil insistir. Recogí unas cuantas cosas en una bolsa de viaje y abandoné la casa. Tal vez mañana...
Pasó un mes, dos, tres... Mi vida seguía. Parece increíble, cuando todo te da un vuelco, que un día recuperes la normalidad mas es lo que, de forma irremediable, sucede. No, no es que olvides, si no que te acostumbras a la pérdida y la reeemplazas.
La reencontré a los seis meses en una firma de libros. Como sucede en estos casos, no había forma de evitarse. Estaba guapa. Muy guapa. O tal vez fuese más apropiado decir feliz. Se veía en su andar, en su cara, en sus ojos. Casi me dolió verla así. No es que yo estuviese mal por la ruptura solo que, por lo que intuía, ella estaba mejor y aquello, no entiendo por qué, me afectó.
Cuando nuestras miradas se encontraron se acercó sonriendo.
--¡Vaya, qué casualidad! ¡No esperaba verte! --dijo estallando en una carcajada ante la evidencia de lo inevitable.
--¡Yo si que no esperaba que vinieses! ¿Cómo estás?
Pregunta tonta porque estaba genial y lo sabía.
--La verdad es que...
Se nos acercó una chica morena muy sensual.
Pasó un mes, dos, tres... Mi vida seguía. Parece increíble, cuando todo te da un vuelco, que un día recuperes la normalidad mas es lo que, de forma irremediable, sucede. No, no es que olvides, si no que te acostumbras a la pérdida y la reeemplazas.
La reencontré a los seis meses en una firma de libros. Como sucede en estos casos, no había forma de evitarse. Estaba guapa. Muy guapa. O tal vez fuese más apropiado decir feliz. Se veía en su andar, en su cara, en sus ojos. Casi me dolió verla así. No es que yo estuviese mal por la ruptura solo que, por lo que intuía, ella estaba mejor y aquello, no entiendo por qué, me afectó.
Cuando nuestras miradas se encontraron se acercó sonriendo.
--¡Vaya, qué casualidad! ¡No esperaba verte! --dijo estallando en una carcajada ante la evidencia de lo inevitable.
--¡Yo si que no esperaba que vinieses! ¿Cómo estás?
Pregunta tonta porque estaba genial y lo sabía.
--La verdad es que...
Se nos acercó una chica morena muy sensual.
--¡Ah, mira! Esta es Gemma. Mi actual pareja.
Si me quedé perplejo fue solo unas décimas de segundo. Luego, una franca sonrisa acudió a mis labios y saludé a Gemma con dos besos.
Soy una persona abierta y para nada me considero machista ni mucho menos pero saber que Mina se había enamorado de otra mujer me dejó... no sé, más tranquilo. ¿Qué decir? Miré alrededor. La sonrisa de Ana, mi editora, y su mirada señalándome la fila de lectores, me invitaban a volver al stand para seguir firmando ejemplares de mi última obra.
Si me quedé perplejo fue solo unas décimas de segundo. Luego, una franca sonrisa acudió a mis labios y saludé a Gemma con dos besos.
Soy una persona abierta y para nada me considero machista ni mucho menos pero saber que Mina se había enamorado de otra mujer me dejó... no sé, más tranquilo. ¿Qué decir? Miré alrededor. La sonrisa de Ana, mi editora, y su mirada señalándome la fila de lectores, me invitaban a volver al stand para seguir firmando ejemplares de mi última obra.
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CALCETINES
Hay un mundo paralelo al nuestro en el que se refugian los calcetines perdidos. Las lavadoras son las puertas de entrada a ese mundo donde preparan la revolución para liberar a todos los calcetines oprimidos en zapatos y zapatillas deportivas dentro de este planeta nuestro. Es una sociedad la suya, de desparpajo e igualdad donde no importan marcas, tejidos, tramas ni colores. Altos, bajos, hilo, lana, algodón, seda.... todos iguales. Un calcetín, un voto.
A veces, con el tiempo, alguno de ellos ve llegar al que, en nuestro mundo, fue su pareja. Entonces hay un poco de revuelo, un momento de alegría. Y enseguida el trabajo común: la búsqueda. Porque, si bien ya he dicho que las puertas de las lavadoras son las entradas, aún no han logrado la tecnología necesaria para revertirlas.
Pero cuando lo logren, no os quepa duda, todos volverán a buscar a sus solitarias parejas. Todos, menos aquellos que tuvieron la fortuna de que sus "pietenaires" apareciesen también un día en el paralelismo vivencial de los Calcetines Perdidos.
Publicado esto, María se puso en contacto conmigo a fin de
A veces, con el tiempo, alguno de ellos ve llegar al que, en nuestro mundo, fue su pareja. Entonces hay un poco de revuelo, un momento de alegría. Y enseguida el trabajo común: la búsqueda. Porque, si bien ya he dicho que las puertas de las lavadoras son las entradas, aún no han logrado la tecnología necesaria para revertirlas.
Pero cuando lo logren, no os quepa duda, todos volverán a buscar a sus solitarias parejas. Todos, menos aquellos que tuvieron la fortuna de que sus "pietenaires" apareciesen también un día en el paralelismo vivencial de los Calcetines Perdidos.
Publicado esto, María se puso en contacto conmigo a fin de
preguntarme como podía hacer ese viaje e introducirse en aquella realidad paralela de los calcetines
--La verdad es que no se como debieras hacer ese viaje --le contesté--. Lo digo por el entramado de vías acuáticas en las que ignoro si será posible la respiración humana. Debes tener en cuenta que no se trata solo de entrar aquí y salir allí. Hay que hacer un recorrido que se me antoja inmenso y que, al tener muchos inicios y un solo final, no hay forma de controlar. Imagino, incluso, que pueda ser peligroso. ¿Hay monstruos en ese camino?
--¿Monstruos? ¿Cómo va a a haber monstruos? ¡Hablamos de calcetines! ¡No me vengas con problemas ni pretendas asustarme porque, si llegamos a encontar la manera, nadie va a disuadirme de realizar ese viaje!.
No estaba en mi intención ni siquiera intentarlo. Simplemente, era una locura pero ¿qué podemos hacer? Cada loco tiene derecho a tener... una por lo menos. En realidad, María no etaba loca. Muy al contrario, era una persona muy cuerda, centrada y comprometida con su entorno y su sociedad. Dicharachera, simpática, comunicativa, alegraba la vida de todo aquel que se le acercaba. Me caía muy bien. Tanto que iniciamos una relación y acabamos formando una familia.
Pero María, cada vez que al sacar la ropa de la lavadora constataba que faltaba un calcetín suyo o mío, se sumía en una profunda tristeza y en una añoranza de ese viaje con el que en ningún momento parecía dejar de soñar. Cuando se quedó embarazada por primera vez, yo confié en que esa tristeza fuese a menos. No fue así, sino que aumentó y aún más con el nacimiento de nuestros otros dos hijos. La ecuación era simple: cuantas más personas en la casa, más calcetines en la lavadora y más pérdida de ellos camino de esa Realidad Paralela de los Calcetines Perdidos, ese paraíso común y comunitario de igualdad total.
Pasaron los años y María, siendo una excelente compañera y madre, seguía, en su fondo más interior, abducida por su sueño. De vez en cuando me hablaba de él y yo la escuchaba con toda mi atención pero siempre pensando y rogando a las fuerzas que correspondiesen, que un día llegase a olvidarlo. El tema aflojó algo cuando los hijos, ya crecidos, se fueron de casa para formar sus propias familias pero resugía cuando en cada reunión familiar sacaba a relucir el tema intentando conocer el punto de vista de sus parejas.
La llegada de los nietos, como es de suponer, acrecentó la inquietud de María. Cada día se perdían más calcetines y, sin embargo, la explicación lógica no llegaba. Un día, tras la comida y mientras tomabamos el café, me miró muy seria.
--Ya he encontrado la solución a mi viaje.
La escuché con atención, como siempre. Y con su mirada más dulce consiguió arrancarme varias sonrisas, cierta humedad en los ojos y una promesa.
A nadie hablamos del tema. A nadie le interesaba porque era un asunto de pareja. Algo entre ella y yo.
Años más tarde, María murió. Le hicimos una bonita despedida antes de entregar su cuerpo al fuego. Recogí sus cenizas y volví a casa llevando conmigo su última presencia material en el mundo. Tardé dos días en reunir el valor suficiente pero, al fin, distribuí las cenizas en varios pares de calcetines y los metí en la lavadora. Cuando acabado el programa fui a sacarlos, un escalofrío recorrió mi columna: la lavadora estaba vacía. Di por supuesto que María cumplió su sueño y me mantiene la esperanza de que las puertas reviertan o de que alguno de nuestros hijos repita con mis restos lo que yo hice con los de su madre.
Presentado en ECO
·························
--La verdad es que no se como debieras hacer ese viaje --le contesté--. Lo digo por el entramado de vías acuáticas en las que ignoro si será posible la respiración humana. Debes tener en cuenta que no se trata solo de entrar aquí y salir allí. Hay que hacer un recorrido que se me antoja inmenso y que, al tener muchos inicios y un solo final, no hay forma de controlar. Imagino, incluso, que pueda ser peligroso. ¿Hay monstruos en ese camino?
