viernes, 9 de diciembre de 2016

DESPEDIDA

Le hacemos saber nuestro agradecimiento por lo mucho que durante estos años ha dado a esta empresa. Ha sido un honor tenerle con nosotros... Con unas palabras y un reloj grabado se cerraban cincuenta años de su vida.
Acababa de cumplir los sesenta y cinco ¿Y ahora qué? Comenzó a frecuentar el Club de Jubilados y desde allí, junto a otros en su misma situación, a pasear por las mañanas. Todos los días a la misma hora. Todos los días el mismo camino.
Un día no acudió. Sus compañeros lo echaron de menos, si bien pensaron que estaría enfermo. Pero no. Estaba en aquella cafetería observándola con ojos de admiración y la boca abierta. Un día, solo un gesto, se saludaron. Otro tomaron café. Más tarde hablaron, pasearon, intimaron. Pasado un tiempo, ella le invitó a su casa y acabó por aceptar hacer el amor con él.
Cenaron, se besaron, se acariciaron mientras buscaban la comodidad de la cama. Alcanzó el cierre del sujetador y liberó, al fin, aquellos pechos suaves y cálidos como cojines de plumón.
Un punto rojo en el cerebro, un dardo en el pecho y ya no hubo más aire para él. Cuando lo apartó de si dándole la vuelta, lucía una sonrisa.
Ella no. En menos de un año era el tercer hombre que se le moría sobre las tetas.

lunes, 5 de diciembre de 2016

ELLA

El paisaje, el llano, las lejanas montañas, el camino... y ella. Tras el recodo, las piedras que antaño le sirvieran de refugio. Su aroma, aquel aroma a cerezas silvestres y miel, lo impregnaba todo.
Yo tenía la fuerza de la magia. Ella la encaminaba, la dirigía con sus conjuros y la hacía fluir. Juntos emprendimos un viaje de etapas sin fin en el que los sentidos iban libres, gobernaban nuestras vidas un tiempo y remitían. Hasta aquel día. Por vez primera no fuimos iguales. El bebedizo tenía distinto sabor. Mi espíritu voló, más su cuerpo se apoderó del mío. Sus labios, como su olor, eran cereza y miel. Frescos y ardientes. Eran en sí mismos la puerta a un mundo de goces y sentidos. Gimió en mí y yo gemí en ella. Sorbimos cada uno el aire que respiraba el otro. Entrelazamos los cuerpos estremeciéndonos en mil posturas que nos transportaron a goces infinitos. Y fue la luna la que alumbrando nuestro amor, nos sacó de él al llenar de luz el lecho que nos acogía. Un rayo plateado se reflejó en sus ojos cuando, a lo lejos, aulló el lobo. Entonces se incorporó cubriendo su desnudez con la sábana. La magia se había roto. En aquel momento, solo eramos una mujer y un hombre.
Me recreé en la vista de la piel de su espalda. Suave, tibia, dorada. La acaricié apenas con la llema de los dedos. Se giró entregandose a mis brazos, a mis manos, a mis labios. Volvimos al amor conscientes esta vez de ser nosotros mismos. Solo dos seres mortales que se gozaban en la espiral de una carrera contra no sabíamos qué. Los jadeos, los suspiros, los susurros, se convirtieron, sin nosotros quererlo, en la llamada a aquellas fuerzas que, a través de ella, cambiarían nuestras vidas. Caímos en un duermevela con las pieles fundidas, con las almas enredadas, hasta que la primera luz del amanecer nos hirió los ojos.
Fue cuando aparecieron. Ruido de cascos y piafar de caballos en el patio. Sonar de armaduras en los corredores. No hubo entrechocar de espadas. Nadie se enfrentó a ellos. El señor de aquellas tierras venía a buscarla y se la llevó.
Vestida con sus mejores galas. Serena frente a su destino. Brillantes los ojos con el destello de la noche de amor. Una simple bajada de pestañas fue toda su despedida. Jamás volvía verla en aquella vida que, en tanto ella no esté, seguirá siendo la misma para mí. Mientras espero su regreso, reconozco los paisajes, los caminos, las piedras en que un día la encontraré para, otra vez juntos, iniciar una nueva vida que muestre la certeza de aquella frase escrita, ¡hace tanto pasado! en las piedras que fuesen su refugio: "En el devenir de los siglos, cuando ya nuestro tiempo no exista, tú seguirás en mi alma".

