martes, 26 de abril de 2016

MADRUGADA (Rayo de luna)


Hoy la luna estaba tímida. Quizá no se sentía bella para su encuentro con el sol que ya empezaba a despertar. Vergonzosa, se escondía tras las brumas del alba, iluminando apenas aquel mar que le dedicaba el canto de sus olas.
Pero era bella la luna y aquel rayo de luz que enviaba sobre la linea de costa. A mi me lo parecía en aquella fría madrugada que, sin llegar a entender por qué, me había empujado hasta la playa desierta...Desierta pero tan hermosa… Tal vez como todas las playas pero esta era “la mía”, la más hermosa del mundo…
No pude dormir por la noche. No estaba cansado. Las caricias de las olas y la brisa penetraban en mí y se convertían en un irresistible deseo de hablar con ella, la luna. No la quería ver tímida. Ni triste. ¿Cómo decirle que su belleza era aun más valiosa porque se atrevía a romper la oscuridad, a hacernos participes del misterio del universo, a darnos esperanza de brillar, aunque no fuera con luz propia, aunque fuera el reflejo de algo mayor?. ¡Qué privilegio poder iluminar las noches de los enamorados, o mejor aun, la de los perdidos en las tinieblas y servirles de guía y no tuvieran que vagar solos en los mares tenebrosos del miedo!

Aquella mañana observando el vuelo de las gaviotas juguetonas encontraría una nueva oportunidad para reunir el valor de confesarle que él también quería volar hace tiempo, que sus alas aprisionadas por la rutina y el miedo necesitaban extenderse en toda su amplitud. Al fin y al cabo, servían para eso, para volar y sentirlas inmóviles pegadas a su cuerpo, las convertía en una coraza. Vio como se acercaba por la playa a su encuentro y sus labios se abrieron para disfrutar. Caminar hacia ella, encontrar su reflejo. Brillante sombra que navega como barca sin remos sobre las profundas aguas iluminadas  por ella. Mirar al cielo. Pedir un deseo. Luna, puedo encontrar la felicidad que espero. Contigo…Y cuando llegué de madrugada al hotel solo me dio tiempo de sacudirme la arena de todo mi cuerpo, ponerme el uniforme, y empezar a servir los desayunos
!!Él!! Untaba la mantequilla en el bollo..No nos miramos. O nos mirábamos sin vernos, con esa mirada que la rutina vuelve turbia, con la desgana que provoca tomarte un café frío delante de unos ojos vacíos, cuencas de un negro  abismal que solo reflejan soledad. Aún quedaba algo de lo que una vez nos prometimos a la luz de luna, no era amor, ni tan siquiera ternura, a estas alturas nos conformábamos con compartir  la tostada de mantequilla con  alguien que portara la mermelada perfecta.Y es lo que hicimos, desayunamos en silencio, de vez encuando una mirada y ese tintineo de la cucharilla al mover el café, pero de pronto su pie subía por mi pierna acariciándola, fue un simple roce por que enseguida retiré la mía, él no se molestó, con la tostada en la mano alzó sus ojos chocando con los míos. Pero eran unos ojos vacíos, carentes de emoción, que transmitían un mensaje claro: se acabó. Sin embargo, era yo quien se negaba a aceptarlo. Cedí. El Jefe de Sala me miraba con cara de muy mal amigo. Supe que aquello también había acabado. Perdería mi empleo ¿y qué?