--¿Monstruos? ¿Cómo va a a haber monstruos? ¡Hablamos de calcetines! ¡No me vengas con problemas ni pretendas asustarme porque, si llegamos a encontar la manera, nadie va a disuadirme de realizar ese viaje!.
No estaba en mi intención ni siquiera intentarlo. Simplemente, era una locura pero ¿qué podemos hacer? Cada loco tiene derecho a tener... una por lo menos. En realidad, María no etaba loca. Muy al contrario, era una persona muy cuerda, centrada y comprometida con su entorno y su sociedad. Dicharachera, simpática, comunicativa, alegraba la vida de todo aquel que se le acercaba. Me caía muy bien. Tanto que iniciamos una relación y acabamos formando una familia.
Pero María, cada vez que al sacar la ropa de la lavadora constataba que faltaba un calcetín suyo o mío, se sumía en una profunda tristeza y en una añoranza de ese viaje con el que en ningún momento parecía dejar de soñar. Cuando se quedó embarazada por primera vez, yo confié en que esa tristeza fuese a menos. No fue así, sino que aumentó y aún más con el nacimiento de nuestros otros dos hijos. La ecuación era simple: cuantas más personas en la casa, más calcetines en la lavadora y más pérdida de ellos camino de esa Realidad Paralela de los Calcetines Perdidos, ese paraíso común y comunitario de igualdad total.
Pasaron los años y María, siendo una excelente compañera y madre, seguía, en su fondo más interior, abducida por su sueño. De vez en cuando me hablaba de él y yo la escuchaba con toda mi atención pero siempre pensando y rogando a las fuerzas que correspondiesen, que un día llegase a olvidarlo. El tema aflojó algo cuando los hijos, ya crecidos, se fueron de casa para formar sus propias familias pero resugía cuando en cada reunión familiar sacaba a relucir el tema intentando conocer el punto de vista de sus parejas.
La llegada de los nietos, como es de suponer, acrecentó la inquietud de María. Cada día se perdían más calcetines y, sin embargo, la explicación lógica no llegaba. Un día, tras la comida y mientras tomabamos el café, me miró muy seria.
--Ya he encontrado la solución a mi viaje.
La escuché con atención, como siempre. Y con su mirada más dulce consiguió arrancarme varias sonrisas, cierta humedad en los ojos y una promesa.
A nadie hablamos del tema. A nadie le interesaba porque era un asunto de pareja. Algo entre ella y yo.
Años más tarde, María murió. Le hicimos una bonita despedida antes de entregar su cuerpo al fuego. Recogí sus cenizas y volví a casa llevando conmigo su última presencia material en el mundo. Tardé dos días en reunir el valor suficiente pero, al fin, distribuí las cenizas en varios pares de calcetines y los metí en la lavadora. Cuando acabado el programa fui a sacarlos, un escalofrío recorrió mi columna: la lavadora estaba vacía. Di por supuesto que María cumplió su sueño y me mantiene la esperanza de que las puertas reviertan o de que alguno de nuestros hijos repita con mis restos lo que yo hice con los de su madre.
Presentado en ECO
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PASADOS GRISES
Elena giraba el lápiz entre sus dedos y, de cuando en cuando, lo dejaba caer dibujando un pequeño punto en el papel inmaculado. Odiaba a aquella profesora. ¿Qué le daba derecho a mandarle aquella tarea? Pero había sido muy clara: "Si quieres aprobar esta asignatura, tendrás que traerme un buen trabajo sobre el enriquecimiento de la burguesía de la región con el mercado de esclavos durante los siglos XVIII y XIX.
Joan le había dicho que tenía suerte, que era un tema apasionante. Ella, la verdad, no le veía la gracia, menos aún estando obligada a hacerlo. Miró la pantalla del ordenador. Escribió en la barra del navegador "el mercado de esclavos en la españa del siglo XVIII y dió al "enter". No encontró gran cosa, aunque llegó a la conclusión de que había mucha materia y bastantes libros sobre el tema. Pronto enfocó la cuestión. No le interesaba lo que todo el mundo sabía sobre personajes de sobra conocidos que incluso tenían estatuas por la ciudad. Ella quería ir hacia personas más corrientes. Entendía que también era lo que pretendía su profesora. Aquella burguesía que relanzó la economía de la cuidad y de la región.
Visitó la biblioteca universitaria y varias de las municipales. Todo era nuevo. En una de ellas, el bibliotecario le recomendó hablar con un escritor que había investigado y publicado sobre el tema y le dió su número de teléfono.
Resultó ser un tipo amable que desde el primer momento, estubo dispuesto a ayudarla en lo que pudiese y que le contó mil historias con todos los datos que recordaba.
--Mira --le dijo-- muchas familias de la región tienen que ver con el tráfico de esclavos. Personas que en su día eran campesinos o marinos que apenas lograban sobrevivir, hicieron grandes fortunas en muy pocos años.
--Lo sé. He leído sobre ello. Todos conocen a esos prohombres que tienen monumentos públicos y calles o plazas dedicadas. No son ellos quienes me interesan.
--Tal vez debieras quedarte ahí. Hoy día hay muchas personas ocupando grandes cargos, incluso políticos a los que, frente a la situación de cambio que parece acechar, no les gustaría ver sus nombres mezclados con esa historia.
--Lo siento. Esa no es su elección. Nadie puede borrar su pasado.
--Cuidado, Elena. Te puedes llevar alguna sorpresa.
Y se la llevó. Fue Joan quien lo encontró.
--Elena, tengo aquí un tal Josep Montvell. Curioso. A lo mejor es un antepasado tuyo. ¿De dónde es tu familia?
Buscaron en las notas que le pasó el escritor. Había poco:
"Josep Montvell, capitán de barco. Partió para Cuba, previa escala en Guinea, en verano de 1868. Ya en Cuba, dejó la marina regresando tres años más tarde con una gran fortuna, según se dice, derivada del comercio de suministros. De vuelta en la patria, se dedicó al mercado de paños logrando expandir sus empresas con grandes contratos otorgados por comerciantes locales y organismos oficiales.
Al contrario que el resto de los nuevos ricos venidos de América, construyó y se instaló en una casa señorial en las, entonces, afueras de la ciudad. Se dice de él que recopiló en un libro que nunca salió a la luz, sobrada información sobre las prácticas desarrolladas allende los mares por marinos, comerciantes y terratenientes.
Muerto Josep, las empresas que él fundase fueron perdiendo el apoyo de la burguesía y las autoridades, decayendo rápidamente en solo dos generaciones. El libro del que tanto se habló en un tiempo, fue olvidado y hoy nadie parece saber nada de él".
--¡Ahí tienes tu tesoro! --exclamó Joan-- Al menos para tu tatarabuelo lo era.
--Nadie ha dicho aún que fuese pariente mío.
--Lo es, Elena. Todo encaja.
--¿Encaja? ¿Qué encaja? ¿Que un familiar mío viajase a Cuba e hiciese un poco de dinero nos convierte en una familia de negreros? --contestó dolida y enfadada-- Además, la mayor parte de la fortuna y toda la desfortuna de mi gente se hizo aquí.
--Elena, Yo...
--Dejalo, Joan. No pasa nada. Visto desde fuera, es lo que parece. Creo que lo dejaré. Hablaré con Gemma y lo dejaré.
Joan le había dicho que tenía suerte, que era un tema apasionante. Ella, la verdad, no le veía la gracia, menos aún estando obligada a hacerlo. Miró la pantalla del ordenador. Escribió en la barra del navegador "el mercado de esclavos en la españa del siglo XVIII y dió al "enter". No encontró gran cosa, aunque llegó a la conclusión de que había mucha materia y bastantes libros sobre el tema. Pronto enfocó la cuestión. No le interesaba lo que todo el mundo sabía sobre personajes de sobra conocidos que incluso tenían estatuas por la ciudad. Ella quería ir hacia personas más corrientes. Entendía que también era lo que pretendía su profesora. Aquella burguesía que relanzó la economía de la cuidad y de la región.
Visitó la biblioteca universitaria y varias de las municipales. Todo era nuevo. En una de ellas, el bibliotecario le recomendó hablar con un escritor que había investigado y publicado sobre el tema y le dió su número de teléfono.
Resultó ser un tipo amable que desde el primer momento, estubo dispuesto a ayudarla en lo que pudiese y que le contó mil historias con todos los datos que recordaba.
--Mira --le dijo-- muchas familias de la región tienen que ver con el tráfico de esclavos. Personas que en su día eran campesinos o marinos que apenas lograban sobrevivir, hicieron grandes fortunas en muy pocos años.
--Lo sé. He leído sobre ello. Todos conocen a esos prohombres que tienen monumentos públicos y calles o plazas dedicadas. No son ellos quienes me interesan.
--Tal vez debieras quedarte ahí. Hoy día hay muchas personas ocupando grandes cargos, incluso políticos a los que, frente a la situación de cambio que parece acechar, no les gustaría ver sus nombres mezclados con esa historia.
--Lo siento. Esa no es su elección. Nadie puede borrar su pasado.
--Cuidado, Elena. Te puedes llevar alguna sorpresa.
Y se la llevó. Fue Joan quien lo encontró.
--Elena, tengo aquí un tal Josep Montvell. Curioso. A lo mejor es un antepasado tuyo. ¿De dónde es tu familia?
