miércoles, 24 de febrero de 2016

NO QUEREMOS


Vives en el aire. En mi aire. Eres lo que respiro. La suave brisa que acaricia mi piel cada mañana, cada momento del tiempo que vivo, si vivir es estar lejos de ti. Extrañarte. Anhelarte. Buscarte en cada esquina, en cada rincón o calleja, en cada árbol del bosque profundo en que se convierte mi mundo lejos de tu luz, de tu aroma, del dulce sonido de tu risa.
Todo ello se me niega, todo. Toda tú. Pero yo, lejos de ti, te sueño. Te pienso junto a mi, temblando al poder tocar tu pelo, al acariciar tu piel que me envuelve en su aroma reviviéndome con su calor. Miro tus labios rojos, ofrecidos como suave seda para acariciar los míos y transportarme a un mundo de sensaciones sin fin, de esperanzas y realidades.
Tu aliento abrasa mi cuello, tu respirar es música en mis oídos y tus brazos rodeando mi torso, son el descanso y el despertar de mi ser a los placeres que tu cuerpo cálido y jovial ofrece.
Más allá, eres el caminar de mis noches, la razón que guía mis sueños y hace de mi vida una utopía que se fija en ti. Que se materializa en tu realidad. Onírica, si, pero realidad no obstante.
Una realidad nítida que se manifiesta en tus caricias, en tus besos recorriendo mi cuerpo, en tu ser fundida conmigo. Cambia el olor de tu piel. El ritmo de tu respirar. Cambia también el mío. Ambos se acoplan y se hacen uno. Se vuelven sublimes, inmortales y, de esa forma, recorren el tiempo, la distancia que nos separa en lo físico y nos unen en el sentir ya para siempre.
Te vi un día en algún lugar y supe que nos pertenecíamos. Es así. Estés donde estés, a través del Universo, tú eres yo y yo soy tú. Somos, y tan solo hemos de esperar a encontrarnos, a admitirnos, a tener la valentía de mirarnos a los ojos, sonreir y decirnos "te quiero".
Y eso es todo lo que hay entre nosotros. Si tú quieres, si ambos queremos, perderemos la vida pero no podremos, de ningún modo, evitarlo. Además, no queremos ¿verdad?

lunes, 22 de febrero de 2016

INMORTALES


Vivo sin horas, sin días, sin semanas ni meses. Solo los años me abruman. Caen sobre mi, de uno en uno, como una losa que poco a poco aplasta mi materia mortal. Eso es lo malo ya que la otra, la espiritual, sigue intacta. Invariable en el paso del tiempo, en su capacidad de generar sentimientos e ilusiones. Es verdad, eso también debo decirlo, que no genera las mismas ilusiones, los mismos sentimientos, algo que, mas allá de la edad, es fruto de la experiencia. De lo que cada cual haya vivido a lo largo de su existencia. De como haya enfocado su caminar por la ladera, más o menos agreste, que es el paso por el tiempo que se nos presta.
He visto viejos, si, viejos, -reivindico la palabra- llorando como niños porque se les han roto las ilusiones, porque su tiempo se les hizo quimera. Y he visto a jóvenes desesperarse por los mismos motivos. Los sentimientos son los mismos con veinte que con setenta años. Lo que cambia es el enfoque que damos a las causas que los provocan. Cómo llegamos a ellos. La diferencia básica es la prisa. El joven lo quiere todo ya, en el momento que lo piensa. El viejo, en cambio, sabe que no es así. Que si lo quiere para ya, lo debe pensar varios tiempos antes. Ese saber, a lo que en realidad enseña es a esperar. El viejo no tiene prisa por llegar. Su meta, al fin lo ha comprendido, es única. No hay segunda oportunidad, así que cuanto más tarde llegue a ella, mejor.
Y entre tanto, se sigue viviendo, pensando, soñando. Soñar no cuesta esfuerzo y siempre puedo escoger el sueño en el que quiero esforzarme para hacerlo realidad. Pero, eso si, sin prisas. La meta ya no es la realización de cualquier sueño. Ni siquiera intentarlo. La meta es, simplemente, vivir. Subir la ladera a paso tranquilo, pausado, y pararse de cuando en cuando para mirar al valle donde reposan los momentos mejores tendidos entre la suave hierba. También. También veremos los escollos en ella anclados, sobresaliendo del verdor con sus colores grises o marrones. Moles duras y pertinaces que se empeñan en no rodar a la escollera. ¿Y qué? Son pasado. Ya no cuentan. O si cuentan, no marcan ni modifican el camino. Si acaso, los miramos desde arriba sabiéndolos ya superados. Como mucho, nos empujan a volver la vista al sendero, a fijar el paso y a dar un nuevo impulso a nuestro caminar cansino ya, lento, tal vez inseguro pero firme bajo el peso de esas losas que nos hacen encorvar el envoltorio material mientras se refuerza, dentro de él, la realidad inmortal de nuestro ser. La energía perenne que, cuando ya no seamos visibles ni tangibles, nos hará inmortales.