Acabamos el desayuno, nos cogimos de la mano y, a paso lento, subimos a su habitación. Pasamos el día acariciándonos, besándonos, amándonos. Las horas se sucedían, el sudor y los jugos de nuestros cuerpos se mezclaban y, aún así, no cedimos al cansancio. Sacábamos, sobre todo yo, fuerzas de la desesperación de un amor que moría a cada gemido, a cada orgasmo.
Llegó la noche y nos separó. No la noche en si, si no la propia oscuridad que nos invadía. Él se quedó en el hotel. Yo volví a la playa y esperé a la luna. Fueron horas conmigo mismo en las que reviví mi futuro mientras lágrimas amargas rodaban por mis mejillas hasta caer a una arena harta de sal. Vino tarde. Mucho. Se asomó por detrás de la mole de piedra caliza como si tuviese miedo al encuentro. La miré. Su luz blanca enfrió mi alma dejándome un mayor desasosiego. Grité entre convulsiones y sollozos: ¿¡Qué quieres de mi, luna!?
Y cuando la tenue luz del sol comenzaba a romper las tinieblas por el horizonte, con un nuevo rayo iluminó el mar más allá del lugar donde rompían las olas. Era su respuesta. La mano que me tendía. Me acerqué hasta fundirme en un abrazo con ella y al fin, con una sonrisa, encontré el valor para cumplir mi destino.
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Un relato creado en colaboración para conmemorar el Día del Libro en el año 2016.
Escribieron: Vania Radoeva, Mati Sánchiz, Mercedes Estevez, , Marti Torres, Marisa Trejo, Nady Marley, Paqui Ortiz y Salva Ramirez.

viernes, 22 de abril de 2016

EL OSO: Cambiaré mi nombre


¡No! ¡Otra vez no! Aprendiz de Escritor acababa de cazar el salmón más grande que jamás viésemos en este bosque. Fue una casualidad, lo sabíamos. Pero fue un gran momento para el clan. El joven intentaba ser escritor y todos queríamos que lo fuese. Estábamos necesitados de grandes historias que legar a nuestros hijos.
Como hace unos años, primero aparecieron los perros. Esos animales bastardos al servicio de los humanos. Entonces escapé porque andaba explorando por los bosques altos. El regreso fue dantesco. Encontré a los míos masacrados. Algunos, mutilados. Les habían cortado las manos y los pies. A Alma que Habla con el Viento le habían cercenado la cabeza. De su cuello salía la sangre a borbotones volviendo a la Tierra Madre. No supe qué hacer. A otros les habían hecho cautivos. Tampoco pude seguir su rastro. Solo el del pequeño que aún no tenía nombre. Día a día, vi lo que hicieron con él en su presidio hasta aquella noche en que lo vi hundirse en el estanque abrazado al reflejo de la Luna.
Hoy volvían. Rugí advirtiendo a los míos. Sonaron los truenos. Dos cayeron. Ellos no eran muchos y se conformaron con aquellos dos cuerpos mientras la sed de venganza me corroía las entrañas. Con los ojos inyectados en sangre y el corazón queriéndose salir del pecho, mi cerebro exigía revancha. Devolver a aquellos asesinos el daño que nos habían infligido. Hacerles sentir el horror de la muerte violenta, cruel e inútil.
De pronto, vi su cuerpo tendido en la orilla del río más allá de la cascada con un enorme salmón a su lado. Abatido por la ira y la impotencia descendí hasta él. La vida había huido, a través de un agujero en el pecho, de aquel joven que soñaba con ser escritor. Tomé su cuerpo inerte en mis brazos. Él, que habría matado por colaborar en DesafiosLiterarios.com, yacía sin vida. Yo, postrado sobre la tierra juré solemnemente sobre su cadáver que, desde ese mismo instante, viviría solo para tomar la más cruenta revancha sobre todo ser humano que pudiese alcanzar.
Por Alma que Habla al Viento, por Oso Abrazado a la Luna, por Oso que Escribe, por todos los demás, me transformaré, cambiaré mi vida y cambiaré mi nombre. Hoy ha muerto El Que Cuida al Clan. Hoy ha nacido El Que Ejecuta la Venganza.