lunes, 28 de noviembre de 2016

VISITA


La verdad es que no la conocía mucho. Tampoco sabia cual era la verdadera razón de que estuviese en mi casa sentada en el brazo de mi sofá. Había llamado a la puerta y cuando abrí, me saludo con un ligerisimo beso en los labios colándose dentro.
Ante mi extrañeza, soltó una alegre carcajada y haciendo un mohín con sus rojos y carnosos labios dijo:
-Usted perdone caballero. Simplemente he pensado que como pasaba por aquí y vamos al mismo sitio, podríamos ir juntos.
-Bueno... visto así -balbucí.
-...y vamos ganando confianza.
-Sea. Sirvete algo de la nevera si te apetece. Yo he de vestirme.
Sonrió mirándome de arriba a abajo pícaramente antes de dirigirse a la cocina mientras yo aprovechaba para observarla en detalle.
-No tengas prisa. Ya voy despacio para que saques la foto.
Glub! Esta chica era directa y estaba muy bien. Tenía un bonito cuerpo con unas muy interesantes curvas un tanto mareantes por debajo de la espalda. Giré sobre mi mismo y me metí en el dormitorio. Desde allí pude ver como volvía al salón para sentarse en el brazo del sofá desde el que comenzó a curiosear todo el entorno girándose para observar lo que había a su espalda. Y tanto se giro que, justo en el momento en que yo entraba de nuevo en la sala, se cayó de espaldas en el sofá quedando con las piernas para arriba y con las bragas al aire.
-Jajaja... Jajaja. -La carcajada me salió del alma.
Seguí riéndome sin poder parar, menos aún viéndola patalear inútilmente.
-Podrías dejar de reírte y ayudarme ¿no te parece? ¡No es de caballeros mofarse de una dama en semejante apuro!
-Lo se jajaja. Lo se. Pero estás muy, pero que muy graciosa. Quería una foto tuya pero...¿no te has pasado?
-A lo mejor no te gusta -dijo mientras asía la mano que le tendí.
-Me encantó. Tienes una piernas muy bonitas y unas bragas preciosas jajaja.
Estiré de ella que, al levantarse  quedó muy cerca de mi. Tanto que su aliento me abrasaba y notaba el calor de su cuerpo, su aroma envolviéndose en una nube. Sus labios se entreabrieron entrecortada la respiración, la mirada perdida en mis ojos.
Le di una cariñosa palmada en la nalga.
-¿Nos vamos?
-Si... vámonos -dijo besando mis labios suavemente- Vámonos.
Al salir por la puerta lanzó una sonora carcajada.
-Jajaja... No se te ocurra contarlo a nadie ¿eh? ¡A nadie!
-¡No por dios!  Jajaja Será nuestro secreto.
-Algo es algo -dijo- ¿De verdad te gustaron mis bragas?...
"La otra vida"  ©Dorvas, 2015

viernes, 17 de junio de 2016

LA LLAMA

Llegó caliente. Su olor la delataba y el humo que surgía de sus faldones, indicaba el foco de aquel calor. Agachandonos un poco, pudimos ver el brillo de unas tímidas llamas que nos dejaron asombrados. ¿Qué hacer? No era cuestión de permitirle una combustión espontánea que acabase con su esencia y la convirtiese en una masa informe y carbonizada.
Pensamos que lo mejor sería la axfisia y la tratamos a base de polvos. ¡Bien! ¡Ya estaba! ¿O no? Vimos como los polvos cambiaban de color empapando el jugo caliente y, de pronto, ¡zas! la llama volvió a surgir. Nos miramos asombrados. Aquello iba en contra de toda la teoría con la que nos habían aleccionado. Pero a lo hecho, pecho. ¡Más polvos! ¡Bien!... o no. Nuevamente brotó el líquido cálido y nuevamente se inflamó. ¿Agua? ¡Ni pensar! Podría expandir aquel magma y provocar un fuego mucho más serio.
Entre tanto, mis compañeros volvieron a polvear en aquel foco pertinaz. De nuevo el fracaso se dibujó en sus caras. ¡Se acabó! Dijera lo que dijese la teoría, yo seguiría mi instinto y, viendo que el asunto estaba muy caliente, decidí enfriarlo a la tremenda. Me abrí hueco entre los de los polvos y apunté el CO2 directo a la llama: ¡Zrumemmmchuutt!
Se hizo un silencio seco, pesado, aplastante. La llama se apagó y todos respiramos aliviados. Habíamos conseguido salvar aquella unidad de tren de la voracidad de las llamas.