viernes, 19 de febrero de 2016

A SI MISMO

Era un tipo normal. De esos que hay miles. Tenía a su favor una vida fácil en la que todo le vino dado. Tan dado que hasta se pudo permitir el lujo de hacerse a si mismo. Y estaba tremendamente orgulloso de ello.
No era para menos. Tras una infancia sin faltarle nada, tras una adolescencia carente de privaciones, tras unos estudios pagados por papá de los que salió con una prometedora carrera, le llegó el momento de ser él mismo. Para poder llegar, aceptó un trabajo en la empresa familiar amparado en las buenas notas de diplomatura y se acabó. Era tiempo ya. El tiempo.
Comenzó a hacerse él. Rompió con los canones familiares y tocó otras puertas. No le resultó difícil. Los amigos de papá manejaban grandes estructuras sociales, empresas y medios... Así que inició su andadura como "ente mismo". Antes, en el intermedio, se casó. Si. Con la novia que de él se esperaba, que todo lleva su andar. Vivieron, con vistas a que no sería para siempre, en el ático que les proporcionó la familia de ella en la principal avenida de la ciudad. Pero como la idea, lo que es la idea, ya estaba instalada en su cerebro, dio el necesario paso al frente. En la cena de Nochebuena, entre mantecados, copas de licor y algún villancivo, lo soltó:
-Familia, quiero ser farandulero.
Todos se rieron mucho. Incluso la abuela que, como tenía dentro de la boca un trozo de turrón del duro que roía poco a poco, se atragantó y hubo que llevarlo a urgencias. Y ahí, si. Ahí, su padre se puso serio. Lo citó para el día siguiente antes de la comida familiar y, con el abogado presente, le amenazó con desheredarlo. ¡A él! ¡Con amenazas a él! Abrió la puerta, se volvió en el dintel y con voz serena y alta, para que todos lo oyesen, contestó a su padre:
-Seré más rico que tú, más influyente que tú y más famoso que tú.
Luego se acercó a su mujer y en un tono normal:
-Mi padre nos deshereda, ¿estás conmigo?
Y ella que si. Que cómo no. Que su amor era lo más y que su confianza ciega.
Y se decidió. ¡Qué duro le resultó hacerse! ¡Qué ansiedad! ¡Cuánta incertidumbre! Eran sus primeros pasos fuera del auxilio familiar y los dirigió a la capital. Visitó al director del periódico de mayor tirada del país, un gran amigo del clan. Que si. Que ya vería. Que era un honor con ese apellido. Una columnita de opinión en principio. Alguna colaboracion. Tal vez... ¿Se acordaba de...? Le anunciaría su visita. Si. Dirigía una cadena de televisión. Acaso...tertuliano. ¡Claro! ¡Pagaban genial! Y ya allí... ¡Joer! ¡el hijo de don...! ¡Tenia que conocerle! Casualmente era director de un teatro, consejero de una productora y alguna cosa más. Este era ideal. También estaba metido en lo público.
Visitó a unos y a otros. A todos les dejó claro que no les pedía favores. Que él valía. Que su apellido... bueno...era el que le tocó. Les dio su tarjeta. La personal y la del matrimonio. Varias en cada sitio porque nunca se sabe.
Bueno, ya estaba. Se había lanzado a la piscina. No podía hacer más. Se fue al hotel y, abrazado a su mujer, pasaron las dos horas más angustiosas de toda su vida. Le llamaron del periódico, de la televisión, del teatro, del Círculo de Autores, de la Sociedad Empresarial.... Se convirtió en periodista, actor, presentador, conferenciante, empresario, escritor... Alcanzó gloria, dinero, fama y reconocimiento pero él nunca, en ninguna ocasión que tuvo, se olvidó de repetir la misma frase: "...yo soy un hombre que se ha hecho a si mismo".