Buscaron en las notas que le pasó el escritor. Había poco:
"Josep Montvell, capitán de barco. Partió para Cuba, previa escala en Guinea, en verano de 1868. Ya en Cuba, dejó la marina regresando tres años más tarde con una gran fortuna, según se dice, derivada del comercio de suministros. De vuelta en la patria, se dedicó al mercado de paños logrando expandir sus empresas con grandes contratos otorgados por comerciantes locales y organismos oficiales.
Al contrario que el resto de los nuevos ricos venidos de América, construyó y se instaló en una casa señorial en las, entonces, afueras de la ciudad. Se dice de él que recopiló en un libro que nunca salió a la luz, sobrada información sobre las prácticas desarrolladas allende los mares por marinos, comerciantes y terratenientes.
Muerto Josep, las empresas que él fundase fueron perdiendo el apoyo de la burguesía y las autoridades, decayendo rápidamente en solo dos generaciones. El libro del que tanto se habló en un tiempo, fue olvidado y hoy nadie parece saber nada de él".
--¡Ahí tienes tu tesoro! --exclamó Joan-- Al menos para tu tatarabuelo lo era.
--Nadie ha dicho aún que fuese pariente mío.
--Lo es, Elena. Todo encaja.
--¿Encaja? ¿Qué encaja? ¿Que un familiar mío viajase a Cuba e hiciese un poco de dinero nos convierte en una familia de negreros? --contestó dolida y enfadada-- Además, la mayor parte de la fortuna y toda la desfortuna de mi gente se hizo aquí.
--Elena, Yo...
--Dejalo, Joan. No pasa nada. Visto desde fuera, es lo que parece. Creo que lo dejaré. Hablaré con Gemma y lo dejaré.
--¿Dejarlo? --alzó la voz Gemma-- ¿Dejarlo ahora? ¡Es una locura! Para empezar, no sabes a ciencia cierta si ese personaje era tu tatarabuelo y aunque lo fuese, no todos los indianos fueron negreros. Es más, se sabe de muchos que, enterados de qué se trataba, lo dejaron.
--Pero yo no quiero saber...
--Habla con tu familia, Elena. Si este Josep Montvell es tu pariente, te puede sorprender. Más aún si es, como sospechas, el autor del libro.
Lo estás haciendo bien y sería una pena. Este trabajo puede darte la matrícula de honor en mi asignatura y, si el libro en cuestión apareciese, sería una buena base para la tesis de fin de grado.
--Pero yo no quiero saber...
--Habla con tu familia, Elena. Si este Josep Montvell es tu pariente, te puede sorprender. Más aún si es, como sospechas, el autor del libro.
Lo estás haciendo bien y sería una pena. Este trabajo puede darte la matrícula de honor en mi asignatura y, si el libro en cuestión apareciese, sería una buena base para la tesis de fin de grado.
Una vez sola en su despacho, Gemma marcó un número de teléfono.
--Si, hola, buenos días. Por favor, póngame con el inspector Feixat. ¿Josep? Soy Gemma. La chica está sobre la pista. Quería dejarlo pero la he convencido para que siga. Al parecer, hay bastantes posibilidades de que el autor del libro fuese un miembro de su familia. A partir de ahora es imprescindible conocer todos sus pasos y evitar que alguien se nos pueda adelantar.
--No te preocupes. La mantendré vigilada día y noche. En cuanto al otro grupo, ya hemos identificado a sus peones. También resultará fácil vigilarlo.
Josep Feixat, inspector de la policía autonómica, provenía de una familia de esa alta burguesía que en el pasado hiciese fortuna en las colonias. Hasta la fecha habían vivido tranquilos pero las turbulencias políticas que se estaban produciendo, les había sacado los nervios a flor de piel. Sabían que sus adversarios estaban buscando puntos débiles en su estructura. Ya habían logrado un par de impactos serios y ahora buscaban el libro que escribiese un indiano y en el que contaba no se sabe qué cosas que podían poner patas arriba su estatus social y su liderazgo de clase.
Su misión era, junto con la profesora, encontrar y destruir ese documento de una vez por todas. No obstante, su paradero era tan desconocido que algunos hasta dudaban de su existencia. Fuera como fuere, si existía, lo encontraría y lo haría arder hasta consumirse.
--Si, hola, buenos días. Por favor, póngame con el inspector Feixat. ¿Josep? Soy Gemma. La chica está sobre la pista. Quería dejarlo pero la he convencido para que siga. Al parecer, hay bastantes posibilidades de que el autor del libro fuese un miembro de su familia. A partir de ahora es imprescindible conocer todos sus pasos y evitar que alguien se nos pueda adelantar.
--No te preocupes. La mantendré vigilada día y noche. En cuanto al otro grupo, ya hemos identificado a sus peones. También resultará fácil vigilarlo.
Josep Feixat, inspector de la policía autonómica, provenía de una familia de esa alta burguesía que en el pasado hiciese fortuna en las colonias. Hasta la fecha habían vivido tranquilos pero las turbulencias políticas que se estaban produciendo, les había sacado los nervios a flor de piel. Sabían que sus adversarios estaban buscando puntos débiles en su estructura. Ya habían logrado un par de impactos serios y ahora buscaban el libro que escribiese un indiano y en el que contaba no se sabe qué cosas que podían poner patas arriba su estatus social y su liderazgo de clase.
Su misión era, junto con la profesora, encontrar y destruir ese documento de una vez por todas. No obstante, su paradero era tan desconocido que algunos hasta dudaban de su existencia. Fuera como fuere, si existía, lo encontraría y lo haría arder hasta consumirse.
--No --le explicó su padre-- Josep Montvell no fue ningun negrero, hija. Es verdad que salió de puerto capitaneando uno de esos barcos, luego destruido por la marina inglesa, pero cuando, una vez en África, supo que se trataba de mercancía humana, se negó a embarcarlos. Cargó el barco con otras mercancías y lo llevó a destino. Dejó la marina, se hizo comerciante y recopiló mucha información sobre las plantaciones y su explotación. También sobre muchas prácticas y aberraciones que los terratenientes cometían con los esclavos. Aquello le dió poder sobre ellos una vez que regresó a España y fue la llave para, junto con mucho trabajo, conseguir su fortuna.
--Pero entonces --apuntó Elena-- nuestra sociedad...
--Si. Es así en gran parte. No toda. Tampoco hay que olvidar que, durante muchos años, la esclavitud era un comercio legal que incluso la realeza practicó. La fuerza que el libro dió a nuestro antepasado, viene de los años en que ya se había abolido esa práctica comercial pero que muchos siguieron ejerciendo porque era muy lucrativa. En aquella época, si los ingleses hubiesen conocido los datos que el libro pueda tener, muchas fortunas importantes se habrían arruinado al perder los contratos con ellos y el resto de Europa.
Por eso le facilitaron financiación y buenos contratos que fueron decayendo cuando él murió y siguieron bajando con tu bisabuelo primero y con tu abuelo después hasta lograr arruinarnos ya que ninguno de ellos consiguió encontrar ese libro del que también yo dudo su existencia. El resto, lo vives tú cada día.
--¡Es fascinante! ¿Sabes dónde vivió? Si el libro existe, quiero encontrarlo pero ya no se donde buscar.
--Tu tatarabuelo se alejó todo lo que pudo de los nuevos ricos. Se instaló en el lado norte del monte en uno de los palacetes que hay tras las fuentes. La casa, en los malos tiempos, fue dada como pago, junto a otras posesiones, a un banquero de Amberes que jamás la ocupó.
En tiempos de la Guerra Civil fue saqueada. Se llevaron muebles y libros. Otros fueron quemados. Con el tiempo fue creciendo a su alrededor una leyenda de fantasmas y aparecidos. Se la conoció como la Casa de Abakuá y, como otras de su entorno, permanece abandonada.
***
Tenía peor aspecto del esperado. La verja de hierro forjado atada con gruesas cadenas sujetas por un enorme y herrumbroso candado, era el único punto desde el que se podía ver medio oculta por la maleza de un jardín que, descuidado durante demasiados años, había crecido de forma salvaje. Era enorme. De aspecto victoriano, presentaba altos tejados y largas chimeneas que se perdían entre las nubes demasiado bajas. Las ventanas y las puertas se veían rotas y desvencijadas. Grandes desconchones afeaban las paredes deslucidas, rivalizando con la yedra, las zarzas y la ramas de los árboles que las empujaban como si quisiesen derrumbarlas. Allí reinaba el caos y todo el conjunto producía un temendo desasosiego e incluso temor. Daba la impresión de un mundo perdido en medio de una gran ciudad moderna que bullía a su alrededor y de la que la protegía una alta valla que, por ambos lados, se unía, en la distancia, a las de las casas vecinas.
Elena tenía el ánimo decaído pero Joan, entusiasmado, insistía.
--¡Venga, podemos entrar! Es más... ¡tenemos que entrar!
--¿Cómo? La verja está cerrada y la casa, por lo que parece, en ruinas. Hasta podría ser peligroso.
--¡Claro que está en ruinas! Por eso es casi seguro que encontraremos una parte de la valla derrumbada.
No encontraron ningún agujero por el que entrar. Había, si, varias zonas en que el muro se había derrumbado pero todas ellas estaban reparadas. Surgió la pregunta: ¿Quién pagaba aquellos arreglos? ¿Y si no estaba tan abandonada como parecía? La luz de la tarde se iba con rapidez y comenzó a caer una fina llovizna. Decidieron irse a casa.