domingo, 5 de junio de 2016

CONMIGO... SIN MIGO


Aquel día soñé conmigo. Un Migo que no conocía. Ya véis. A estas alturas de mi vida. De la mía y de la de Migo, supongo. Sea como sea, ahí está acompañándome a todos lados. La verdad, no lo conocía, pero ahora que lo conozco, que lo he soñado más bien, viene a todas partes acompañándome, dándome calor. Él debe saber mucho sobre mi porque sonríe con mis recuerdos, sufre con mis dolores, por cierto, la pata me estaba matando. Durante la tarde, pensé que iba mejor pero no. Por la noche me dio bastante guerra ¿a lo mejor fueron ella y Migo a bailar y yo no me enteré? Pudo ser. Porque a lo que me sucede en los últimos tiempos, las distintas partes de mi cuerpo tienen mucha autonomía, mucha vida propia al margen. Algunas, hasta autogobierno ¿os dais cuenta? Mi cerebro ya está divagando sin que yo lo controle.
¿Por dónde iba? ¡Ah, si! Que soñé conMigo y que Migo... Eso, que ¿quién o cuál es este Migo? Porque tengo muchos por ahí. Casi todos surgieron de viajes que hice en algún momento de mi vivir. Por ejemplo: un día viajé a una ciudad del sur. Mi «amigo» percibió una conexión entre su catedral y la de otra ciudad del norte y allí está, en la nave central con el cuerpo del Dean colgado frente al altar mayor. Otro migo está pegando tiros en un chalet sobre una playa paradisíaca, un tercero ligando y turisteando por la Costa Brava... en fin, que están bastante activos todos ellos pero todos, a la vez, muy parados. No se. O si se. O ¡yo qué se!
El caso es que me puse a soñar con uno que, ya sabéis como son los sueños,  era él y eran todos, hasta yo. Y fijaos que lo importante no era lo que pasaba en el sueño, que ni me acuerdo, aunque si recuerdo que cuando se iba a solucionar no se que cosa me desperté.
Así que lo importante es el hecho de soñar conmigo. Porque soñar con otros, u otras, ¡ainssss!, es bastante más normal en mi pero soñar con mi yo pasivo...no se. Le doy vueltas y más vueltas pero no veo el porqué. A lo mejor no hay nada que entender. Solo es así. Es el mundo de los sueños y, como todos sabemos, los sueños son un mundo. Sin embargo, no estoy tranquilo. Tampoco es que me vaya a ofuscar con el tema y me pille una paranoia. Aunque... si es para Noia ¿a mi qué más me da?. Vale. Ya está. Lo dejo. Pienso que quizá es que en aquel momento, tenía algo que decirme sin saber el qué y, sobre todo el cómo, así que vino el bueno de Migo a echarme una mano.
Han pasado días y sigo sin saberlo. Pues nada. Hora de dejarlo. Lo que es seguro es que conMigo o sin Migo, ya me lo diré.

viernes, 3 de junio de 2016

EL DESTINO

Escrito en colaboración con Mercedes Estévez. De forma espontánea y sin haber acuerdo previo entre ambos, fuimos dándole continuidad cada uno con un párrafo. Esto fue lo que creamos.

