jueves, 5 de mayo de 2016

PRINCESA A RATOS


Azucena, en su labor de camarera personal, ordenaba por enésima vez la suite 236 del Gran Hotel. Era un trabajo cómodo y bien pagado pero, aun así, todo tiene, por lo menos, un par de limites. A sus treinta años, tenia un cuerpo escultural que para si quisieran muchas de las que disfrutaban aquella suite. Su afinada educación, sus tres licenciaturas y los cuatro idiomas que dominaba, la colocaban en demasiadas ocasiones, a mayor nivel que aquellos que le daban órdenes.
Pero la crisis y un administrador poco escrupuloso, arruinaron a la mujer que, adoptándola de niña, le había dado todo.
-Esto si es una buena madrastra y lo demás son cuentos -pensó.

Por poco que le apeteciese, necesitaba aquel trabajo. Su mente vagaba libre mientras ordenaba los lujosos vestidos, las joyas, los complementos, la sensual lencería… de la mujer que ocupaba ahora el aposento.
Y si… Sabía cual era el otro limite pero… Y si…
Se despojó de sus ropas y, desnuda, se miro en el espejo. Era hermosa. Vestida con aquellos lujos parecería una verdadera princesa.

El salón de recepciones del hotel estaba repleto. Toda la jet estaba allí. Magnates de la banca, de los negocios, políticos, gobernantes… Las mujeres, entre las que, seguramente, se encontraban las más hermosas y las más elegantes del mundo, lucían su posesion y su estatus con orgullo.
Azucena se movía en aquel ambiente como pez en el agua. Charlaba y departía con unos y otros despertando admiración en muchos, envidias entre las mujeres y miradas de deseo entre los hombres. A pesar de saber que había traspasado los límites, lo estaba pasando de maravilla. Por vez primera se sentía una mujer de mundo disfrutando de todo aquello que, de alguna forma, creía que la vida le debía.
Y en el mejor momento, en pleno apogeo de la fiesta, sus ojos se encontraron con los del Jefe de Sala. No había duda. La había reconocido. Un gesto, solo uno, y entraron en un cuarto contiguo. El no dijo nada. Cerró con pestillo y se desabrochó el cinturón. No había ni reproche ni burla. Solo era un buitre más aprovechando la oportunidad.
-No te preocupes niña -le dijo al salir- Si yo supiese solfear, tampoco seria cantante.
Vinieron más días. Más fiestas. Más momentos. Azucena, que un día quiso ser princesa, acabó siendo la sierva sexual de todos aquellos hombres del hotel que la vida había colocado un peldaño por encima de ella.