lunes, 28 de marzo de 2016

SINCERIDAD...


No me gusta escribir. Lo confieso. Por fin soy sincero y, por tanto, capaz de decirlo en voz alta. Pues dicho queda ¡hala! No. No me gusta escribir.
Así que no escribo. Tan solo me expreso. Porque eso si lo siento: la necesidad de expresarme. Mis sueños, mis anhelos, mis ideas, mis pensamientos, mis alegrías, mis angustias. No. Mis angustias, no. Esas no. Tendria que ser sincero y eso... no puedo. No puedo, no debo y no quiero. Esa es mi realidad. La que las letras que dibujo sobre un papel reflejan.
Hasta que, un día, alguien me dijo que de eso se trataba. Que precisamente por eso, por mi falta de sinceridad, era escritor. Porque un escritor no podía ser sincero. Un escritor crea, imagina, inventa. Seres, mundos, situaciones, acciones y soluciones. Modela personajes, sentimientos, reacciones... pero ni pueden ni deben ser las suyas. Él debe estar ajeno a su obra. No se debe entremezclar con los personajes ni ser parte de la trama que ejercita. No debe reír, llorar, gozar, rabiar con ellos. Ni comer su comida, beber su agua, respirar su aire. Tampoco ser parte de su familia, amigo de sus amigos, amante de sus amantes. Deber permanecer en la realidad de su ser y bien lejos de su invención. Por ello, nunca debemos tratar, ver, ni tomar a un escritor por una perdona normal. No lo es. Así de simple: es una mentira. Clara, consciente, alevosa. Pero no se lo hemos de tomar en cuenta. Si no lo fuese, no existiría. Asi que, a priori, todo lo que diga con sus letras, no es creíble. Desde la primera a la última. Incluso sucede a veces, que la percepción de la realidad que pueda llegar a tener, sea tan fatua como su propio ser.
Más no por eso deja de ser una persona. De vivir, de sentir, de gozar, de sufrir e, incluso, de pensar. Ellos tambien tienen, como humanos que son, sus propios sentires que resultan tan ciertos, sinceros y apasionados como los de cualquier otro ser. Pero a los escritores hay que mirarles dentro. Hay que buscarles los ojos y, a través de ellos, el alma. Creer a un escritor a través de sus letras, es no entender la esencia. Por eso, a quienes habéis leído esto, si es que alguien lo ha leído, os toca decir que parte de todo ello es la del escritor y cual mi propia expresión. Yo, ya lo véis, me he abierto humildemente y lo he confesado con sinceridad meridiana: ¡no me gusta escribir!

miércoles, 16 de marzo de 2016

BUENO EN EL AMOR


Excuso decirte que te quiero. Sabes que es así, aunque prendada de ti, no sabes el porqué. No importa. Tampoco yo lo se. Es más, si lo pienso fríamente, ni siquiera lo entiendo. Para empezar eres morena; a mi siempre me gustaron las rubias. Rubias algo rojizas, no las rubias platino, con los ojos verdes. Los tuyos, marrones. Pero...¿cómo decirte? Son cosas que no se entienden. ¿Sabes ese gesto con el flequillo que repite ...? Me revienta cada vez que se lo veo a ella y, en cambio, cuando lo haces tú, me encanta. Porque lo haces. Y mucho.
Y en la cama... Siempre me gustaron las calladas, las que cerraban los ojos y sentían. Tú no. Tú los pones como platos. Lo miras todo. Cada gesto. Cada expresión. Y no callas. A veces hasta miro para atrás por si he dejado encendida la tele. Otras pienso que es un truco para que me distraiga y aguante más. ¿Para qué? No voy a presumir de amantes, pero nunca he conocido a nadie con tu facilidad para llegar al orgasmo.
En fin. No quiero destripar nada y aunque no sepamos por qué ni lo entendamos, esta bien esto de querernos. Me gusta llegar a casa y encontrarte. O llegar y esperarte. Pensar en el abrazo. En como tu cuerpo se acopla al mío y sentir el calor de tu piel, la humedad de tus labios, el mohín huidizo o la sonrisa pícara. Es esa paz, ese orden que pones en mi vida lo que cuenta. Lo que te hace especial, lo que merece la pena.
Seguramente, sin ti también viviría. Bueno. Sin duda. He vivido sin ti muchos años. Pero no sería yo. No el yo que soy ahora. Lo malo es que me gusta el que soy en este momento, así que no quiero ser otro. ¿Es eso un motivo, una razón... la razón para quererte?. No lo se. Lo digo lleno de sinceridad. A lo mejor es eso . Que el amor es, sencillamente, encontrarse a uno mismo. Mantener a tu lado a quien te hace sentir así y te completa. Es decir, puro egoísmo. Yo, por si acaso, seguiré siendo egoísta mientras seas tú la razón de mi egoísmo. ¡No todo puede ser bueno en el amor!