lunes, 18 de abril de 2016

DE VIDEOS Y CULPAS


«Te llegarán mis cartas....», decía la canción. Pues bien, el tiempo no pasa en balde y las tecnologías avanzan sin parar. Con esa perspectiva, hoy día, cuando alguien te quiere dar noticias desde lejos, no te manda una carta, no. Te manda un vídeo que te llega directamente al ordenador, tablet o móvil vía correo electrónico, whatsapp, messenger o similar.
Me váis a decir, seguro, que eso está superado. Que es más directa y más moderna la videoconferencia. Pues si...Pues no. La parte negra de la videoconferencia es que, si no te interesa el derrotero que toma, la cortas y ahí acaba todo. Con el vídeo no. Cuando alguien te envía un vídeo, ya cuenta con que, aunque solo sea por curiosidad morbosa, terminarás viéndolo entero. Si... y hay más de un noventa por ciento de probabilidades de que así sea.
Viene todo esto a cuento de que yo tengo una amiga. Una amiga que aspira, sin ningún género de tapujos, a ser mi amante. No porque yo sea guapo, o divertido, o un fiera del sexo, no. Simplemente, porque sí. Y, también porque si, yo no he querido. Los motivos y razones no vienen al caso. Solo es así. Y así las cosas, ella que si y yo que no, un buen día, pilló un vuelo y se fue a Argentina. No. Para siempre no. Solo de vacaciones. Unos tres meses, día arriba día abajo. La verdad es que, cuando me dio la noticia, en vez de pena por no verla en tanto tiempo, ya dije que somos amigos, sentí alivio. Alivio porque, aunque prime la amistad, la mujer me había jurado que no desistiría de intentar llegar «más allá» y yo, que se como se las gasta, no solo la creo si no que doy fe. Motivos tengo.
Pues bien. Estando ella en Argentina, me llega el otro día a mi correo uno suyo. Naturalmente, sabe que mi mujer accede libre a mi móvil pero, en cambio, no conoce la contraseña de mi e-mail personal. La cosa es que es un documento precioso. Mil imágenes impresionantes de aquella bonita tierra, de su música, de sus gentes... Otras mil de ella ante naturaleza, monumentos, paseando, comiendo, bailando y, de pronto, una de si misma ligerísima de ropa y en una pose altamente erótica que me introduce en la habitación de un hotel donde se va desprendiendo de la ropa hasta alcanzar la ducha. Allí juega con el agua y la espuma sobre su piel mientras la cámara la graba.
Sorprendido y un tanto disgustado, paro la reproducción, cierro el correo y apago el ordenador. ¡Será descarada! Pero, como he dicho antes, sabe con lo que juega y la semilla está sembrada. El móvil, sin siquiera estar encendido, quema en mi bolsillo haciendo que me sienta culpable por llevarla conmigo.
Pero la curiosidad es más fuerte que la culpa. Estoy en el coche, esperando que salga mi hijo de la clase de inglés. Saco el móvil y lo enciendo. Entro en el correo. Abro el vídeo y me salto lo turístico, hasta oír el rumor del agua cayendo sobre su cuerpo. Sonríe relajada. El viaje le está sentando bien. Está guapa. Muy guapa. Radiante. Se acerca y se aleja del objetivo sin alardes, con total naturalidad. Recoloca la cámara y se recuesta en la cama. Aún no ha dicho una sola palabra pero allí, en aquella cama de la lejana Argentina, juega con sus dedos, con su piel, se acaricia sin reservas, se recorre entera para, en una sinfonía de suspiros, jadeos y gemidos, entregarse a su propio juego hasta estallar de placer alcanzando el éxtasis ante, los que sabe, mis sorprendidos ojos.
Estoy alterado, acalorado y jadeante yo también. Dudo en borrar el vídeo o, cuanto menos, la parte sexual pero no me siento capaz. Algo, no quiero saber qué, me lo impide y guardo el móvil junto con la culpa. Después de esto, lo he vuelto a ver un par de veces. También he hablado con ella pero sin hacer mención al «regalo». La culpa es cada vez menor. El vídeo sigue ahí pero el móvil ya no quema en mi bolsillo. Lo miro de vez en cuando y cuanto más lo miro, más tranquilo me siento.
Por fin, creo que he decidido que no hay ninguna culpa en el vídeo. Ni en los deseos de ella. Ni tan siquiera en los míos. Falta aún un tiempo para que regrese y la pregunta surge en mi mente: ¿Habrá, por fin, vencido mis recelos? No intento buscar una respuesta. De momento no me importa. Cuando llegue el tiempo, se resolverá. Sin traumas. Sin tensiones. Sin nervios. Empiezo a pensar que la culpa no existe...