domingo, 14 de febrero de 2016

Y LA VIDA SIGUE


Te recordaré en mis horas de soledad cuando no vea tus ojos mirarme con deleite. Cuando no me llegue tu perfume mezclado con el aroma del café y las tostadas.
Y sabré que mi vida camina al traspiés, tropezando en las huellas que tus pasos dejaron en el camino que recorrimos juntos y que permanece ante mi lleno de claros y sombras bajo las que descansa tu imagen en mil posturas. Fotografías en sepia pasando ante mis ojos inundados por la bruma de la emoción o del temor a vivir sin aquello que te llevaste contigo.
También empiezo a sospechar que no será tu piel lo que más eche de menos. Tus besos, tus caricias, tus abrazos. Tu gemir en las noches o tu suave respirar en las mañanas. El calor de tu cuerpo pegado al mío, la seda de tu pelo en el éxtasis que nos fundía de placer cuando el deseo nos llamaba.
Extrañaré tu alma. Eso que, aun no sabiéndolo definir, se desprende de ti para completar lo más profundo de mi existencia. Porque será lo intangible de tu presencia lo que haga más profunda, más desesperante y más amarga esta nueva forma de vida que se instala en mi hogar y en mi alma. Una soledad que me obliga a abrir las ventanas para no axfisiarme, para que la luz inunde mi entorno haciéndome ver un mundo, más allá de mis fronteras, que no me importa ya nada. Sea cual sea su vaivén, tan solo será para mi un lugar pequeño en el que habré de moverme, de respirar, tratando de sobrevivir a mis propias emociones.
Viví solo para conocerte. Contigo para no soñarte. Te buscaré en mil vidas y en tres mil nuevos amores que serán tan viejos como la vidas que viví para encontrarte. Ya nada será lo mismo ni tendrá los mismos colores, la misma luz y, sin embargo, todo sigue avanzando, existiendo, teniendo un fin que es, a la vez, un principio con la única razón y el único sentido de pensar en ti sin querer olvidarte.

TORMENTA


Corro la cortina y me asomo a la ventana. El horizonte apenas empieza a marcarse en la oscuridad.  Pero la compleja telaraña de mis sueños me ha despertado nervioso como la artífice que ve debatirse en su tela un ser mucho mayor que ella misma.
Mi monstruo -¿se ponen nerviosas las arañas?- son esos hechos que, aun desconocidos, percibo cercanos en mi vida. Negros nubarrones que avanzan impulsados por vientos de cambio, tan helados, que dejan tumefactos mis pensamientos. Desconocidos pero agónicos porque marcarán un tiempo oscuro para mi, abandonado ya de mi razón y de mi condición.
Pierdo la conciencia de ser yo mientras por mi mente van pasando los últimos acontecimientos de mi vida que, con un ojo en el incipiente horizonte y otro en el fondo de mi ser, veo como si fuese un mero expectador ajeno a todo.
Y simplemente me pregunto:¿Qué más da? La razón o la sinrazón, la verdad o la mentira, no son más que interpretaciones de unos sentimientos tan dispares como dispares son las personas que los viven o interpretan.
La tormenta se desata en mi y me dejo arrastrar por el viento huracanado. Empapar por la lluvia de mis propias lágrimas que, saladas y amargas, penetran en mi boca -lo del amargor va a ser por la loción anticaída del pelo, verás- y ahogan mi yo entre la desesperación y la congoja.
Pero ya el horizonte se ha teñido de naranja y el sol está a punto de surgir tras las colinas. La luz inunda la habitación y me muestra la realidad de mi mundo cotidiano, la certeza de lo que me rodea y la necesidad de esbozar una sonrisa para ocultar a todas aquellas personas que comparten cualquier espacio de mi vida, el terror y el frío helador de la negra tormenta que azota mi alma.

jueves, 11 de febrero de 2016

CALOR


Han pasado años, pero si cierro los ojos, aún la veo como antes. La falda corta, la espalda desnuda, la mirada pícara y el gesto provocador.
Eran días de verano. Noches cálidas que invitaban a la intimidad, al paseo, a la unión, a la complicidad y ella, fresca y segura, sabía, muy bien por cierto, desplegar toda su sensualidad.
Caminaba delante de mi contoneando las caderas, dejando que el aire acariciase su cuerpo y transportase hasta mi el dulce aroma de su piel.
Abrazamos nuestras cinturas y así, con su cabeza apoyada en mi hombro y los cuerpos muy, muy pegados, caminamos en silencio, solo dejándonos sentir, al amparo de la noche con las vacías calles de la ciudad como testigos de las miradas ansiosas, de las osadas caricias, de los ávidos besos en las esquinas...
La madrugada se acababa. El sol nos encontró desnudos sobre las sábanas de su cama, las pieles brillantes, bañadas en sudor.
Eran días de verano. Noches que invitaban al amor.