martes, 15 de marzo de 2016

RITO VIEJO



Nadie parecía darse cuenta del significado de aquella recaída que, en realidad, no era tal si no un agravamiento del mal que les había acuciado al poco de salir de las Tierras Bajas.
Su mundo, su forma de vida, estaba acabando y esta situación solo agravaría el proceso final. Llevaban muchos años luchando contra unos y otros. Los intereses sociales, políticos y económicos eran mayores y más insalvables cada día. Salieron de los pastos de invierno hacía diez días y ya, al atravesar la primera población, se habían tenido que enfrentar a sus gentes y a otras venidas de Dios sabía donde. Pero, ¿por qué? Ellos solamente transitaban por allí. No se detenían. No creaban ningún problema a la población. Sin embargo, todo jugaba en su contra. Cedieron, a lo largo de los años, el transitar por los pueblos, la libre venta de sus productos, el desvío de sus rutas... Aún así, seguían acosándoles como si transportaran la peste.
Antaño viajaban orgullosos y sus rebaños eran bien acogidos allá donde sus rutas los llevasen. Hoy no. Era tiempo de viajar con sus macutos cargados con antiguas leyes, históricos títulos y viejos decretos reales que les otorgaban unos derechos cada día más discutidos, cada día más usurpados, por lo que no era extraño encontrarse en su ruta con vallas, carreteras o edificaciones, algunas incluso gubernamentales, que convertían los viejos mapas que sus alforjas albergaban, en inútiles papelotes llenos de rayajos.
A todo esto debían sumarle la grave situación actual. Hacía seis días, uno de los perros, Zuri, cayó enfermo. Le vieron vomitar y andar cabizbajo siguiéndoles más por fidelidad que por capacidad. Tres días más tarde sucedió lo mismo con otros perros y alguna oveja. Sin embargo, Zuri ya corría y gozaba haciendo su trabajo con la misma alegría de siempre.
Achacaron todo aquello a algún alimento o al agua bebida en cualquier arroyo. Redujeron el ritmo para no agotar acperros y rebaño y siguieron caminando. Con eso y unos mínimos cuidados, los animales mejoraron y sus esperanzas crecieron pero el destino les jugó una mala pasada. Zuri yacía junto al fuego. Una baba sanguinolenta surgía de su boca y el perro le miraba con ojos apenados sabedor, diríase, de la importancia que su recaída tendría para todos. Miró al perro y, a través de sus ojos, vio el futuro. Estaban a las puertas de una zona ganadera y, portadores de aquella enfermedad, nadie les permitiría continuar. Las autoridades pondrían el rebaño en cuarentena. Mandarían encerrarlo en corrales y eso haría que el virus se fortaleciese y propagase. Aquella aventura estaba condenada. Sería, con suerte, el principio del fin de un rito viejo que ya no tenia cabida en un mundo de ambiciones, prisa y tecnología.