--Pero entonces --apuntó Elena-- nuestra sociedad...
--Si. Es así en gran parte. No toda. Tampoco hay que olvidar que, durante muchos años, la esclavitud era un comercio legal que incluso la realeza practicó. La fuerza que el libro dió a nuestro antepasado, viene de los años en que ya se había abolido esa práctica comercial pero que muchos siguieron ejerciendo porque era muy lucrativa. En aquella época, si los ingleses hubiesen conocido los datos que el libro pueda tener, muchas fortunas importantes se habrían arruinado al perder los contratos con ellos y el resto de Europa.
Por eso le facilitaron financiación y buenos contratos que fueron decayendo cuando él murió y siguieron bajando con tu bisabuelo primero y con tu abuelo después hasta lograr arruinarnos ya que ninguno de ellos consiguió encontrar ese libro del que también yo dudo su existencia. El resto, lo vives tú cada día.
--¡Es fascinante! ¿Sabes dónde vivió? Si el libro existe, quiero encontrarlo pero ya no se donde buscar.
--Tu tatarabuelo se alejó todo lo que pudo de los nuevos ricos. Se instaló en el lado norte del monte en uno de los palacetes que hay tras las fuentes. La casa, en los malos tiempos, fue dada como pago, junto a otras posesiones, a un banquero de Amberes que jamás la ocupó.
En tiempos de la Guerra Civil fue saqueada. Se llevaron muebles y libros. Otros fueron quemados. Con el tiempo fue creciendo a su alrededor una leyenda de fantasmas y aparecidos. Se la conoció como la Casa de Abakuá y, como otras de su entorno, permanece abandonada.
***
Tenía peor aspecto del esperado. La verja de hierro forjado atada con gruesas cadenas sujetas por un enorme y herrumbroso candado, era el único punto desde el que se podía ver medio oculta por la maleza de un jardín que, descuidado durante demasiados años, había crecido de forma salvaje. Era enorme. De aspecto victoriano, presentaba altos tejados y largas chimeneas que se perdían entre las nubes demasiado bajas. Las ventanas y las puertas se veían rotas y desvencijadas. Grandes desconchones afeaban las paredes deslucidas, rivalizando con la yedra, las zarzas y la ramas de los árboles que las empujaban como si quisiesen derrumbarlas. Allí reinaba el caos y todo el conjunto producía un temendo desasosiego e incluso temor. Daba la impresión de un mundo perdido en medio de una gran ciudad moderna que bullía a su alrededor y de la que la protegía una alta valla que, por ambos lados, se unía, en la distancia, a las de las casas vecinas.
Elena tenía el ánimo decaído pero Joan, entusiasmado, insistía.
--¡Venga, podemos entrar! Es más... ¡tenemos que entrar!
--¿Cómo? La verja está cerrada y la casa, por lo que parece, en ruinas. Hasta podría ser peligroso.
--¡Claro que está en ruinas! Por eso es casi seguro que encontraremos una parte de la valla derrumbada.
No encontraron ningún agujero por el que entrar. Había, si, varias zonas en que el muro se había derrumbado pero todas ellas estaban reparadas. Surgió la pregunta: ¿Quién pagaba aquellos arreglos? ¿Y si no estaba tan abandonada como parecía? La luz de la tarde se iba con rapidez y comenzó a caer una fina llovizna. Decidieron irse a casa.
Volvieron al día siguiente. A plena luz del día y con el sol colándose entre los árboles que casi cerraban la calle, se dieron cuenta que la cadena no estaba tan ajustada como parecía y que manipulándola un poco, permitía una rendija en la puerta por la que podían pasar sin complicaciones.
--Espera, Joan. Te va a parecer una tontería pero creo que nos están observando.
--¿Si? ¿Desde dentro o desde fuera? --preguntó en un tono burlón mientras se colaba por la rendija.
Lo siguió. La casa, vista con buena luz, no parecía tan desvencijada si bien resultaba algo más tétrica aunque quizá solo fuera por el desastroso aspecto del jardín.
--¡Vaya! --exclamó Joan fijándose en una estatua que, cubierta casi en su totalidad por yedra y líquenes, representaba a una santera cubana--. Algunos se conformaron con plantar unas palmeritas en el jardín. Tu tatarabuelo, no. Parece que quería dejar bien claro de donde provenía todo esto.
Subieron la escalinata y llegaron a la puerta. Parecía cerrada pero al empujar con ganas, cedió con un chirrido metálico. Elena, nerviosa, miró hacia atrás y dió un salto hacia el interior empujando a Joan.
--¿Qué...
--Había alguien observándonos --se justificó.
--No hay nadie, Elena --dijo Joan tras observar la calle--. Estás muy nerviosa.
Un amplio recibidor se extendía ante ellos. Al frente, una ancha escalera ascendía hacia los pisos superiores. A la derecha, el comedor, la cocina y la zona de servicio. A la izquierda el gran salón, el estudio y el despacho. Las telas de araña colgaban por doquier y el polvo formaba una fina alfombra sobre el suelo y la escalera.
--Tengo miedo, Joan --Elena señaló las pisadas marcadas en el polvo del suelo y los rastros de manos en la barandilla--. Parece que esto no está tan abandonado.
--Serán las huellas de algún vagabundo. ¿Quién si no? Estas casonas no interesan ni al Movimiento Okupa.
--O quizá de alguien que, como nosotros, está buscando "tesoros"
--Quizá. Pero hemos de dar por supuesto que no los encontró y nosotros, ahora mismo, estamos dentro. ¿Por dónde empezamos?
--La lógica dice que por el despacho y el salón pero yo empezaría por el dormitorio.
--Pues vayamos al dormitorio. No te preguntaré por esa lógica tuya.
Se encontraron con un problema. La primera planta de la casa estaba dedicada, toda ella a dormitorios pero todos ellos eran iguales. Todos con los mismos muebles y todos decorados de la misma manera. ¿Cómo saber en cuál de ellos buscar? ¿Cuál era el del dueño de la casa? Decidieron subir a la segunda planta. Allí solo había una inmensa sala con las paredes cargadas de estanterías como si hubiese albergado una gran biblioteca. Una inmensa mesa desvencijada y medio destruida así parecía confirmarlo aunque no encontraron razón para los dos anaqueles curvos que cerraban las esquinas donde confluían las paredes laterales y la del fondo. Si llamó su atención que solo tuviese ventanas en una de ella, la que daba al frente de la casa. Las demás eran paredes ciegas. Haciendo un ligero cálculo decidieron que el resto de la planta estaba dedicado a otros menesteres, quizá a habitaciones del servicio, y que se accedía a ella por otro lado. Revisaron las paredes con cuidado pero no encontraron nada que llamase su atención excepto una bolsa de tela con anillas de colores, de esas que se utilizan para marcar aves ¿Palomas tal vez?
Retrocedieron y volvieron al despacho. Los muebles estaban rotos, las paredes desgarradas. Había resto de fuego que incluían los propios muebles y un sinfin de libros y papeles a medio quemar. Algunos de ellos parecían documentos de contabilidad, contratos y cartas de pago. Revisaron aquellos en los que podía leerse alguna palabra pero todos parecían corresponder a la etapa española y ninguno hacía referencia a los años pasados en Cuba.
--Mira esto --Elena ofreció una postal a Joan-- Está bastante entera aunque muy sucia.
--¿A ver? Es una vieja postal del monasterio de Yuso. Veamos. "Hace", "llovien...", "salimo". ¡Aquí! "..y reconocer.... frailes... ingeniosos". El resto son letras sueltas que han quedado de lo que el fuego no consumió.
--¿Y eso significa algo?
En ese momento les llegó claramente el chirrido de la verja de entrada. A través de la ventana, vieron como dos miembros de la policía autonómica entraban en el jardín.
--¡Hora de irse, Elena! ¡Venga, por la cocina!
Al salir del jardín, vieron un coche mal aparcado en la calle con dos tipos dentro. Corrieron hacia el centro de la cuidad y se metieron en la primera boca de metro que encontraron. Ya en casa de Elena, Joan sacó del bolsillo la vieja postal y otro librito medio quemado.
--Veamos que nos dicen estas cosas. Por un lado tenemos el monasterio de Yuso y por otro este librito de colombofilia. El último, junto con las anillas que vimos en la casa, parece decirnos que tu tatarabuelo podía ser criador de palomas y el monasterio, aventurando un poco, creo que también tiene un mensaje.
--No entiendo nada, Joan. ¿A qué esperas para explicármelo?
--A que pienses un poco y aceptes que tenemos que volver a la casona. Si el libro existe, está allí en una zona muy concreta. Mira. Hace tiempo mis padres me llevaron a ver ese monasterio. En sí no se diferencia mucho de otros pero ¿que pueden tener unos frailes para que a un chaval le puedan parecer ingeniosos? A mi me llamó la atención como guardaban y protegían los cantorales. Los metían y meten en una especie de alacena y hacen unos agujeros en las paredes con dos finalidades: que corra el aire y que puedan entrar los gatos para auyentar a las ratas que se comerían el papel. Pienso que Josep Montvell pudo utilizar una técnica parecida. Por otro lado, ¿dónde se tienen palomas en una casa? ¡Exacto! en la parte más alta. Hemos de llegar a la cúpula del ala oeste y a la terraza superior.