CALLAD (p)






Que callen las voces.
Que hable el silencio.
Que se entiendan las pieles.
Que las almas se alejen.
Que huyan de las mezquindades.
Que sea la lujuria la que nos gobierne.
Que sea la pasión la que nos seque.
Que sea la desesperanza la que nos mueva.
Que la resignación sea nuestro destino.
Que hablen las entrañas.
Que se rompa la razón y el sentido.
Que no broten lágrimas en la distancia.
Que de ti y de mi no haya recuerdo.
Que no quede sonido, ni reflejo, ni palabra.
Que la vida nos olvide.
Que no quede nada.
Que callen las voces.
Que el silencio habla.

miércoles, 10 de febrero de 2016

SIEMPRE



Estaba vacío, desolado. Tanto que no me pude despedir de ella. Entonces aparecistes tú. Te sentaste a mi lado, callada, y tomaste mi mano. Sentí el calor de tus dedos y el dolor compartido a través de unos ojos derretidos en lágrimas. Y sucedió.
En un momento, nuestros labios se juntaron buscando el consuelo en un beso tan cargado de rabia y desesperanza como de pasión. Luego, en el abrazo íntimo, nos redimimos de nuestro dolor y nuestro miedo mientras en el tocadiscos sonaba aquella canción que le hacia vibrar y beberse la vida al escucharla. Nos amamos en silencio en un único homenaje a su ser. A esa presencia suya que pululaba a nuestro alrededor queriendo aferrarse a un mundo que se le escapó cuando más quería disfrutarlo.
Pero tú y yo sabemos que fue nuestra entrega carnal la que le ofreció el camino por el que regresar a su ser y transformarse en energía intemporal. Y desde allí, lo se, acude a ti, al igual que acude a mi, hasta que al fin podamos reencontrarnos para acabar lo que el destino cruelmente le arrebató.
Mañana, después de tanto tiempo, volveremos a encontrarnos, volveremos a amarnos y volveremos, como hace tanto tiempo, a ofrecerle un camino que le permita seguir anclada a este mundo, que seguirá siendo el suyo, en tanto tú y yo estemos en él.
Siempre, tú lo sabes muy bien, siempre la amaré.

VIAJE


Me tumbo en el suelo tal cual, mi piel contra la hierba. Cierro los ojos. No veo. El mundo desaparece como si dejase de existir.
Amanso mi respiración y escucho más allá. La tierra me transmite una música que alguien interpretó en algún tiempo, en algún lugar.
Presto mayor atención y comienzo a comprender el mensaje a través del sonido. Mis ojos están cerrados y sin embargo, mi mente está llena de imágenes, de colores. Otros sonidos se añaden a la música. Voces de niños. Retazos de conversaciones que nada me dicen. Siento ojos que me miran, que escrutan mi cuerpo y percibo mentes que se introducen en la mía tratando de adivinarme, de saberme, de controlarme.
Y en ese estado, soy muy consciente de haber abierto los ojos. Aún así, no veo nada. Tengo los ojos abiertos pero no veo. Desaparecen las voces de los niños, las risas, las conversaciones. La música suena ahora más fuerte, más cercana. Surge a mi alrededor desde la tierra. Me envuelve. Oprime mi pecho y no me deja respirar. Manoteo tratando de encontrar un poco más de aire que inunde mis pulmones pero siento que me hundo, que caigo. La tierra me absorbe y me lleva a ella. Me abraza. Me hace parte de si y yo, fiel, me dejo llevar flotando hasta donde ya no sea yo. Hasta el lugar en que me transforme dejando ir mi aspecto , mi pensar, mi sentir, mi ser.
Un sonido chirriante rompe la envolvente melodía y atrae mi mente hacia él. Lo reconozco. Es el simple "cri-cri" de un grillo. Distante. Muy distante pero firme. Otro sonido se le suma. Es el retumbar de un trueno. Unas timidas gotas caen sobre mi piel desnuda.
Pero la magia de ha roto y, otra vez, vuelvo a dejar la tierra para entregarme al mundo.