lunes, 14 de marzo de 2016

AGUA: Transformación



El sol acudió a ella. La templó. Cada día un poco más hasta llegar a calentarla. La espera estaba, lo percibía, llegando a su fin. Y al fin lo sintió. Un cosquilleo en su ser. Un volverse etérea. Flotó y ascendió hacia el sol alejándose de aquel mar salado e inmenso que la anulara.
Vio, mientras ascendía, la belleza de los parajes que había recorrido en su juventud sin tan siquiera reparar en ellos. El mar infinito, las costas donde rompía su fuerza deshaciéndose en espumas airadas que ocultaban lágrimas de sal porque, también él, se sentía prisionero. El río que fue su primer refugio, el bosque en el que transcurrió su niñez saltando entre rocas y arboles que le brindaron protección. Intuyó como otras aguas que habían alcanzado su mismo estado, ascendían a la vez que ella. Le hacía gracia pero no era natural. ¿Se recuperaría en algún momento? ¿Era ese el cambio del que le hablase aquel agua anciana?
Recorriendo ese camino, cada vez más frío, fue recuperando su aspecto: volvía a ser agua. Se juntó a otras aguas pero ¿qué hacían allí?. El viento acudió en su ayuda. La empujó. La arrastró hacia las montañas. El frío, cada vez mayor, la volvía más consistente. Comenzó a caer. Debajo, las montañas. Las veía acercarse y le entró miedo. Miedo, porque ya no era tan joven, de hacerse daño al caer. Un escalofrío la recorrió. ¿Qué había pasado? Se vio blanca, inmaculada y se sintió ligera, muy ligera. Un aire suave pero helado la iba sosteniendo en su caída hasta depositarla en el suelo donde había más agua blanca. Sin comprender cómo, estaba completando su transformación.
Nuevamente, el sol acudió a ella. La templó de nuevo y recuperó su ser. Rodó por la ladera. Se sentía fresca y joven. Comenzó a correr. A saltar. Resbaló otra vez por las pendientes y se lanzó alegre hacia el bosque. Los árboles la acogieron uniendo a su canción el susurro de sus ramas. Volvía a ser niña. Volvía a ser feliz.
Pero no olvidó su recorrido. Lo vivido. Disfrutó la nueva etapa, la nueva oportunidad, pero esta vez no optó por el cantarín arroyo que colgaba de la colina. Huyó de los barrancos por los que sus monstruos imaginarios, la llevaron a lanzarse en el pasado. Eligió, sabiendo que los monstruos solo habitan en el pensamiento, un andar más sencillo que le llevase al tranquilo y sosegado lago que reflejaba el cielo y las montañas. Aquel sería el refugio en el que alcanzar la serenidad y la paz que para ir viviendo hasta llegar a ser agua vieja necesitaba. Solo era agua.
¿Solo? Para mi, una vez fue tranquilidad, paz y armonía con su canto; más tarde, ilusión y alegría en su blanco esplendor. Ahora, ambos calmados, será el sosiego y la calma de mi reposo.

AGUA: La decepción



Con el tiempo, aquella agua joven que llegó al mar y se sintió invadida por el salado elemento que cambió totalmente su ser, estaba un tanto decepcionada. Ese no era el destino que había soñado y se encontraba con que, a través de ese maridaje obligado por el lugar, perdía su esencia dejando de ser ella misma.
Esa constatación hizo que comenzase a sentirse triste y buscase la forma de escapar de aquella situación, de cambiarla para volver a su identidad, a ella misma y, de ser necesario, reinventarse.
En ese buscar, nuestra joven agua, que ya no era tan joven porque el agua envejece pronto, habló con otras aguas. Aguas que llegaron hacía mucho. Otras que llegaron con ella y otras que acababan de llegar. Así fue recogiendo opiniones. Informándose. Creciendo. Reconocía su cobardía y su falta de coraje para arrancar, dado que ya creía saber la formula para librarse de aquella situación. Se la había dado un agua muy vieja que encontró cuando fue a visitar una profunda fosa:
-Mira niña, la clave está en cambiar de estado sin perder la esencia.
Habían pasado meses desde aquella conversación pero no había tenido valor para hacerlo. Ni tan siquiera para entenderlo. Un día sintió que había llegado el momento. Era ya un agua adulta y el tiempo avanzaba rápido. Comprendió que si no lo hacia ya no lo haría nunca, así que se puso a ello.
Subió hacia la superficie de ese mar que la había acogido y que fue su sueño. Se colocó donde los rayos del sol consiguiesen calentarla y esperó tranquila. No tenía prisa porque, con la decisión ya tomada, se sentía bien. Muy bien.