--Espera, Joan. Te va a parecer una tontería pero creo que nos están observando.
--¿Si? ¿Desde dentro o desde fuera? --preguntó en un tono burlón mientras se colaba por la rendija.
Lo siguió. La casa, vista con buena luz, no parecía tan desvencijada si bien resultaba algo más tétrica aunque quizá solo fuera por el desastroso aspecto del jardín.
--¡Vaya! --exclamó Joan fijándose en una estatua que, cubierta casi en su totalidad por yedra y líquenes, representaba a una santera cubana--. Algunos se conformaron con plantar unas palmeritas en el jardín. Tu tatarabuelo, no. Parece que quería dejar bien claro de donde provenía todo esto.
Subieron la escalinata y llegaron a la puerta. Parecía cerrada pero al empujar con ganas, cedió con un chirrido metálico. Elena, nerviosa, miró hacia atrás y dió un salto hacia el interior empujando a Joan.
--¿Qué...
--Había alguien observándonos --se justificó.
--No hay nadie, Elena --dijo Joan tras observar la calle--. Estás muy nerviosa.
Un amplio recibidor se extendía ante ellos. Al frente, una ancha escalera ascendía hacia los pisos superiores. A la derecha, el comedor, la cocina y la zona de servicio. A la izquierda el gran salón, el estudio y el despacho. Las telas de araña colgaban por doquier y el polvo formaba una fina alfombra sobre el suelo y la escalera.
--Tengo miedo, Joan --Elena señaló las pisadas marcadas en el polvo del suelo y los rastros de manos en la barandilla--. Parece que esto no está tan abandonado.
--Serán las huellas de algún vagabundo. ¿Quién si no? Estas casonas no interesan ni al Movimiento Okupa.
--O quizá de alguien que, como nosotros, está buscando "tesoros"
--Quizá. Pero hemos de dar por supuesto que no los encontró y nosotros, ahora mismo, estamos dentro. ¿Por dónde empezamos?
--La lógica dice que por el despacho y el salón pero yo empezaría por el dormitorio.
--Pues vayamos al dormitorio. No te preguntaré por esa lógica tuya.
Se encontraron con un problema. La primera planta de la casa estaba dedicada, toda ella a dormitorios pero todos ellos eran iguales. Todos con los mismos muebles y todos decorados de la misma manera. ¿Cómo saber en cuál de ellos buscar? ¿Cuál era el del dueño de la casa? Decidieron subir a la segunda planta. Allí solo había una inmensa sala con las paredes cargadas de estanterías como si hubiese albergado una gran biblioteca. Una inmensa mesa desvencijada y medio destruida así parecía confirmarlo aunque no encontraron razón para los dos anaqueles curvos que cerraban las esquinas donde confluían las paredes laterales y la del fondo. Si llamó su atención que solo tuviese ventanas en una de ella, la que daba al frente de la casa. Las demás eran paredes ciegas. Haciendo un ligero cálculo decidieron que el resto de la planta estaba dedicado a otros menesteres, quizá a habitaciones del servicio, y que se accedía a ella por otro lado. Revisaron las paredes con cuidado pero no encontraron nada que llamase su atención excepto una bolsa de tela con anillas de colores, de esas que se utilizan para marcar aves ¿Palomas tal vez?
Retrocedieron y volvieron al despacho. Los muebles estaban rotos, las paredes desgarradas. Había resto de fuego que incluían los propios muebles y un sinfin de libros y papeles a medio quemar. Algunos de ellos parecían documentos de contabilidad, contratos y cartas de pago. Revisaron aquellos en los que podía leerse alguna palabra pero todos parecían corresponder a la etapa española y ninguno hacía referencia a los años pasados en Cuba.
--Mira esto --Elena ofreció una postal a Joan-- Está bastante entera aunque muy sucia.
--¿A ver? Es una vieja postal del monasterio de Yuso. Veamos. "Hace", "llovien...", "salimo". ¡Aquí! "..y reconocer.... frailes... ingeniosos". El resto son letras sueltas que han quedado de lo que el fuego no consumió.
--¿Y eso significa algo?
En ese momento les llegó claramente el chirrido de la verja de entrada. A través de la ventana, vieron como dos miembros de la policía autonómica entraban en el jardín.
--¡Hora de irse, Elena! ¡Venga, por la cocina!
Al salir del jardín, vieron un coche mal aparcado en la calle con dos tipos dentro. Corrieron hacia el centro de la cuidad y se metieron en la primera boca de metro que encontraron. Ya en casa de Elena, Joan sacó del bolsillo la vieja postal y otro librito medio quemado.
--Veamos que nos dicen estas cosas. Por un lado tenemos el monasterio de Yuso y por otro este librito de colombofilia. El último, junto con las anillas que vimos en la casa, parece decirnos que tu tatarabuelo podía ser criador de palomas y el monasterio, aventurando un poco, creo que también tiene un mensaje.
--No entiendo nada, Joan. ¿A qué esperas para explicármelo?
--A que pienses un poco y aceptes que tenemos que volver a la casona. Si el libro existe, está allí en una zona muy concreta. Mira. Hace tiempo mis padres me llevaron a ver ese monasterio. En sí no se diferencia mucho de otros pero ¿que pueden tener unos frailes para que a un chaval le puedan parecer ingeniosos? A mi me llamó la atención como guardaban y protegían los cantorales. Los metían y meten en una especie de alacena y hacen unos agujeros en las paredes con dos finalidades: que corra el aire y que puedan entrar los gatos para auyentar a las ratas que se comerían el papel. Pienso que Josep Montvell pudo utilizar una técnica parecida. Por otro lado, ¿dónde se tienen palomas en una casa? ¡Exacto! en la parte más alta. Hemos de llegar a la cúpula del ala oeste y a la terraza superior.
Volvieron dos días más tarde. ¿Dónde buscar? La intuición, o algo, les llevó a la biblioteca. Todo parecía muy normal. Todo, pero... ¿y aquellos paneles redondeados? Por si un acaso, los empezaron a empujar desde todas las posiciones posibles. El de la derecha giró con un chirrido. Dentro, unas cuerdas colgaban por el hueco. Jalaron y subió una pequeña plataforma. Era un ascensor manual que comunicaba con la planta baja. También cedió el de la izquierda. Ocultaba una escalera de caracol que ascendía hasta el torreón, la terraza y la cúpula. Subieron. Arriba, a la derecha, había un espacio con troncos secos, pequeñas jaulas y comederos, todo ello rodeado de tela metálica. A la izquierda una estrecha puerta daba acceso a un pequeño despacho que, ruinoso y desvencijado como el resto de la casa, albergaba algunos muebles, una mesa de trabajo, una estantería de madera en una de sus paredes y una pequeña chimenea.
--¿Y ahora? --preguntó Elena.
--No lo se bien. Según mi teoría, aquí debería haber algún tipo de alacena donde estaría oculto el libro y, tal vez, algunas cosas más, es decir, los tesoros de tu pariente. Deberíamos buscar algún agujero en las paredes, algo.
--¿Se te ocurre dónde?
--Yo empezaría por las que están tapizadas de tela. Con ella es fácil tapar un agujero y permitiría airear un espacio interior.
--¡Aquí! --exclamó Elena. --Mira, hay un desgarro en la tela y parece que por detrás está hueco.
Así era. Comenzaron a golpear metódicamente la pared buscando la diferente tonalidad de los golpes. Cuando la hallaron, golpearon con fuerza. La pared cedió. Un hueco de un metro cuadrado y unos veinticinco centímetros de profundidad, albergaba unos cuantos documentos, un buen fajo de billetes de finales de siglo y tres libros. Los revisaron uno por uno. Dos de ellos parecían ser libros de contabilidad. El tercero contenía una lista de nombres con anotaciones al margen ¡Lo habían encontrado! Se fundieron en un abrazo y en ese mismo momento oyeron un estrépito y el crujir de la puerta de entrada.
Descendieron al piso de abajo y observaron con atención. Varios tipos registraban la casa sin muchos miramientos. Calcularon que había entre ocho y diez personas. Imposible salir de ella sin que los vieran. Era evidente que buscaban lo mismo que ellos y que, si los encontraban, no se lo pedirían con amabilidad. Por otra parte, ellos tampoco contemplaban la idea de entregárselo. Cerraron la puerta de la biblioteca, la atrancaron desde dentro y volvieron a despacho. Los tipos aquellos eran pertinaces y, desde luego, no tenían ninguna precaución ni temor a juzgar por el ruido que estaban haciendo. Cuando cayó la noche, salieron a la terraza por si desde ella podían abandonar la casa. Inútil. Pero desde ella veín los haces de luz de las linternas. Quienes fueran aquellos tipos, no parecían estar dispuestos a salir de allí con las manos vacías. ¿Cuántas horas habían pasado? Por fin decidieron irse. Esperaron un tiempo prudencial y también ellos abandonaron su escondite.
***
--Señorita Montvell --había sido llamada al despacho del rector donde un comisario de la policía autonómica la estaba esperando con otros dos agentes y su profesora-- sabemos que esta noche ha estado usted en la casa Abakuá y que, posiblemente, ha sacado de ella algún bien que, como resulta evidente, no le corresponde. Bien, si nos entrega ese objeto, estamos dispuestos a olvidar todo este asunto y podrá seguir sus estudios con toda tranquilidad.