domingo, 7 de febrero de 2016

DOMINGO


Aquella mañana parecía diferente. El sol, que entraba por el ventanal, ya me miró mal. Pero no fue todo. Al salir de la cama, un pie se me enredó en la sábana y fui a parar, con huesos y todo, contra la cómoda que, a la razón del golpe que me pegué, de cómoda no tiene nada. A lo que voy…
Caí yo y cayeron del mueble los dos cuadritos y tofos los frascos de perfumes y afeites de mi señora esposa que se desparramaron por el suelo, por la sábana, por mi piel. ¡Menos mal que olían bien!
Al estrépito se despertó mi mujer con cara de susto que, naturalmente y a la vista de la escena, cambió a la hilaridad absoluta mientras estiraba de la sábana.
-¡Oye! ¡No estires! Jooooooo…
-Pero es que, ja ja ja, me quiero tapar.
-¿Taparte? ¡Cómo si no te hubiese visto nunca las tetas!
-¡Vaya! Yo lo hacia por ti. Para que no te “animases”.
Animarme dice. Estoy hecho un cuatro entre el suelo y la ” in”cómoda. El pie enredado en la sábana, no se cuantos frascos de colonia derramandose sobre mi y un golpe que me duele ni se donde…¡Para animarme estoy yo!
La miro. Está guapa a la luz del sol. Los labios abiertos por las carcajadas, los ojos brillantes, el pelo alborotado. Sus pechos se balancean al ritmo de la risa…glubb!
-Ven -le digo- Ayudame ¿no?
Se mueve hacia el borde de la cama y baja muy lentamente mirando donde pone los pies para no mojarselos con la colonia, hasta quedar de pie frente a mi cubierta solo por el pequeño triangulo de sus bragas.
Se inclina, coge mi mano y, en ese momento, yo me dejo caer hasta tumbarme en el suelo arrastrándola conmigo.
-Agggggghhhh… ¡Esto esta helado!
-Pero huele muy bien.
La coloco debajo mío y la beso en la boca con pasión.
-Uffffff… Veo que mucho daño no te hiciste. Espera. Creo que un frasco me está apretando en la tripa.
-Lo se. No importa. No es de cristal.
Arrastramos con nosotros la totalidad de la sábana. Apartamos cuadros, frascos… y allí mismo, en el suelo, impregnándonos la piel de los aromas de aquella mezcla de perfumes, hicimos el amor apasionadamente.
Pasado un tiempo, ya relajada, dio un salto.
-Me toca -dijo- recoge todo esto.
Y de una carrera entró en el baño corriendo el pestillo.
Salió con el pelo húmedo pero ya vestida.
-Duchate mientras preoapo el desayuno. Por cierto, no tienes paté.
¡Vaya! Me encanta desayunar paté pero ¡qué le vamos a hacer!. Entré en el baño. Me afeité, me metí en la ducha, me enjaboné… ¿queeeeeeeeeeé? ¡Joder! ¡Se ha apagado la caldera!. Me quité el jabón con agua fría. Me sequé friccionando bien fuerte para recuperar el calor, me vestí y con una sonrisa viendo el desaguisado de sábanas, ropa interior y botes revueltos, bajé a desayunar.
-Ya estoy -dije.
-¡Ah, cariño! ¿Sabes quién ha llamado? Mi madre. Que viene a comer.
¡Estupendo! El día, precioso, cálido y lleno de sol, seguía arreglándose. Salí al patio. El astro, superados ya los montes, seguía mirando hacia mi con, diría yo, una sonrisa burlona.
Pero no ¡Esto no iba a quedar así!
¡¡¡Feliz domingo!!!

"LANCERIA"


Hacia tiempo que dormíamos en habitaciones separadas. Sin entrar en detalles, solo diré que es una forma de tantas. Pero aquel día, de madrugada, ella cruzó el umbral de la puerta de mi alcoba. Vino con su bata, arrebujada en ella a pesar de que la temperatura era muy agradable. Cuando me preguntó si podía tumbarse conmigo le sonreí y le hice espacio. Apartó la ropa de cama y, según estaba, se introdujo entre las sabanas y se tapó enterita.
Si me había alegrado por algo, hasta allí llegó. Os lo digo en serio: no hay nada más antierótico que tener una mujer en tu cama envuelta en una bata de tejido polar de tres colores abrochada hasta la barbilla.
Aún asi, recordando su cuerpo desnudo, la suavidad de su piel, la abracé por detrás y busqué el hueco para llegar a la soñada redondez de sus pechos en los que tantas veces había dejado la razón. Al fin, tras medio arrancar un par de botones, mi mano superó la barrera de aquella obstinada bata para encontrarse con las copas armadas de un sujetador que parecía fabricado cual chaleco antibalas.
Pero mi mano, curtida y cansada de mil batallas sin gloria, no estaba dispuesta a ceder al desencanto. Descendió suavemente hacia el vértice de los añorados muslos para encontrarse con la rigidez de la braga-faja que se apretaba a aquella piel como si hubiese nacido con ella y que, evidentemente, no dejaba el mínimo resquicio para que pudiera ser asaltada. Pertinaz ella, recabó la ayuda firme del antebrazo para abrir un hueco en aquella dura defensa y quedar detenida, paralizada, aprisionada sobre el vientre desde donde tuvo que iniciar una triste retirada bajo amenaza de padecer un serio esguince en cualquiera de los elementos participantes en la imposible conquista.
Y aún con todo, vuelve a enfrentarse al los imposibles cierres del sujetador-coraza. La bata polar, en el trajín de los envites está ya totalmente abierta. Sin embargo, el interés ha decaído y aunque el intento permanece más por cuestiones de pundonor, es difícil sujetar la libido ante la visión del mortal conjunto braga-faja-coraza en ese incierto color que pretende volver invisible lo inevitable.
Desesperado, hundido y derrotado, vuelvo a cubrirla con el edredón, me giro dándole la espalda y la oigo decir:
-¡Ya no me quieres como antes!