AGUA: La huída



Fresca, cantarina, joven aún, corre por los arroyos, saltando entre piedras, esquivando obstáculos en su precipitada huida de las montañas.. Pero ¿de qué extraños y peligrosos monstruos huye?. Quizá solo de aquellos que su joven imaginación le hace ver en las sombras, en los recodos de los bosques que atraviesa.
Acaso por eso, corre y corre DIN cesar precipitándose por los barrancos en busca de la protección del río, de la compañía de otras aguas jóvenes como ella, para ser amansadas y entregadas a la paz del mar.
Lo que tal vez no sepa, ni siquiera se imagine ese agua joven, es que es precisamente el mar quien esconde los monstruos más terribles allá en sus fosas abisales. Puede que lo que no llegue a entender es que, llegada a la mar, dejará de ser ella misma para ser asaltada y poseída, llena ya para siempre de ese pegajoso elemento que, salado él, no la abandonará nunca jamás.
Pero hoy, aún prístina, aún fresca, aún cantarina, alegró mi paseo proporcionándome paz y armonía con su desenfadado canto...

jueves, 10 de marzo de 2016

EL OSO: Oso Abrazado a la Luna


Williams...¿qué clase de nombre era ese para un oso?. Recordaba cuando vivía en su querido bosque y se llamaba simplemente oso. Allí era feliz persiguiendo abejas para robar su miel, jugueteando en el río con los salmones, fastidiando a su madre...
Un día apareció por el bosque un tipo con una gran nariz. Creyó que era un oso hormiguero y quiso jugar con él pero su madre le mandó correr a la vez que ella llamaba la atención de aquel tipo. Se oyó un estampido y mamá murió. Luego vinieron más osos hormigueros y sus estampidos acabaron con Oso Viejo, Oso Risueño, Oso Alegre, Oso Valiente...con todos y él, joven aún, se quedó sin nombre.
Por eso agradeció cuando aquel nuevo grupo de osos hormigueros solo le durmió. Despertó en un sitio frío, aséptico, donde todo era inusual y no había vida. ¿Dónde estaba?.
Pasó los siguientes años de su vida en aquel lugar. Aprendió muchas cosas pero perdió la Naturaleza. Tan solo la luna, que veía a través de una pequeña claraboya, le mantenía el recuerdo de sus bosques y sus ríos. Le enseñaron maravillas. Lo alimentaron con pastillas y le pusieron muchas inyecciones. Él seguía soñando con sus bosques a través de esa luna que le acompañaba.
Un día le trajeron unas preciosas zapatillas blancas con bandas doradas. Tenían la suela dura y pesada pero le encantaron. Eran su primer regalo. Aprendió a andar con ellas y cuando todas las cosas flotaban a su alrededor, él seguía pegado al suelo. Oyó que servían para andar por la luna, por esa que veía por su ventana, y empezó a soñar...
Una noche, cuando vinieron a limpiarle su habitáculo, él estaba soñando con su luna y no retiró la pata del suelo cuando lo fueron a mojar. Katy, la señora que limpiaba, también debía estar soñando sueños. Confundió la manguera del agua con la del CO2 y, sin querer, se la criogenizó. La mujer lo sintió mucho y lo acompañó hasta que vinieron los médicos por la mañana y lo curaron. Perdió la extremidad y se pregunto: -¿Qué significará esto para mi? Se le escapó una lágrima mientras buscaba su Luna.
Sin embargo, Cintya, la jefa del proyecto, no quiso renunciar a él, a los años de entrenamiento, ni a lo que había conseguido aprender. Decidieron, para mantener «su» gravedad, inyectarle metales pesados bajola piel. ¿Qué pensaría su Luna? Pero habían dicho que el objetivo era que llegase a ella y él soñaba con ese día. La necesitaba y solo era feliz cuando la veía.
Era noche de luna llena. Ella brillaba en las alturas, enviando un rayo de plata que caía sobre el traje y la escafandra, otros dos regalos que le habían hecho. Katy vino muy nerviosa. Limpió rápidamente y se fue. Oso se dio cuenta de que no habíapuesto el cerrojo de la puerta de su habitáculo, la única que se cerraba en aquel lugar. La abrió. Echó una mirada a «sus» cosas, y salió a la calle, cojeando con su única zapatilla, en busca de la Luna. La encontró. Brillante. Tan cerca. Majestuosa en medio del estanque. Una lágrima rodó por su piel mientras se metía en el agua para abrazar a su amada, su única compañera.
Y con la luna entre sus brazos, Oso se hundió. Su única zapatilla y los metales pesados de su cuerpo, lo llevaron al fondo por un sendero brillante de luna. Oso, feliz en ese abrazo de luz, dibujó una sonrisa y, mientras sus pulmones se anegaban de agua, soñó...
Soñó que ahora ya podía entrar en el paraíso donde estaban los suyos porque ahora ya tenia un nombre de oso. Les encontraría y les diría: -¡Hola! Soy Oso Abrazado a la Luna.