--Se equivoca. He pasado la noche en casa de mi amigo Joan Espet preparando unos exámenes. Si le preguntan...
--No me tome por tonto señorita. Desde luego, es lo mismo que él nos ha contado pero anoche les vieron salir a los dos de la casa y, registrada esta, hemos podido ver que había algunos destrozos nuevos. También sabemos que, estando ustedes en la casa, alguien más entró en ella y pasó horas registrándola. Si ustedes han econtrado el libro que buscaban; sí la señora Funcal, con bastante mejor criterio que usted y su amigo, nos ha puesto al corriente de sus investigaciones por así llamarlas. Lo que quiero que entienda, señorita Montvell, es que no están ustedes frente a un juego. El hecho de que haya más gente buscando lo mismo y que obren sin ningún temor, nos lleva a pensar que podía ser más peligroso de lo que parece.
--Mire usted, señor... Bueno, da igual. Mire usted. En principio, como ya le he dicho, anoche estuve en la casa de Joan. Siendo así, es imposible que haya encontrado "no sé qué cosa" en la casa Abakuá que, por cierto, ¿dónde está? ¿en algún lugar del Caribe, Cuba talvez, deduciéndolo por su nombre? No quiera ser mi padre, comisario... supongo. Si tiene una denuncia de alguien, usted sabrá cómo debe actual y si tiene una orden de algún juez, lo mismo le digo. Si no tiene ni una ni otra, entiendo que toda esta conversación es extraoficial y, en base a ello, le exijo que ¡me deje en paz!
--De acuerdo, Elena. De acuerdo. Por el momento sea como quieres. Soy el comisario Feixat, aquí tienes mi tarjeta. Si tuvieses cualquier problema o cambiases de opinión, no dudes en llamarme. Mi teléfono siempre está activo.
Salió enfadada. Aquel día no iría a más clases. Sacó el móvil y llamó a Joan. Quedaron en una cafetería para hablar. El asunto, la verdad, empezaba a tomar unos derroteros que no le daban ninguna tranquilidad. Camino de la cafetería se sintió vigilada, incluso le pareció que alguien la perseguía y no se equivocaba. Al salir del metro, aprovechando el tumulto, un tipo malencarado intentó robarle el bolso. Era un hecho bastante común en aquella gran ciudad pero, dadas las circunstancias, ella no podía tomarlo por tal. Era evidente que alguien más quería aquel libro.
--¿Qué te pasa? Vienes totalmente agitada.
--Si. Alguien ha intentado robarme el bolso al salir del metro.
--¿A ti también?
--¿Cómo?
--A mi han intentado robarme los libros. Ha sido aquí mismo, en los servicios. Los dejé sobre el lavabao y un tipo que entró detrás de mí los cogió y pretendía irse de "rositas". Menos mal que yo ya había terminado de... --rió y gracias a dos tipos que le obstruyeron el paso.
--¿Le obstruyeron? También al que intentó robarme a mí lo increparon dos hombres. No sé... Me han sacado de clase, ¿sabes?
--Lo imaginaba. Comisario Feixat, ¿acierto?
--Aciertas. Ya me dijo que había hablado contigo. ¿Qué se te ocurre que podemos hacer?
--No sé. De momento tomarnos un café. Luego llevar el libro a la consigna de alguna estación o similar. Algo bastante ostentoso porque creo que nos están vigilando, si no algo más. Lo importante es no separarnos del libro en ningún momento.
--Empiezo a dudar, Joan. Incluso a sentir miedo. Esto se nos está yendo de las manos. A lo mejor es demasiado para nosotros. Tal vez debiéramos quemar el libro de forma pública.
--Si. Y quedarnos nosotros como únicos conocedores de lo que decía. No parece una gran idea.
--¿Entonces? ¿Entregarlo a algún periódico para que lo haga público? ¿A cual?
En aquel momento sonó el móvil de Elena.
--Es Gemma. ¡Hola! Dime.
--Hola, Elena. Mira, es sobre el libro. Creo que debes considerar la propuesta de Feixat. Puede que sea verdad. Que este asunto sea demasiado para vosotros y resulte peligroso. El comisario está muy preocupado.
--A lo mejor, Gemma, tú has hablado demasiado. Confié en ti, te hice caso y ahora, la única verdad es que ese libro resulta peligrosísimo para Joan y para mí. Lo hemos hablado y solo vemos una solución. Publicarlo página por página, letra por letra.
--¡¡No podéis hacer eso!! ¡¡No podéis!!
--Es nuestra garantía. No tenemos otra. Jamás debí aceptar buscarlo. Jamás debímos encontrarlo. Me gustaría que me ayudaras. Los periódicos de la región quedan descartados desde ya pero, a tu entender ¿cuál sería el mejor de los de fuera?
--Lo siento, Elena. No te puedo ayudar. Yo creo que esos datos no pueden salir de nuestra tierra. Creo que es tu obligación entregarselo a Feixat y olvidarte de él. Es más, te pido encarecidamente que así lo hagas.
--Y supongo que me garantizas que las familias que figuran en ese libro se van a quedar tan tranquilas sabiendo que hay por ahí dos personas, o tal vez más, que conocen un montón de secretos poco aireables de ellas. Es así, Gemma. ¿Verdad?
--¡No me digas que habéis hablado con más gente del contenido del libro!
--No, todavía no. Estamos barajando la ideonidad del medio al que ofrecérselo. De momento, pondremos el libro a buen recaudo y luego, Joan y yo nos iremos a casa a cenar y descansar. Mañana tomaremos las decisiones.
--No os precipitéis, Elena. Hablad primero conmigo, por favor. Os espero mañana en la facultad.
--Bien. De acuerdo. Nos vemos mañana.
***
Pasaron por una estación de tren con consigna y figuraron dejar en ella el libro. Pero fue otro el que dejaron en el cajón. No estaba en su intención separarse de él en tanto encontraban una solución. Después se dirigieron a casa de Joan y allí pasaron la noche.
Al día siguiente, mientras desayunaban, oyeron la noticia: unos desconocidos habían asaltado la consigna de la estación ferroviaria destrozándo todos sus cajetines. La policía declaraba no tener ninguna pista sobre los autores.
--Tenemos que encontrar una salida, Elena. Y tenemos que encontrarla ¡ya!
--Creo que tienes toda la razón. Vayamos a la universidad y hablemos con Gemma. Puede que tenga alguna propuesta.
--¿Y ahora? --preguntó Elena.
--No lo se bien. Según mi teoría, aquí debería haber algún tipo de alacena donde estaría oculto el libro y, tal vez, algunas cosas más, es decir, los tesoros de tu pariente. Deberíamos buscar algún agujero en las paredes, algo.
--¿Se te ocurre dónde?
--Yo empezaría por las que están tapizadas de tela. Con ella es fácil tapar un agujero y permitiría airear un espacio interior.
--¡Aquí! --exclamó Elena. --Mira, hay un desgarro en la tela y parece que por detrás está hueco.
Así era. Comenzaron a golpear metódicamente la pared buscando la diferente tonalidad de los golpes. Cuando la hallaron, golpearon con fuerza. La pared cedió. Un hueco de un metro cuadrado y unos veinticinco centímetros de profundidad, albergaba unos cuantos documentos, un buen fajo de billetes de finales de siglo y tres libros. Los revisaron uno por uno. Dos de ellos parecían ser libros de contabilidad. El tercero contenía una lista de nombres con anotaciones al margen ¡Lo habían encontrado! Se fundieron en un abrazo y en ese mismo momento oyeron un estrépito y el crujir de la puerta de entrada.
Descendieron al piso de abajo y observaron con atención. Varios tipos registraban la casa sin muchos miramientos. Calcularon que había entre ocho y diez personas. Imposible salir de ella sin que los vieran. Era evidente que buscaban lo mismo que ellos y que, si los encontraban, no se lo pedirían con amabilidad. Por otra parte, ellos tampoco contemplaban la idea de entregárselo. Cerraron la puerta de la biblioteca, la atrancaron desde dentro y volvieron a despacho. Los tipos aquellos eran pertinaces y, desde luego, no tenían ninguna precaución ni temor a juzgar por el ruido que estaban haciendo. Cuando cayó la noche, salieron a la terraza por si desde ella podían abandonar la casa. Inútil. Pero desde ella veín los haces de luz de las linternas. Quienes fueran aquellos tipos, no parecían estar dispuestos a salir de allí con las manos vacías. ¿Cuántas horas habían pasado? Por fin decidieron irse. Esperaron un tiempo prudencial y también ellos abandonaron su escondite.
***
--Señorita Montvell --había sido llamada al despacho del rector donde un comisario de la policía autonómica la estaba esperando con otros dos agentes y su profesora-- sabemos que esta noche ha estado usted en la casa Abakuá y que, posiblemente, ha sacado de ella algún bien que, como resulta evidente, no le corresponde. Bien, si nos entrega ese objeto, estamos dispuestos a olvidar todo este asunto y podrá seguir sus estudios con toda tranquilidad.
--Se equivoca. He pasado la noche en casa de mi amigo Joan Espet preparando unos exámenes. Si le preguntan...