sábado, 16 de abril de 2016

ERRAR






Caminaba cabizbajo. Le había caído en gracia, lo sabía, pero… Como siempre, había un pero. Una vez más, algo limitaba su avance hacia la meta. Hoy no parecía diferente.
Acudió a aquella cita buscando dar fin a su vagabundear. Le recibió con una amplia y radiante sonrisa. Hermosa. Sensual. Un cuerpo semejante a Bo Derek en “10” o a Raquel Welch como “chica Bond”.
Y ese era el problema. Sus sentimientos explotaban como una bomba nuclear. ¿Qué hacer? Una vez más tendría, ¡eran ya tantas! que renunciar. Aceptar que su vida era una cruel quimera repitiéndose eternamente. A pesar de todo, seguiría luchando.
Apretó los dientes. Miró furtivamente a derecha e izquierda y se metió en el bar. La camarera lo miró con la misma fustración de siempre. Era el único cliente que no le miraba las grandes tetas que el generoso escote hurtaba a la imaginación. Se sentó en una mesa. La de siempre. Pidió una botella. Comenzó a beber a pequeños sorbos. Como hacía siempre. Y una vez más, a la vez que el licor ardiente recorría su garganta, aquella sustancia humectante anegaba sus ojos, rodaba lenta y caía formando un pequeño charco sobre la mesa. ¡Treinta años! ¿No eran bastantes?
El coche aplastado contra la roca y ella tendida sobre la tierra, seguía siendo su realidad. Su cuerpo se marchitó pero su esencia quedó prendida a los seres amados. Unos seres que habían aprendido a vivir sin esa presencia de energía no tangible que le hacia prisionero eterno en un mundo que nada podía ofrecerle.
¿Quién, dónde y cuándo dijo que los ángeles no podían ser crueles?

viernes, 15 de abril de 2016

MI MURO



Muero en la larga noche por ver llegar el nuevo dia y poder mirar por la ventana.
Pero mi ventana da a un muro. Un muro de piedra gris y fría que no me deja ver el sol, las nubes, la montaña, los árboles.
Antes no era así. En mis años mozos,  me dejaba ver el mundo. Un mundo que a veces era muy bonito y otras no tanto pero que yo miraba con verdadera avidez. Hasta que un día la abrí y, en lugar de un mundo de colores, me encontré con el muro y ya no pude ver la vida exterior ni sentir el aire en mi piel.
De como surgió, nada se. De como derruirlo, aún menos. Salgo de casa para acercarme a él y derribarlo pero, desde fuera, no se ve. No está. Me acerco a la ventana y veo el interior de mi habitación. Vuelvo dentro y allí está, tapandola.
El resto de la gente no lo ve. Cuando entran en mi habitación y dicen: -¡Qué bonitas vistas!- mi cara refleja una total perplejidad.
 Pero ya me he acostumbrado. Podría decir que nos complementamos. Que lo siento parte de mi, así que he decorado la ventana. He puesto una rama seca, una piña y una calabacita.
Al muro también le gusta.

miércoles, 13 de abril de 2016

...QUIÉN?