lunes, 7 de marzo de 2016

REVIVAL

Me había quedado soltero hacia poco. Si. Como lo leéis. Quizá os parezca raro pero es tal cual. Hace unos meses, prefiero no saber cuantos, mi mujer, mientras se vestía tras haber tenido un "affaire" sexual, me dijo que me dejaba. Que yo ya no era el hombre que ella había conocido y que se iba. Así de simple.
Y así de fácil acabó con veinte años de convivencia. ¡Que me dejó a mi pensativo aquella salida de mi, ya, "ex"! Porque en el fondo, ¿qué quería? Es lo más normal ¿no? Hace veinte años, ella conoció un hombre soltero, jovial, alegre, que, con un buen trabajo y sueldo, sin preocupaciones importantes, se dedicaba a si mismo, a sus amigos,  a salir, a divertirse... Hoy, o ayer  o hace..., era un hombre casado, con esposa hasta aquel momento, con hijos, hipoteca, casi el mismo sueldo que había que repartir entre cuatro, y un montón de responsabilidades y preocupaciones. Eso sin mencionar la falta de pelo, el exceso de tripa y las varias arrugas, factores, todos ellos que, a pesar del tango aquel que dice "...que veinte años no es nada...", pues resulta que no. Que veinte años son bastantes.
También para ella que, por fuera, es lo normal, se le ve. Pero por dentro... por dentro, mi mujer, que un día, absorbida por su condición de madre, desapareció, o casi, como amiga, cómplice, amante... despertó, al parecer, en un tiempo ya pasado. Me miró y se preguntó a si misma: ¿quién es este tío que hay en mi cama? Y se respondió: es mi marido.
Sin embargo, algo no le cuadraba. Me miraba. Me observaba. Sabía que era yo... pero no. Y al parecer, otro día, se le encendió la bombillita que, dejando a oscuras los veinte años que vivimos juntos, le dijo:
-¡Oye! ¡Este no es el hombre que tú conociste!
¡Y ya está! Me lo suelta, en tanga, mientras se abrocha el sujetador, se viste y se va.
Así es como, veinte años más tarde, me vi nuevamente soltero y listo para volver a ese mundo por el que se mueven las personas que, ya con cierta edad, no tienen pareja. Un mundo que ya conocía a través de la red Singles en la que tenia algún que otro amigo.