--No me tome por tonto señorita. Desde luego, es lo mismo que él nos ha contado pero anoche les vieron salir a los dos de la casa y, registrada esta, hemos podido ver que había algunos destrozos nuevos. También sabemos que, estando ustedes en la casa, alguien más entró en ella y pasó horas registrándola. Si ustedes han econtrado el libro que buscaban; sí la señora Funcal, con bastante mejor criterio que usted y su amigo, nos ha puesto al corriente de sus investigaciones por así llamarlas. Lo que quiero que entienda, señorita Montvell, es que no están ustedes frente a un juego. El hecho de que haya más gente buscando lo mismo y que obren sin ningún temor, nos lleva a pensar que podía ser más peligroso de lo que parece.
--Mire usted, señor... Bueno, da igual. Mire usted. En principio, como ya le he dicho, anoche estuve en la casa de Joan. Siendo así, es imposible que haya encontrado "no sé qué cosa" en la casa Abakuá que, por cierto, ¿dónde está? ¿en algún lugar del Caribe, Cuba talvez, deduciéndolo por su nombre? No quiera ser mi padre, comisario... supongo. Si tiene una denuncia de alguien, usted sabrá cómo debe actual y si tiene una orden de algún juez, lo mismo le digo. Si no tiene ni una ni otra, entiendo que toda esta conversación es extraoficial y, en base a ello, le exijo que ¡me deje en paz!
--De acuerdo, Elena. De acuerdo. Por el momento sea como quieres. Soy el comisario Feixat, aquí tienes mi tarjeta. Si tuvieses cualquier problema o cambiases de opinión, no dudes en llamarme. Mi teléfono siempre está activo.
Salió enfadada. Aquel día no iría a más clases. Sacó el móvil y llamó a Joan. Quedaron en una cafetería para hablar. El asunto, la verdad, empezaba a tomar unos derroteros que no le daban ninguna tranquilidad. Camino de la cafetería se sintió vigilada, incluso le pareció que alguien la perseguía y no se equivocaba. Al salir del metro, aprovechando el tumulto, un tipo malencarado intentó robarle el bolso. Era un hecho bastante común en aquella gran ciudad pero, dadas las circunstancias, ella no podía tomarlo por tal. Era evidente que alguien más quería aquel libro.
--¿Qué te pasa? Vienes totalmente agitada.
--Si. Alguien ha intentado robarme el bolso al salir del metro.
--¿A ti también?
--¿Cómo?
--A mi han intentado robarme los libros. Ha sido aquí mismo, en los servicios. Los dejé sobre el lavabao y un tipo que entró detrás de mí los cogió y pretendía irse de "rositas". Menos mal que yo ya había terminado de... --rió y gracias a dos tipos que le obstruyeron el paso.
--¿Le obstruyeron? También al que intentó robarme a mí lo increparon dos hombres. No sé... Me han sacado de clase, ¿sabes?
--Lo imaginaba. Comisario Feixat, ¿acierto?
--Aciertas. Ya me dijo que había hablado contigo. ¿Qué se te ocurre que podemos hacer?
--No sé. De momento tomarnos un café. Luego llevar el libro a la consigna de alguna estación o similar. Algo bastante ostentoso porque creo que nos están vigilando, si no algo más. Lo importante es no separarnos del libro en ningún momento.
--Empiezo a dudar, Joan. Incluso a sentir miedo. Esto se nos está yendo de las manos. A lo mejor es demasiado para nosotros. Tal vez debiéramos quemar el libro de forma pública.
--Si. Y quedarnos nosotros como únicos conocedores de lo que decía. No parece una gran idea.
--¿Entonces? ¿Entregarlo a algún periódico para que lo haga público? ¿A cual?
En aquel momento sonó el móvil de Elena.
--Es Gemma. ¡Hola! Dime.
--Hola, Elena. Mira, es sobre el libro. Creo que debes considerar la propuesta de Feixat. Puede que sea verdad. Que este asunto sea demasiado para vosotros y resulte peligroso. El comisario está muy preocupado.
--A lo mejor, Gemma, tú has hablado demasiado. Confié en ti, te hice caso y ahora, la única verdad es que ese libro resulta peligrosísimo para Joan y para mí. Lo hemos hablado y solo vemos una solución. Publicarlo página por página, letra por letra.
--¡¡No podéis hacer eso!! ¡¡No podéis!!
--Es nuestra garantía. No tenemos otra. Jamás debí aceptar buscarlo. Jamás debímos encontrarlo. Me gustaría que me ayudaras. Los periódicos de la región quedan descartados desde ya pero, a tu entender ¿cuál sería el mejor de los de fuera?
--Lo siento, Elena. No te puedo ayudar. Yo creo que esos datos no pueden salir de nuestra tierra. Creo que es tu obligación entregarselo a Feixat y olvidarte de él. Es más, te pido encarecidamente que así lo hagas.
--Y supongo que me garantizas que las familias que figuran en ese libro se van a quedar tan tranquilas sabiendo que hay por ahí dos personas, o tal vez más, que conocen un montón de secretos poco aireables de ellas. Es así, Gemma. ¿Verdad?
--¡No me digas que habéis hablado con más gente del contenido del libro!
--No, todavía no. Estamos barajando la ideonidad del medio al que ofrecérselo. De momento, pondremos el libro a buen recaudo y luego, Joan y yo nos iremos a casa a cenar y descansar. Mañana tomaremos las decisiones.
--No os precipitéis, Elena. Hablad primero conmigo, por favor. Os espero mañana en la facultad.
--Bien. De acuerdo. Nos vemos mañana.
***
Pasaron por una estación de tren con consigna y figuraron dejar en ella el libro. Pero fue otro el que dejaron en el cajón. No estaba en su intención separarse de él en tanto encontraban una solución. Después se dirigieron a casa de Joan y allí pasaron la noche.
Al día siguiente, mientras desayunaban, oyeron la noticia: unos desconocidos habían asaltado la consigna de la estación ferroviaria destrozándo todos sus cajetines. La policía declaraba no tener ninguna pista sobre los autores.
--Tenemos que encontrar una salida, Elena. Y tenemos que encontrarla ¡ya!
--Creo que tienes toda la razón. Vayamos a la universidad y hablemos con Gemma. Puede que tenga alguna propuesta.
La notica conmocionó la cuidad y toda la nación.
"Un ataque terrorista contra la universidad, ha destruido la Facultad de Periodismo. Un número indeterminado de individuos ha penetrado en la Facultad tiroteando indiscriminadamente a los estudiantes. En su huida han disparado por lo menos dos granadas antitanques contra el edificio que ha quedado destruido, produciéndose un gran incendio que ha arrasado con todo. Por el momento, se desconoce el número de muertos entre los que hay muchos estudiantes y varios profesores, además de algunos trabajadores administrativos. La policía no descarta ninguna hipótesis. El inspector Josep Feixat achaca el atentado a una cédula yihadista y dirige la investigación en ese sentido, a la vez que promete una línea abierta con los medios para seguir informando tanto del alcance de la masacre como de las novedades que se produzcan en la investigación."
"Un ataque terrorista contra la universidad, ha destruido la Facultad de Periodismo. Un número indeterminado de individuos ha penetrado en la Facultad tiroteando indiscriminadamente a los estudiantes. En su huida han disparado por lo menos dos granadas antitanques contra el edificio que ha quedado destruido, produciéndose un gran incendio que ha arrasado con todo. Por el momento, se desconoce el número de muertos entre los que hay muchos estudiantes y varios profesores, además de algunos trabajadores administrativos. La policía no descarta ninguna hipótesis. El inspector Josep Feixat achaca el atentado a una cédula yihadista y dirige la investigación en ese sentido, a la vez que promete una línea abierta con los medios para seguir informando tanto del alcance de la masacre como de las novedades que se produzcan en la investigación."
///////////////////////////////////////////////
BODA
--Buenos días señoras y señores.
--Buenos días, buenos días, buenos días, buenos...
--La razón de estar hoy aquí, como todos ya sabéis, es casar a Maira y a Luis. ¿Es así?
--Si. Así es.
--Esto... bueno... si.
--Siendo asi, Maira ¿vienes libremente a este acto?
--Si. Claro.
--¿Y tú, Luis?
--¿Qué? ¿Cómo?
--Que si vienes libremente a este acto.
--¡Ah, eso! Bueno... no se. Hay que decir que si ¿verdad?
--No hay que decir nada, Luis. Solo expresar tu voluntad.
--Bien, entonces no digo nada. Eso.
--Buenos días, buenos días, buenos días, buenos...
--La razón de estar hoy aquí, como todos ya sabéis, es casar a Maira y a Luis. ¿Es así?
--Si. Así es.
--Esto... bueno... si.
--Siendo asi, Maira ¿vienes libremente a este acto?
--Si. Claro.
--¿Y tú, Luis?
--¿Qué? ¿Cómo?
--Que si vienes libremente a este acto.
--¡Ah, eso! Bueno... no se. Hay que decir que si ¿verdad?
--No hay que decir nada, Luis. Solo expresar tu voluntad.
--Bien, entonces no digo nada. Eso.
--¿Eso, qué?
--Pues eso. Que estoy aquí.
--Pero, ¿quieres estar? Si o no.
--¡Oye! ¡Yo qué se! ¡No te pongas gallito!
--A ver, Luis, como te lo digo ¿tú quieres casarte?