«Eres como las olas del mar. Vienes y vas a tu manera y, cuando uno se confía, lo revuelcas y lo inundas».
Este pensamiento despertó a Alan. Estaba tentado a insistir con la llamada pero en el fondo sabía que no debía pensar por aquella cuya silueta se recortaba ya en el contraluz de la puerta de la oficina. La veía cada día, ¿qué sentido tenía llamarla fuera de horario para proponerle un trato como aquel? Ambos saldrían ganando y, a partir de entonces, si trazaban bien las líneas paralelas de su plan, conseguirían los objetivos que Alan se había propuesto desde el primer día en que llegó a aquella maldita empresa en la que, no en ella si no en su dueño, debería tomar venganza por el asesinato de su mejor amigo cuyo único delito había sido estar en el lugar y momento equivocado cuando el marido de aquella venus entregaba el maletín cargado de billetes a aquellos malencarados nipones de la jakuza que jamás perdonaban una deuda ni olvidaban una cara y que aniquilaban a los testigos sin comer, beber o concederles el ultimo deseo.
El trato era simple, fácil de ejecutar, seguro y sin posibilidades de negociación. Su objetivo no era, estaba claro, el tipo de gente de la que te librabas facilmente una vez que caes en sus redes, pero de eso se trataba. De tomar venganza sin que nadie sospechara cuales eran sus verdaderas intenciones. No quería perder de vista su plan. Quería matar a aquel canalla y la usaría a ella sin ningún remordimiento. Es más, se daría el placer de seducirla.
Quería empezar por arrebatarle algo más preciado que su vida, lo que más deseaba. El orgullo. Conocida la infidelidad, aquel ganster no tendría más remedio que «lavar» su honor. Alan tan solo se defendería de un marido herido y ofuscado. La traición de aquella mujer era mejor arma que un revolver porque le daba la coartada para el crimen perfecto: los celos. Giró la cabeza. Ella se acercaba, con paso lento y sensual, directa hacia donde él se encontraba, luciendo una de esas miradas panorámicas de control del espacio y el tiempo. Se quedó, como cada día, con la boca abierta ante aquella figura de curvas perfectas. El deseo y la lujuria brillaban en sus ojos pero sabía que no debía perder de vista su objetivo, su misión. No se convertiría en presa por una cara bonita y unas tetas... ¡glub! Tragó saliva. La blusa, estratégicamente desabotonada, mostraba el encaje del sujetador y el sugerente canal entre los pechos. Una nube de perfume dulce inundó el aire cuando llegó a su lado. En ese momento, el resto de la habitación ya había perdido importancia. Ella la llenaba por completo. Sacudió la cabeza y le ofreció una silla que ella aceptó con un de esas sonrisas de cuerpo entero. No estaba preparado para que se tambaleara de aquella manera su sed de venganza, su odio. Pero aquellos muslos de piel dorada que la corta falda mostraba generosamente, tenían el poder incluso de hacerle olvidar que ella solo era el instrumento ideal par hacer un daño capital al mal nacido de su marido. Volvió a sacudir la cabeza y la miró directamente a los ojos, más por no ver los encantos que se le ofrecían de una manera natural, sin intención, pero no por ello menos hipnóticos. Esperaba que la ambición de ella le otorgase los dos placeres que más deseaba: su cuerpo y la venganza.
Con una sonrisa entre cínica y burlona, le expuso su plan: despojar a su marido de todo lo que le importaba en la vida, ella y su imperio. No le dijo de entrada que, en un principio solo le movía la venganza, porque sabía que mariposasentía como un objeto, utilizada, se enfurecería. Craso error. Fue ella la que, acercándose peligrosamente, preguntó si sería capaz de ejecutar su venganza sin generar entre ellos ningún otro vinculo que el de la carne y el saldar la deuda de hacer justicia.
Pero el aroma y el calor de aquella piel le embotaba la mente. Tomó la barbilla en su mano y, poco a poco, fue acercando su boca  los tentadores labios. Ella se apartó. Dejó caer la falda al suelo, desabrochó la blusa y soltó el cierre del sujetador ofreciéndole la visión de unos pechos firmes y desafiantes. Con los ojos como platos, sacudió la cabeza por tercera vez. Boqueo, manoteó el aire... Un dolor agudo se instaló en su pecho y cayó fulminado por el infarto.
Las voces se detuvieron ante la puerta. ¿Su marido? Petrificada como estaba, reaccionó por impulso. Recogió la falda y trató de esconderse tras la cortina con la mala suerte de tropezar con la gruesa alfombra. Tratablilló. Intentó apoyarse en un cristal que no estaba donde debía. Veinte pisos la vieron volar.

jueves, 5 de mayo de 2016

PRINCESA A RATOS


Azucena, en su labor de camarera personal, ordenaba por enésima vez la suite 236 del Gran Hotel. Era un trabajo cómodo y bien pagado pero, aun así, todo tiene, por lo menos, un par de limites. A sus treinta años, tenia un cuerpo escultural que para si quisieran muchas de las que disfrutaban aquella suite. Su afinada educación, sus tres licenciaturas y los cuatro idiomas que dominaba, la colocaban en demasiadas ocasiones, a mayor nivel que aquellos que le daban órdenes.
Pero la crisis y un administrador poco escrupuloso, arruinaron a la mujer que, adoptándola de niña, le había dado todo.
-Esto si es una buena madrastra y lo demás son cuentos -pensó.