Surgió del silencio y como una sombra, avanzó descalza, los zapatos en la mano, hasta sentarse a mi mesa.
Una melena oscura hasta la mitad de la espalda, ojos verdes brillantes de vida, labios rojos, carnosos, sensuales. En realidad, todo su cuerpo, la forma de deslizarse, emanaba una sensualidad que envolvía. Olía a lirios, a naturaleza, a libertad. Recogió las piernas sobre la silla dejando al descubierto unos muslos esbeltos que atraían la mirada como un hechizo. No habló y, cuando nuestras miradas se encontraron, tampoco hizo ningún gesto. Permaneció allí sentada, quieta, mirando al frente y sin mover un solo músculo de su cuerpo a no ser el suave vaivén de su pecho al respirar.
No se por qué tampoco yo le dije nada. Permanecí callado observándola, notando su presencia más allá de su visión y de su olor; absorvido por una serenidad que, desde hacia tiempo, tenía olvidada; envuelto en la suave bruma de su aura.
Pasado un tiempo, también sin decir nada e incluso sin mirarme, se levantó, recogió sus zapatos y comenzó a alejarse lentamente, casi flotando sobre las baldosas de la calle calentadas por el sol del verano. El vaporoso vestido hasta medio muslo, la melena ondeando al caminar, toda ella iluminada por la dura luz del mediodía, la hacían parecer etérea en la aún corta distancia.
Sentí un gran vacío en mi interior, una fuerte sensación de soledad me inundaba y, sin voluntad, fui tras ella. Se detuvo un instante como si hubiese percibido mi movimiento, pero siguió andando sin mirar atrás. Mi sensación de vacío y soledad iba desapareciendo en la medida que me acercaba. Cuando me faltaba un solo paso para alcanzarla, extendió su mano. La cogí para caminar juntos sin rumbo ni destino y así seguimos, pegados el uno al otro en un errar infinito.
No se su nombre, su origen, ni su edad. Yo la llamo Felicidad.

LA NUBE


¿Por qué el espejo le devolvía aquella imagen ajada, ese pelo blanco, esa piel arrugada?. Miró atrás a través de aquellos ojos azules que se reflejaban en la pulida superficie. Esa es su verdad. La única que le interesa y le importa porque no cuenta el tiempo, solo el sentimiento. Tan fresco, tan limpio, tan sincero como cuando se le desbocó el corazón momentos antes del primer beso de amor. ¿Cuántos desde entonces? Y todos fueron iguales. Todos le desbocaron el corazón porque todos, una y otra vez, eran el primer beso.
Se sonrió a si misma al verse en aquel tiempo de falda gris plisada, blusa y calcetines blancos hasta las rodillas y dos coletas adornadas con sendos lazos. Sonrió a las arreboladas mejillas y a los pechos turgentes estirando la tela de la blusa. Y rió abiertamente al contemplar, desde ese tiempo del espejo, las bocas abiertas de aquellos adolescentes, casi niños, al verla pasar balanceando las caderas. Aquella fue la mejor época de su vida porque hizo eso, enseñarle la vida, así que decidió que, aunque le fuese infiel mil veces, siempre volvería a ella como bálsamo para sus heridas.
Y lo hizo. Cuando se separó tras un matrimonio que viajaba a mayor altura de la que su férrea educación burguesa le permitió soportar, retrocedió varios años hasta reencontrarse en su aparcada adolescencia. Ella y el pelirrojo de la tercera fila, igual de adolescente pero sin tantos granitos en una cara de sinvergüenza que la cautivó. Fueron amantes. Fue amante de otros cien y cien veces regresó a aquella época de coletas y falda plisada, de blusa y calcetines blancos hasta las rodillas.
¿Estaría entre aquellos amantes el tipo del Taller de Relatos que tambien consiguió injentar en ella una ilusión a través de los Desafíos? Pudiera ser pero no lo creía. Aunque, la verdad, ahora que el espejo le devolvía una imagen que no le correspondía, poco importaba ya. Dedicó una mueca despectiva a esa imagen y con una sonrisa fresca, se concentró en esos ojos que la introducían por enésima vez en la frescura y la ilusión.
Así que, cuando una cortina gris se formó en el espejo nublando aquella mirada joven, lo entendió y lo aceptó. Sonrió pícaramente, lanzó un beso a los azules ojos y se dejó ir diluyéndose en la bruma gris de su última nube.