EN NEGRO...

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Aquel tipo era un alarde de visceralidad. Liberó el tambor del revólver para sacar  con total parsimonia, una a una, las balas mientras miraba, sin verlo, al sujeto atado de pies y manos a la las silla.
Habían sido amigos un tiempo atrás y en honor a esa pasada amistad, dejaría solo una bala y dispararía un solo tiro. No era él si no la diosa Fortuna quien tenía en sus manos la vida del pobre diablo. Cerró el tambor. Apuntó… El estampido atronó sus oídos.
Cuando el humo se disipó, un orificio negro adornaba la frente del fiambre. En sus finos labios se dibujó una fría sonrisa. El el último instante se le ocurrió que no habían sido tan amigos y dejó dos balas en el tambor.
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El comisario miró el cadáver con una muestra de desprecio en su cara a la vez que pasaba el dedo por la superficie limada en la que debería estar el número de serie de aquel revólver que sujetaba en la mano enguantada.
Con sumo cuidado, colocó el arma en la del muerto y se dirigió al club silbando tranquilamente por la calle iluminada de neón. La rubia platino, embutida en un imposible vestido, le esperaba besándose apasionadamente con el tipo de la cicatriz en la cara.

sábado, 6 de febrero de 2016

CUMPLEAÑOS

Era mi cumpleaños y, para celebrarlo, daba una pequeña fiesta en mi casa con amigos y compañeros de trabajo. Lo que no esperaba era que poco antes de la hora prevista, un mensajero tocara el timbre para dejarme una pequeña caja envuelta en papel de regalo. La abrí. Dentro había un perfumado tanga de mujer con una nota: "Si encuentras a mi dueña, tendrás tu regalo". ¡Vaya! Tenia una amiga o compañera un poco juguetona. O mucho.
Si quería "mi regalo", tendría que afinar el ingenio. Tampoco era cuestión de ir preguntando a todas: ¿Llevas bragas? ¿Y si me llevaba la sorpresa de que más de una no llevase? ¡Interesante propuesta! Por mucho que pensé, no podía imaginar a quien se le había ocurrido la idea.
La fiesta iba avanzando y yo seguía dándole vueltas a la cabeza. Paula, Inés, María, Julia y Ángela, descartadas. Con aquellas minifaldas, todos sabíamos no solo el color, si no también la marca de sus tangas. Ana, Lola, Carmen... tampoco. Se les marcaban bajo la ropa. Rosa y Azucena habían dejado la "hucha" y el triángulo trasero del tanga al aire al agacharse. Quedaban pues Marta, Luisa, Yolanda y Elena ¿Qué hacer?. Bueno, ¡a probar!.
Luisa. Me acerco a ella y con la excusa de agradecerle su asistencia, le doy un beso y coloco una mano sobre su cadera. Allí está. El cordón del tanga. Luisa descartada. Yolanda. Me ve. Se acerca y pasándome los brazos por el cuello, me propone, en broma supongo, perdernos en el jardín. Coloco mis manos en sus nalgas a la vez que me disculpo. No estaría bien que dejase la fiesta y... lleva bragas. Uffff, esto se complica pero, con tanto tocar culos... Me acerco a Elena, la invito a bailar y le pongo la mano en el culo. Se mosquea y me asegura que no me da un sopapo porque es mi cumple. Le agradezco el regalo y le pido perdón ¡Qué carácter! ¿Y Marta? Marta es la novia de Luis porque no quiso serlo mía. Pues nada. No le voy a tocar el culo. Le pregunto directamente: ¿Llevas bragas? Ni si, ni no. Desabrocha el botón de la cintura y me dice que mire yo mismo. De encaje. Muy bonitas. ¿Y ahora qué? Antonia, mi compañera de baile, no cuenta. Somos amantes esporadicos y, simplemente, no. O... no se, se le podía haber ocurrido. A veces se pone un poco rara. Si la descarto, solo me queda Marian. Pero... ¡joder! Marian es mi jefa. La observo. Nunca la había visto así. Siempre va muy correcta, con moño o coleta, apenas maquillada y con traje sastre que, eso si, le sienta como un guante. Hoy parece otra. El pelo negro suelto, muy largo, ondulado. Los labios rojos, jugosos, brillantes. Los ojos, también negros, profundos, remarcados por el rímel y la sombra. Una camisola con un generoso escote, unos vaqueros ajustadísimos y unos tacones de aguja realzando las largas piernas. Guapa. Elegante. No parecía ella. Se dio cuenta de mi observación y tal vez, de mi admiración. Me sonrió dando una vuelta completa. Me acerqué. A una cierta distancia le dije:
-¡Marian! Gracias por venir.
-¿A mi no me vas a besar? -contestó.
Me atraganté. Ella se rió. Su perfume era el mismo que el del tanga que me llegó en la caja.
-¿Querrás tu regalo? -preguntó mientras pegaba su cuerpo al mio y colocaba mis manos sobre sus nalgas.