Por poco que le apeteciese, necesitaba aquel trabajo. Su mente vagaba libre mientras ordenaba los lujosos vestidos, las joyas, los complementos, la sensual lencería… de la mujer que ocupaba ahora el aposento.
Y si… Sabía cual era el otro limite pero… Y si…
Se despojó de sus ropas y, desnuda, se miro en el espejo. Era hermosa. Vestida con aquellos lujos parecería una verdadera princesa.

El salón de recepciones del hotel estaba repleto. Toda la jet estaba allí. Magnates de la banca, de los negocios, políticos, gobernantes… Las mujeres, entre las que, seguramente, se encontraban las más hermosas y las más elegantes del mundo, lucían su posesion y su estatus con orgullo.
Azucena se movía en aquel ambiente como pez en el agua. Charlaba y departía con unos y otros despertando admiración en muchos, envidias entre las mujeres y miradas de deseo entre los hombres. A pesar de saber que había traspasado los límites, lo estaba pasando de maravilla. Por vez primera se sentía una mujer de mundo disfrutando de todo aquello que, de alguna forma, creía que la vida le debía.
Y en el mejor momento, en pleno apogeo de la fiesta, sus ojos se encontraron con los del Jefe de Sala. No había duda. La había reconocido. Un gesto, solo uno, y entraron en un cuarto contiguo. El no dijo nada. Cerró con pestillo y se desabrochó el cinturón. No había ni reproche ni burla. Solo era un buitre más aprovechando la oportunidad.
-No te preocupes niña -le dijo al salir- Si yo supiese solfear, tampoco seria cantante.
Vinieron más días. Más fiestas. Más momentos. Azucena, que un día quiso ser princesa, acabó siendo la sierva sexual de todos aquellos hombres del hotel que la vida había colocado un peldaño por encima de ella.

martes, 26 de abril de 2016

MADRUGADA (Rayo de luna)


Hoy la luna estaba tímida. Quizá no se sentía bella para su encuentro con el sol que ya empezaba a despertar. Vergonzosa, se escondía tras las brumas del alba, iluminando apenas aquel mar que le dedicaba el canto de sus olas.
Pero era bella la luna y aquel rayo de luz que enviaba sobre la linea de costa. A mi me lo parecía en aquella fría madrugada que, sin llegar a entender por qué, me había empujado hasta la playa desierta...Desierta pero tan hermosa… Tal vez como todas las playas pero esta era “la mía”, la más hermosa del mundo…
No pude dormir por la noche. No estaba cansado. Las caricias de las olas y la brisa penetraban en mí y se convertían en un irresistible deseo de hablar con ella, la luna. No la quería ver tímida. Ni triste. ¿Cómo decirle que su belleza era aun más valiosa porque se atrevía a romper la oscuridad, a hacernos participes del misterio del universo, a darnos esperanza de brillar, aunque no fuera con luz propia, aunque fuera el reflejo de algo mayor?. ¡Qué privilegio poder iluminar las noches de los enamorados, o mejor aun, la de los perdidos en las tinieblas y servirles de guía y no tuvieran que vagar solos en los mares tenebrosos del miedo!