El OSO: Oso Que Escribe

Despertó con la tremenda algarabía de sus hermanos. El sol estaba ya alto y la suave brisa mecía las hojas de los árboles. Todos lo miraban. A él y al río. Al río y a él. Se desperezó. Para aquí. Para allá. Arriba. Abajo. Y...¡zas! Se lanzó al agua.
Lo recibió un abrazo frío y la burla de una profundidad que lo superaba. Alzó la vista hacia la luz y sonrió: nadaría.Sin embargo, la sonrisa se convirtió en mueca. La corriente era tan fuerte que lo arrastraba sin que pudiese evitarlo. El fondo cambió. Rocas. Llegaba a los rápidos. Se golpeó una y otra vez. De cuando en cuando sacaba la cabeza fuera del agua y eso le permitía tomar aire antes de volver a hundirse. Aire y ver. Se acercaba sin remedio a la cascada pero nadie, ni él mismo, podía ayudarle.
Chocó con una roca y cayó. Pataleó todo lo que pudo mientras lo hacía. No sirvió de nada. Dio tumbos. Vueltas. Más tumbos y más vueltas y de pronto...tierra!. Izó si cuerpo fuera del agua llevando en sus fauces el mayor salmón que se había visto nunca en aquel bosque.
Todos le miraban. A él. Al río. Al salmón.¡Ah! ¡qué no era ese el desafío! ¡Qué se trataba del Desafío Literario 28! ¡Vaya, era eso y él ahora estaba maltrecho y pocho! No importaba. Acudiría a ese desafío y se haría tan famoso como ese Oso Abrazado a la Luna del que todos hablaban en las tertulias de las cálidas noches de verano. Si. Se ganaría la fama y el nombre de Oso que Escribe.

martes, 5 de abril de 2016

UN AÑO MÁS


No podría ser. Este año no. La Semana Santa tan tarde... Las vacaciones escolares tenían a los niños revoloteando por la casa y, como consecuencia de ello, no le quedaba ni un minuto libre al cabo del día. Ni siquiera había encontrado una tarde para ir de cena con su esposo y celebrar su catorce aniversario de boda.
El interfono la sacó de sus pensamientos:
-¡Gloria, vayase a casa y prepare la maleta. A las cuatro salimos para Roma. La espero a las tres y media en el aeropuerto.
¡Vaya! El Congreso de la Seda. Aquello no le iba a gustar nada a Fran, su marido, pero ambos sabían que era un compromiso que no podía, de ninguna forma, eludir.
Llegaron a las seis a Fiumichino. Alquilaron un Audi A8 y se dirigieron al hotel. Una lujosa habitación en la última planta con una amplia terraza colgada sobre la Via Venetta la recibio llena de luz.
Cuando el botones, tras recibir una generosa propina, salió, Antonio, su jefe, se acercó a ella por detrás abrazándola y besandole el cuello.
-¡Por fin! -dijo- Creí que nos perderíamos los ultimos atardeceres de marzo.
Se revolvió en los brazos masculinos ofreciéndole los rojos y carnosos labios. Fue un beso largo, prieto, desesperado. Cargado de pasión y lujuria como cada año en los diez últimos. Las manos se movieron buscando la piel, arrancando el estorbo de la ropa hasta quedar desnudos alli mismo, inundados sus cuerpos de la luz naranja del atardecer. Se amaron locamente, sin tregua, con la pasión desesperada que provocan los amores ilícitos. Llegaron al climax al unísono y quedaron abrazados, jadeantes, mientras el sol se rendía  a las tibias sombras de la noche.
Serían días de lujuria y pasión.