viernes, 5 de febrero de 2016

MAÑANA, LA


Cae una fina llovizna. La mañana amanece desapacible. Gris. Fría. La niebla desciende desde las colinas acercándose al valle, cubriendo a su paso los arboles que ponen color al paisaje, las casas que ponen calor. Todo se vuelve gris y anodino. Como mi ser. La llovizna, incesante, anega mi yo inundando sus recuerdos que flotan inertes en las frías aguas de un pasado que, por pasado, tiene nulo valor cara a un futuro con pocas esperanzas.
Vivimos de utopías, de sueños, de ilusiones vanas que se esfuman en la realidad de un mundo duro, competitivo, injusto, en el que se desvanece la propia humanidad, la misma razón del ser majestuoso y todopoderoso que es el espécimen humano.
Y así, se instala la desigualdad y la injusticia. Ambas son, directamente, consecuencia de esa competitividad que nos domina. "Más, más, más", es un mantra que gobierna no solo nuestra vida si no también la de los que nos rodean a quienes se lo hacemos extensivo más allá de su edad, de su personalidad, de sus sentimientos e, incluso, de los lazos que nos unen a ellos. Exigimos a los seres que nos rodean que asuman nuestras creencias, nuestras acciones y nuestro pensamiento. En definitiva, que sean una extensión de nosotros mismos.
Así se crea, creamos, una sociedad fea lejos de los valores más simples de la Naturaleza. Una sociedad egoísta, alejada de la Madre Tierra, a la que explota en el propio y puntual beneficio. A ella y a sus seres de cualquier especie y condición; olvidándose que nosotros mismos, que componemos esta sociedad egoísta y explotadora, somos seres que estamos aquí de paso. Que lo que nos apropiados de ella, no es un derecho personal y exclusivo si no un derecho colectivo que tenemos el deber de conservar y transmitir a quienes nos sucedan en la imparable cadena de la vida.
Pero el egoísmo, la insolidaridad, la crueldad del ser humano, nos impide ser verdaderamente racionales y compartir aquello que recibimos, sin transformarlo en un motivo de discordia, de desigualdad y de dominio sobre nosotros mismos, la humanidad, desde esa niebla que nos cubre y nos impide ver la tremenda y terrible realidad de que el humano es el único ser sobre el planeta que, rompiendo la cadena de la supervivencia, mata por placer, por orgullo, por avaricia o por diversión. Que es el único ser que arranca la vida e interfiere en el desarrollo natural de la evolución para prevalecer sobre otros seres, incluidos los de su propia especie.
Y esta pertinaz llovizna que hoy cae, que anega mi yo y ahoga mis recuerdos haciéndolos flotar en las frías aguas del pasado, se convierte en un estanque infinito en su espacio e infinito en su frialdad que ahoga los recuerdos de toda la sociedad humana que va, poco a poco, diluyéndose en sus propias lágrimas hasta desvanecerse ella misma convertida en víctima segura de esa condición de majestuosidad, de ese sentimiento de ser todopoderoso del patético espécimen que la compone.
Algún día, en algún momento, en algún ciclo de esa Naturaleza que nos cobija, el mundo que conocemos se romperá en mil partículas de razón, en millones de átomos de entendimiento que se reunirán a la luz de un despertar brillante lejos de nieblas cegadoras y pertinaces lloviznas que aneguen la razón y la justicia. Y volverá a vislumbrarse el verde de los árboles recortando el contorno de las colinas contra un cielo azul de ilusión. Un cielo para iluminar la limpia sonrisa de los niños y que rían no solo porque son niños si no porque tienen una razón para hacerlo. Porque tienen delante un futuro. Porque vamos a saber darles el amanecer de una mañana acogedora. Brillante. Cálida.