Aquella mañana observando el vuelo de las gaviotas juguetonas encontraría una nueva oportunidad para reunir el valor de confesarle que él también quería volar hace tiempo, que sus alas aprisionadas por la rutina y el miedo necesitaban extenderse en toda su amplitud. Al fin y al cabo, servían para eso, para volar y sentirlas inmóviles pegadas a su cuerpo, las convertía en una coraza. Vio como se acercaba por la playa a su encuentro y sus labios se abrieron para disfrutar. Caminar hacia ella, encontrar su reflejo. Brillante sombra que navega como barca sin remos sobre las profundas aguas iluminadas  por ella. Mirar al cielo. Pedir un deseo. Luna, puedo encontrar la felicidad que espero. Contigo…Y cuando llegué de madrugada al hotel solo me dio tiempo de sacudirme la arena de todo mi cuerpo, ponerme el uniforme, y empezar a servir los desayunos
!!Él!! Untaba la mantequilla en el bollo..No nos miramos. O nos mirábamos sin vernos, con esa mirada que la rutina vuelve turbia, con la desgana que provoca tomarte un café frío delante de unos ojos vacíos, cuencas de un negro  abismal que solo reflejan soledad. Aún quedaba algo de lo que una vez nos prometimos a la luz de luna, no era amor, ni tan siquiera ternura, a estas alturas nos conformábamos con compartir  la tostada de mantequilla con  alguien que portara la mermelada perfecta.Y es lo que hicimos, desayunamos en silencio, de vez encuando una mirada y ese tintineo de la cucharilla al mover el café, pero de pronto su pie subía por mi pierna acariciándola, fue un simple roce por que enseguida retiré la mía, él no se molestó, con la tostada en la mano alzó sus ojos chocando con los míos. Pero eran unos ojos vacíos, carentes de emoción, que transmitían un mensaje claro: se acabó. Sin embargo, era yo quien se negaba a aceptarlo. Cedí. El Jefe de Sala me miraba con cara de muy mal amigo. Supe que aquello también había acabado. Perdería mi empleo ¿y qué?

Acabamos el desayuno, nos cogimos de la mano y, a paso lento, subimos a su habitación. Pasamos el día acariciándonos, besándonos, amándonos. Las horas se sucedían, el sudor y los jugos de nuestros cuerpos se mezclaban y, aún así, no cedimos al cansancio. Sacábamos, sobre todo yo, fuerzas de la desesperación de un amor que moría a cada gemido, a cada orgasmo.
Llegó la noche y nos separó. No la noche en si, si no la propia oscuridad que nos invadía. Él se quedó en el hotel. Yo volví a la playa y esperé a la luna. Fueron horas conmigo mismo en las que reviví mi futuro mientras lágrimas amargas rodaban por mis mejillas hasta caer a una arena harta de sal. Vino tarde. Mucho. Se asomó por detrás de la mole de piedra caliza como si tuviese miedo al encuentro. La miré. Su luz blanca enfrió mi alma dejándome un mayor desasosiego. Grité entre convulsiones y sollozos: ¿¡Qué quieres de mi, luna!?
Y cuando la tenue luz del sol comenzaba a romper las tinieblas por el horizonte, con un nuevo rayo iluminó el mar más allá del lugar donde rompían las olas. Era su respuesta. La mano que me tendía. Me acerqué hasta fundirme en un abrazo con ella y al fin, con una sonrisa, encontré el valor para cumplir mi destino.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Un relato creado en colaboración para conmemorar el Día del Libro en el año 2016.
Escribieron: Vania Radoeva, Mati Sánchiz, Mercedes Estevez, , Marti Torres, Marisa Trejo, Nady Marley, Paqui Ortiz y Salva Ramirez.

viernes, 22 de abril de 2016

EL OSO: Cambiaré mi nombre


¡No! ¡Otra vez no! Aprendiz de Escritor acababa de cazar el salmón más grande que jamás viésemos en este bosque. Fue una casualidad, lo sabíamos. Pero fue un gran momento para el clan. El joven intentaba ser escritor y todos queríamos que lo fuese. Estábamos necesitados de grandes historias que legar a nuestros hijos.
Como hace unos años, primero aparecieron los perros. Esos animales bastardos al servicio de los humanos. Entonces escapé porque andaba explorando por los bosques altos. El regreso fue dantesco. Encontré a los míos masacrados. Algunos, mutilados. Les habían cortado las manos y los pies. A Alma que Habla con el Viento le habían cercenado la cabeza. De su cuello salía la sangre a borbotones volviendo a la Tierra Madre. No supe qué hacer. A otros les habían hecho cautivos. Tampoco pude seguir su rastro. Solo el del pequeño que aún no tenía nombre. Día a día, vi lo que hicieron con él en su presidio hasta aquella noche en que lo vi hundirse en el estanque abrazado al reflejo de la Luna.
Hoy volvían. Rugí advirtiendo a los míos. Sonaron los truenos. Dos cayeron. Ellos no eran muchos y se conformaron con aquellos dos cuerpos mientras la sed de venganza me corroía las entrañas. Con los ojos inyectados en sangre y el corazón queriéndose salir del pecho, mi cerebro exigía revancha. Devolver a aquellos asesinos el daño que nos habían infligido. Hacerles sentir el horror de la muerte violenta, cruel e inútil.
De pronto, vi su cuerpo tendido en la orilla del río más allá de la cascada con un enorme salmón a su lado. Abatido por la ira y la impotencia descendí hasta él. La vida había huido, a través de un agujero en el pecho, de aquel joven que soñaba con ser escritor. Tomé su cuerpo inerte en mis brazos. Él, que habría matado por colaborar en DesafiosLiterarios.com, yacía sin vida. Yo, postrado sobre la tierra juré solemnemente sobre su cadáver que, desde ese mismo instante, viviría solo para tomar la más cruenta revancha sobre todo ser humano que pudiese alcanzar.
Por Alma que Habla al Viento, por Oso Abrazado a la Luna, por Oso que Escribe, por todos los demás, me transformaré, cambiaré mi vida y cambiaré mi nombre. Hoy ha muerto El Que Cuida al Clan. Hoy ha nacido El Que Ejecuta la Venganza.