En una fiesta de esta red conocí a Maite. Fue, como todas las demás mujeres de mi vida, un flechazo. Estaba la chica un poco intimidada por el gran número de personas que habían acudido pero eso, a mis ojos, la hacia más atractiva. Me acerqué a ella.
-¡Hola! Soy Iker -le dije- Te veo un poco cohibida. ¿Eres nueva?
-¿Qué? -contestó con una sonrisa tímida.
-Perdón. Aquí, en el grupo -me sonrojé un poco.
Se rió abiertamente.
-Si. Es la primera vez que vengo. Soy Maite.
Certificamos con dos besos.
-¿Quieres que te presente a alguien? Así vas entrando con la gente.
Le presenté unas cuantas personas y la dejé con ellas.
-¿Nos veremos más tarde? -me preguntó al irme.
La miré a los ojos y le ofrecí mis llaves. Ella hizo un gesto en una pregunta cargada de sorpresa.
-Son las llaves de mi casa. Será un placer volver a verte.
Su sorpresa aumentó. Se sonrojó levemente y estallo en una sonora carcajada. No las cogió.
Unos días más tarde recibí un mensaje por Internet:
-"¿Vendrás a recibir a Marijaia?"

El grupo estaba en la Plaza Circular. Habíamos quedado allí a las seis esperando que fuese algo más tranquilo que el Arenal pero toda la zona era un hervidero. La gente reía, bailaba, bebía y disfrutaba ya de una fiesta que aún no había comenzado.
Saludé a unos y otros mientras buscaba a Maite. Tras los saludos, había pasado ya una media hora, el grupo comenzó a moverse rumbo al chupi y a Marijaia. Me taparon los ojos desde atrás.
-¿Adivinas?
-A ver. El tacto lo desconozco pero esa voz y ese perfume... ¡eres la próxima mujer de mi vida!
Me giré con lo que sus manos cayeron sobre mis hombros. Puse las mías en sus caderas.
-¿Puedo? -pregunté.
Hizo un gesto con la cara y encogió los hombros. Posé mis labios en los suyos. Húmedos, cálidos, carnosos. Ella no hizo nada.
-¿Te ha molestado?
-No. Sorprendido. ¿Qué significa esto?
-Que me gustas Maite. Que no somos niños y que me atraes tremendamente. ¿Necesitas que te diga más?
-Vamos -dijo con los ojos chispeantes- Perderemos al grupo.
Me reí. ¡Tenía gracia la chica! Perder un grupo de "solteros" y "solteras" con ganas de fiesta en Bilbao... ¡Sería más fácil secar la ría! Y eso fue lo malo.

Encontramos al grupo recorriendo el recinto del Arenal de txosna en txosna. Así, sin ser muy conscientes del pregón ni de la presencia de Marijaia, hasta situarnos en el puente del Arraiga para ver los fuegos artificiales. Abracé a Maite por detrás y, mientras nuestros ojos observaban las maravillosas formas de luz y color, mis manos recorrían su cuerpo que se estremecía más allá de las explosiones, hasta celebrar la traca final con un apasionado beso en el que las lenguas danzaban al compás de los estallidos.
Y decía que fue lo malo porque, tras los fuegos, el grupo se puso en marcha, nos absorbió a cada uno por un lado y nos separó. La noche, que se prometía de pasión...

Mis obligaciones me mantuvieron los siguientes días alejado de Bilbao y de Maite. Nervioso. Inseguro. Parecía un adolescente. Mi vida se enfrentaba a un cambio y esa posibilidad me tenia tan esperanzado como temeroso. Y por fin pude sacar un día libre. Llamé a Maite. Tenia, gracias a un sorteo de la Ría del Ocio, dos entradas para el Campos Elíseos. Quedamos. Cena, teatro y... ya veríamos.
Camino de nuestro encuentro me encontré con el Gargantua. Estuve un rato mirando pensando que, al igual que a los niños, Gargantua se tragaba mi vida, mis problemas y esta renacía, también como los niños, con una sonrisa, con una carga de felicidad, con Maite.
Nos abrazamos y nos saludamos con un beso cálido, profundo.
-Estás preciosa -le dije.
-Estoy feliz. Gracias.
Y enlazados el uno al otro, nos enfrentamos a la fiesta y a nosotros mismos. Hablamos de naderías mientras dábamos una vuelta por el Arenal y el Casco Viejo antes de ir a cenar. Luego, cenando, la conversación fue más seria. Hablamos de nosotros, de nuestra vida, de la ruptura de nuestras parejas, de como rehacernos. Hablar de Maren, mi "ex", de mi tiempo con ella, me entristeció un poco pero la obra de teatro, alegre, divertida, chispeante y un poco erótica, me, nos, devolvió la alegría inicial.
A la salida del teatro, Maite se abrazó a mi y, mientras me besaba apasionadamente, introdujo sus manos en mis bolsillos.
-¿Qué buscas? -le pregunté.
-Algo que me ofreciste hace un tiempo -contestó mientras, sonriendo con una expresión de triunfo, me mostraba mis llaves- ¡Esto!