--¡Hombre, claro! ¡Todos queremos casarnos alguna vez! ¿no?
--A ver... hoy. ¿Quieres casarte hoy? ¿Quieres casarte con Maira?
--¿Con Maira? Oye, tío. Una pregunta. ¿Pueden salir un momentito Maira y su madre?
--Señoras, por favor se lo ruego, salgan un momento. --¡Ya está! y ahora... ¿qué?
--Ahora nada. Tú sabrás quie eres el que casa.
--Oye, perdona ¿tú estás en tus cabales?
--Ja, ja, ja, en mis cabales dice. ¡Ya me gustaría ver cómo estabas tú si conocieses a mi futura suegra!
--Mira, chaval. Déjate de rollos. Lo único que quiero saber es si quieres o no casarte. Si quieres, os caso. Si no quieres, nos vamos todos a casa y tan amigos.
--Ya... y me mata mi suegra. Si, esa rubia que has hecho salir ¿te has fijado en su cara? Seguro que también a ti te caen unas toñejas.
--Bueno, ¿qué pasa? ¿Podemos entrar ya? ¡Solo es una boda!
--¡Mamá!
--Si. Pasen. Y tú, como sigas poniendo problemas, te juro que te arrepentirás el resto de tu vida.
--No. Tranquilo. Si eso ya lo se yo sin que tú me lo jures.
--Bien estimado público, seguimos con la ceremonia. ¿Alguno de los asistentes tiene algo que decir que impida la celebración de este matrimonio?
--Si, yo. Lo que quiero saber es si tú eres el alcalde.
--No señora. Yo no soy el alcalde. Soy el Concejal de Urbanismo.
--¿Y por qué no los casa el alcalde? Pero bueno, ya que estamos... ¿Cuándo váis a arreglar el bache de la calle Torrontero? ¡Es una vergüenza!
--¡Señora, no es el momento!
--No es el momento, no es el momento. Excusas. Nunca es el momento y así llevamos dos años.
--Ya vale, ¿nos ceñimos a la boda? ¿Alguien más tiene algo qué decir?
--Esto, no se. A lo mejor no viene al caso pero me da regomello...
--¡No, Antón! ¡No es el momento, ni viene al caso! ¡Para nada!
--Pero me siento mal.
--Pues hable y vamos acabando ya.
--La cosa es que me he acostado con Maira. Varias veces. La verdad, muchas.
--No te apures, Antón. No creo que sean más de las que yo me he acostado con Lena.
--¿Tú? ¿Eras tú? ¡Cabrón! ¡Yo te mato!
--¡Secretaria, qué suban los municipales!
--¡Luis! ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Cómo? ¡Y con Lena!
--¡Antón! ¡Pero qué vergüenza!... ¡Qué vergüenza! ¡Con Maira! ¡Con Maira encima... o debajo... o yo qué sé!
--¿Si, señor concejal? ¡Diganos!
--Por favor, deslojen la sala y llevenlos a todos al jusgado ¡qué los casen allí si quieren!
--Pues eso. Que estoy aquí.
--Pero, ¿quieres estar? Si o no.
--¡Oye! ¡Yo qué se! ¡No te pongas gallito!
--A ver, Luis, como te lo digo ¿tú quieres casarte?
--¡Hombre, claro! ¡Todos queremos casarnos alguna vez! ¿no?
--A ver... hoy. ¿Quieres casarte hoy? ¿Quieres casarte con Maira?
--¿Con Maira? Oye, tío. Una pregunta. ¿Pueden salir un momentito Maira y su madre?
--Señoras, por favor se lo ruego, salgan un momento. --¡Ya está! y ahora... ¿qué?
--Ahora nada. Tú sabrás quie eres el que casa.
--Oye, perdona ¿tú estás en tus cabales?
--Ja, ja, ja, en mis cabales dice. ¡Ya me gustaría ver cómo estabas tú si conocieses a mi futura suegra!
--Mira, chaval. Déjate de rollos. Lo único que quiero saber es si quieres o no casarte. Si quieres, os caso. Si no quieres, nos vamos todos a casa y tan amigos.
--Ya... y me mata mi suegra. Si, esa rubia que has hecho salir ¿te has fijado en su cara? Seguro que también a ti te caen unas toñejas.
--Bueno, ¿qué pasa? ¿Podemos entrar ya? ¡Solo es una boda!
--¡Mamá!
--Si. Pasen. Y tú, como sigas poniendo problemas, te juro que te arrepentirás el resto de tu vida.
--No. Tranquilo. Si eso ya lo se yo sin que tú me lo jures.
--Bien estimado público, seguimos con la ceremonia. ¿Alguno de los asistentes tiene algo que decir que impida la celebración de este matrimonio?
--Si, yo. Lo que quiero saber es si tú eres el alcalde.
--No señora. Yo no soy el alcalde. Soy el Concejal de Urbanismo.
--¿Y por qué no los casa el alcalde? Pero bueno, ya que estamos... ¿Cuándo váis a arreglar el bache de la calle Torrontero? ¡Es una vergüenza!
--¡Señora, no es el momento!
--No es el momento, no es el momento. Excusas. Nunca es el momento y así llevamos dos años.
--Ya vale, ¿nos ceñimos a la boda? ¿Alguien más tiene algo qué decir?
--Esto, no se. A lo mejor no viene al caso pero me da regomello...
--¡No, Antón! ¡No es el momento, ni viene al caso! ¡Para nada!
--Pero me siento mal.
--Pues hable y vamos acabando ya.
--La cosa es que me he acostado con Maira. Varias veces. La verdad, muchas.
--No te apures, Antón. No creo que sean más de las que yo me he acostado con Lena.
--¿Tú? ¿Eras tú? ¡Cabrón! ¡Yo te mato!
--¡Secretaria, qué suban los municipales!
--¡Luis! ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Cómo? ¡Y con Lena!
--¡Antón! ¡Pero qué vergüenza!... ¡Qué vergüenza! ¡Con Maira! ¡Con Maira encima... o debajo... o yo qué sé!
--¿Si, señor concejal? ¡Diganos!
--Por favor, deslojen la sala y llevenlos a todos al jusgado ¡qué los casen allí si quieren!
///////////////////////////////////////////////////
···················
···················
RENDIDA
Se fue entre el susurro del agua,
de la mano del viento suave del sur,
su sueño buscado, su amigo fiel,
que hoy la acompaña firme
a la ineludible cita con su amante.
de la mano del viento suave del sur,
su sueño buscado, su amigo fiel,
que hoy la acompaña firme
a la ineludible cita con su amante.
Todo el tiempo transcurrido,
no le había borrado la pasión de juventud,
aquel amor a primera vista,
que mantuvo a lo largo del tiempo.
no le había borrado la pasión de juventud,
aquel amor a primera vista,
que mantuvo a lo largo del tiempo.
No recordaba su ser ni el cuando ni el donde,
pero mantenía muy dentro su aroma,
pero mantenía muy dentro su aroma,
la dulzura de su canto y su sabor inolvidable.
Lo tuvo que abandonar, perderlo
y nunca se pudo entregar a sus caricias,
mas ni un solo momento olvidó su canto,
ni aquel brillo de luz zafiro y plata
que soñaba y lloraba cada noche,
por no poder tenerlo junto a ella
en el despertar de sus mañanas.
Lo tuvo que abandonar, perderlo
y nunca se pudo entregar a sus caricias,
mas ni un solo momento olvidó su canto,
ni aquel brillo de luz zafiro y plata
que soñaba y lloraba cada noche,
por no poder tenerlo junto a ella
en el despertar de sus mañanas.
Hoy, por fin, volvía a él decidida,
feliz porque ya nunca más lo abandonaría,
iría a él aún siendo en cenizas,
transportada, mecida por su amigo el viento,
a posarse sobre él para que la absorviese.
feliz porque ya nunca más lo abandonaría,
iría a él aún siendo en cenizas,
transportada, mecida por su amigo el viento,
a posarse sobre él para que la absorviese.
Y en él se hundiría y se transformaría,
hasta hacerse ella misma también mar.
Su delirio. Su vida.
EDÉN
hasta hacerse ella misma también mar.
Su delirio. Su vida.
EDÉN
Ella trabajaba sin descanso, llena de ilusión. Esta aquí. Esta allí...
--Cariño
Seguía con lo suyo
--Cariño
Ni caso
--Cariñooooooooo
--¡Qué!
--No podemos hacer el nido en este árbol.
--¿Por qué no? Es bonito.
--Es bonito, es bonito ¡Claro que es bonito, pero en él vive una serpiente!
--¡Bah! ¡No te preocupes! Es vegetariana.
--¿Vegetariana? ¿Cómo que es vegetariana?
--Si. Siempre va de acá para allá con una manzana en la boca.
Ganador del concurso EC.O
--Cariño
Seguía con lo suyo
--Cariño
Ni caso
--Cariñooooooooo
--¡Qué!
--No podemos hacer el nido en este árbol.
--¿Por qué no? Es bonito.
--Es bonito, es bonito ¡Claro que es bonito, pero en él vive una serpiente!
--¡Bah! ¡No te preocupes! Es vegetariana.
--¿Vegetariana? ¿Cómo que es vegetariana?
--Si. Siempre va de acá para allá con una manzana en la boca.
Ganador del concurso EC.O