lunes, 18 de abril de 2016

DE VIDEOS Y CULPAS


«Te llegarán mis cartas....», decía la canción. Pues bien, el tiempo no pasa en balde y las tecnologías avanzan sin parar. Con esa perspectiva, hoy día, cuando alguien te quiere dar noticias desde lejos, no te manda una carta, no. Te manda un vídeo que te llega directamente al ordenador, tablet o móvil vía correo electrónico, whatsapp, messenger o similar.
Me váis a decir, seguro, que eso está superado. Que es más directa y más moderna la videoconferencia. Pues si...Pues no. La parte negra de la videoconferencia es que, si no te interesa el derrotero que toma, la cortas y ahí acaba todo. Con el vídeo no. Cuando alguien te envía un vídeo, ya cuenta con que, aunque solo sea por curiosidad morbosa, terminarás viéndolo entero. Si... y hay más de un noventa por ciento de probabilidades de que así sea.
Viene todo esto a cuento de que yo tengo una amiga. Una amiga que aspira, sin ningún género de tapujos, a ser mi amante. No porque yo sea guapo, o divertido, o un fiera del sexo, no. Simplemente, porque sí. Y, también porque si, yo no he querido. Los motivos y razones no vienen al caso. Solo es así. Y así las cosas, ella que si y yo que no, un buen día, pilló un vuelo y se fue a Argentina. No. Para siempre no. Solo de vacaciones. Unos tres meses, día arriba día abajo. La verdad es que, cuando me dio la noticia, en vez de pena por no verla en tanto tiempo, ya dije que somos amigos, sentí alivio. Alivio porque, aunque prime la amistad, la mujer me había jurado que no desistiría de intentar llegar «más allá» y yo, que se como se las gasta, no solo la creo si no que doy fe. Motivos tengo.
Pues bien. Estando ella en Argentina, me llega el otro día a mi correo uno suyo. Naturalmente, sabe que mi mujer accede libre a mi móvil pero, en cambio, no conoce la contraseña de mi e-mail personal. La cosa es que es un documento precioso. Mil imágenes impresionantes de aquella bonita tierra, de su música, de sus gentes... Otras mil de ella ante naturaleza, monumentos, paseando, comiendo, bailando y, de pronto, una de si misma ligerísima de ropa y en una pose altamente erótica que me introduce en la habitación de un hotel donde se va desprendiendo de la ropa hasta alcanzar la ducha. Allí juega con el agua y la espuma sobre su piel mientras la cámara la graba.
Sorprendido y un tanto disgustado, paro la reproducción, cierro el correo y apago el ordenador. ¡Será descarada! Pero, como he dicho antes, sabe con lo que juega y la semilla está sembrada. El móvil, sin siquiera estar encendido, quema en mi bolsillo haciendo que me sienta culpable por llevarla conmigo.
Pero la curiosidad es más fuerte que la culpa. Estoy en el coche, esperando que salga mi hijo de la clase de inglés. Saco el móvil y lo enciendo. Entro en el correo. Abro el vídeo y me salto lo turístico, hasta oír el rumor del agua cayendo sobre su cuerpo. Sonríe relajada. El viaje le está sentando bien. Está guapa. Muy guapa. Radiante. Se acerca y se aleja del objetivo sin alardes, con total naturalidad. Recoloca la cámara y se recuesta en la cama. Aún no ha dicho una sola palabra pero allí, en aquella cama de la lejana Argentina, juega con sus dedos, con su piel, se acaricia sin reservas, se recorre entera para, en una sinfonía de suspiros, jadeos y gemidos, entregarse a su propio juego hasta estallar de placer alcanzando el éxtasis ante, los que sabe, mis sorprendidos ojos.
Estoy alterado, acalorado y jadeante yo también. Dudo en borrar el vídeo o, cuanto menos, la parte sexual pero no me siento capaz. Algo, no quiero saber qué, me lo impide y guardo el móvil junto con la culpa. Después de esto, lo he vuelto a ver un par de veces. También he hablado con ella pero sin hacer mención al «regalo». La culpa es cada vez menor. El vídeo sigue ahí pero el móvil ya no quema en mi bolsillo. Lo miro de vez en cuando y cuanto más lo miro, más tranquilo me siento.
Por fin, creo que he decidido que no hay ninguna culpa en el vídeo. Ni en los deseos de ella. Ni tan siquiera en los míos. Falta aún un tiempo para que regrese y la pregunta surge en mi mente: ¿Habrá, por fin, vencido mis recelos? No intento buscar una respuesta. De momento no me importa. Cuando llegue el tiempo, se resolverá. Sin traumas. Sin tensiones. Sin nervios. Empiezo a pensar que la culpa no existe...