Ya en casa desatamos las pasiones.  Besé sus labios enredando mi lengua con la suya en tanto las manos recorrían los cuerpos por encima de la ropa. La respiración entrecortada por el deseo. Suspiros. Gemidos. Mis labios descendieron por su cuello y mientras la despojaba de la blusa, la fui conduciendo al dormitorio. Liberé sus pechos que saltaron reclamando las caricias de mis labios. Besé, lamí y mordí los pezones duros y desafiantes. Maite gemía, temblaba de placer. Desabrochó mi cinturón, abrió la cremallera y liberó mi miembro acogiéndolo en su mano. Sus besos quemaban mi cuello, mi pecho, descendían por mi vientre...
-No Maite. No podría aguantarlo -le dije- Quizá...
-No. Tampoco yo. Ven. Quiero sentirte dentro de mi.
La tumbé en la cama. Desnudé su sexo totalmente mojado y muy suavemente me introduje en ella. Lanzó un profundo gemido y rodeó mi cintura con sus piernas llevándome hasta muy dentro. Ambos eramos un puro gemido y nos faltaba el aire. Los movimientos se hicieron más rápidos. Una sensación de profundo placer ascendía hacia mi cerebro mientras Maite, la mirada extraviada, arqueaba todo su cuerpo. Nos dejamos ir mientras un profundo orgasmo nos alcanzaba a los dos al mismo tiempo dejándonos, rendidos y jadeantes, uno en brazos del otro, sonriendo tontamente, mezclados nuestros jugos y con el deseo cabalgando aún sobre nosotros. La noche fue larga. El sol nos descubrió desnudos, enredados, los cuerpos sudorosos entre las sábanas revueltas y el olor a sudor y sexo llenando la habitación.
Nos duchamos, vestimos y salimos a comer. Sin embargo, nuestros cuerpos reclamaban pasión. Para nosotros, la fiesta no estaba en la calle si no en aquel dormitorio en el que dábamos rienda al deseo y la lujuria en unas batallas en las que recorrimos y conocimos cada rincón de nuestros cuerpos de todas las formas posibles.
Pero el tiempo manda y tuvimos que separarnos de nuevo. No importaba. Habíamos creado unos lazos que prometían ser irrompibles. Prometían...

Es el tercer día que salgo en esta Aste Nagusia. Hoy es la quema de Marijaia, del final de la fiesta. Sin embargo, no es ella quien me ha sacado a la calle. Maren me ha llamado. Quiere que hablemos. Que veinte años merecen, cuanto menos, un café. Tendrán que ser dos. Uno para ella y otro para mi.
Me habla. Me cuenta que me echa de menos. Que, tras estos meses, ha conseguido que en sus recuerdos prevalezca lo bueno. Sabe, porque yo se lo he dicho, que siempre la querré. La tarde se alarga. La noche trae la algarabía de quienes vienen a despedir la fiesta. En el aire reina un espíritu contradictorio entre la alegría de la fiesta y la tristeza de la despedida. En mi alma también. Suena la música. El griterío es ensordecedor. Y allá, en el centro de la ría, las llamas brotan de Marijaia. Prenden los fuegos y sus explosiones, junto con las llamas de la Dama, ponen un mensaje de ilusión en los corazones de las gentes, la promesa de un nuevo renacer. ¿Será una premonición para Margen y para mi?

Hoy se ha acabado la Aste Nagusia. Hoy he vuelto con mi mujer.