ESTOY


Te miro en el transcurrir del tiempo observando las arrugas de tu cara, tu pelo blanqueando en las sienes y esa tierna mirada de amor que aún, sin que llegue a comprender por qué, me dedicas.
Pasaron los años de juventud en que recorríamos las distancias que nos separaban para cruzar nuestras miradas, después de meses pensándonos, y no decirnos nada. Compartir un tiempo de presencia en el que, sin saberlo, nos sentíamos juntos aún añorando el contacto de nuestras pieles hasta el abrazo del adiós en el que, sin acabarlo, ya nos echabamos de menos.
Pero es nuestro propio hacer, sabes que yo no creo en el destino, el que juega con nuestras vidas hasta centrarlas en lo que vivimos. Vinieron años de ilusión, de proyectos. Llenos de ganas de crear y caminar a la vez; cogidos de la mano, abrazados, fundidos en una esperanza de suspiros y estremeceres. Regenerarnos en el espacio más allá de nuestro tiempo hasta hacernos inmortales en los recuerdos. Esos mismos recuerdos que un día, perdido en el infinito, desaparecerán porque nada es eterno.
Nada nos impide ya cumplir la etapa final. Volver a nuestro tiempo más lejano. Ser de nuevo nosotros por nosotros y para nosotros. Olvidarnos del mundo externo y vivirlo desde el interior de aquello que sea lo que tengamos dentro. Volver a las palabras calladas llenas de mensajes. A las miradas perdidas que son una enciclopedia escrita por nosotros mismos. La respuesta a todo lo que nos callamos y no tuvimos el valor de compartir. El perdón a la veleidad de pequeños pecados. El premio a los grandes momentos de amor pasados sin sentir. A la conciencia y la inconsciencia. Muda recopilación de todos aquellos abrazos que no nos dimos.
Avanzar ahora, en este tiempo futuro, superando la distancia que, aún en el mismo espacio, pueda mantenernos lejos. Que nada impida el abrazo que nos merecemos. Que nos reconforte el aroma de las pieles respirando, el suave rumor de los pasos acercándose hasta encontrar la caricia cálida, amable, amorosa. Luego, volver a ser uno mismo. Despertarse cada mañana mirando a nuestro alrededor. Tomar la conciencia de qué nos mantiene, de cómo nos mantenemos y con el primer beso, temblando de emoción, dejar que grite el silencio con la voz de nuestra presencia.

DESTINO


Salí tras ella. La así del brazo y le hice acompañarme hasta la cafetería que hay en la esquina. Allí le di mil y una razones. Le expliqué mi vida, la suya, la de los dos. Permaneció impasible, ajena, con la mirada en un infinito que para ella no existía porque era ella. Lloré. Si. Lloré. Como cuando era niño. Como cuando perdí a mi madre de aquella forma cruel e injusta y dejé de creer en el amor. No en el amor como forma si no como capacidad de querer a los demás. De aquella muerte, creo que lo que más me dolió en mi mente de niño, fue la traición. Lo que yo entendí por traición. Sobre mi cayó el peso de la soledad y la culpé a ella, que murió llorando por perderme, del abandono. De dejarme allí, frente al mundo, sin su protección, sin la seguridad de sus brazos y sin la tranquilidad serena de aquella canción de vida dentro de su pecho.
Aquello pareció hacerle mella. Alzó la cabeza y paseó la mirada por un horizonte que yo no veía. Pura ilusión. Volvió a su desapego, a su desinterés. Dos veces hizo ademán de levantarse pero en ambas se lo impedí. Me aferré a su mano dura, insensible y, sin llegar más allá, a su interior, conseguí que se quedase en la negra silla de plástico.
Le hablé con dulzura, con pasión, con ira, con amor, con desesperación... Fue inútil. Nada conseguía traspasar aquella barrera de frialdad y de incomprensión. Ella ya había tomado una decisión y su peso me aplastaba sin ninguna esperanza. Oprimía mi pecho dificultandome el respirar. Estrujaba mi alma secándola, dejándola vacía. Y en un acto de desesperación, me levanté, la así por los hombros y la zarandeé. Me miró. Solo me miró a los ojos con su mirada fría, dura, muerta y la solté hundido en mi desesperacion, los ojos anegados en lágrimas. Yo volví a casa sabiendo que encontraría, de nuevo, la soledad. Que su cuerpo, si, estaría tendido en la cama pero su alma no. Ya no. La Muerte selló su destino. No me quiso escuchar.