sábado, 16 de abril de 2016

ERRAR






Caminaba cabizbajo. Le había caído en gracia, lo sabía, pero… Como siempre, había un pero. Una vez más, algo limitaba su avance hacia la meta. Hoy no parecía diferente.
Acudió a aquella cita buscando dar fin a su vagabundear. Le recibió con una amplia y radiante sonrisa. Hermosa. Sensual. Un cuerpo semejante a Bo Derek en “10” o a Raquel Welch como “chica Bond”.
Y ese era el problema. Sus sentimientos explotaban como una bomba nuclear. ¿Qué hacer? Una vez más tendría, ¡eran ya tantas! que renunciar. Aceptar que su vida era una cruel quimera repitiéndose eternamente. A pesar de todo, seguiría luchando.
Apretó los dientes. Miró furtivamente a derecha e izquierda y se metió en el bar. La camarera lo miró con la misma fustración de siempre. Era el único cliente que no le miraba las grandes tetas que el generoso escote hurtaba a la imaginación. Se sentó en una mesa. La de siempre. Pidió una botella. Comenzó a beber a pequeños sorbos. Como hacía siempre. Y una vez más, a la vez que el licor ardiente recorría su garganta, aquella sustancia humectante anegaba sus ojos, rodaba lenta y caía formando un pequeño charco sobre la mesa. ¡Treinta años! ¿No eran bastantes?
El coche aplastado contra la roca y ella tendida sobre la tierra, seguía siendo su realidad. Su cuerpo se marchitó pero su esencia quedó prendida a los seres amados. Unos seres que habían aprendido a vivir sin esa presencia de energía no tangible que le hacia prisionero eterno en un mundo que nada podía ofrecerle.
¿Quién, dónde y cuándo dijo que los ángeles no podían ser crueles?

viernes, 15 de abril de 2016

MI MURO



Muero en la larga noche por ver llegar el nuevo dia y poder mirar por la ventana.
Pero mi ventana da a un muro. Un muro de piedra gris y fría que no me deja ver el sol, las nubes, la montaña, los árboles.
Antes no era así. En mis años mozos,  me dejaba ver el mundo. Un mundo que a veces era muy bonito y otras no tanto pero que yo miraba con verdadera avidez. Hasta que un día la abrí y, en lugar de un mundo de colores, me encontré con el muro y ya no pude ver la vida exterior ni sentir el aire en mi piel.
De como surgió, nada se. De como derruirlo, aún menos. Salgo de casa para acercarme a él y derribarlo pero, desde fuera, no se ve. No está. Me acerco a la ventana y veo el interior de mi habitación. Vuelvo dentro y allí está, tapandola.
El resto de la gente no lo ve. Cuando entran en mi habitación y dicen: -¡Qué bonitas vistas!- mi cara refleja una total perplejidad.
 Pero ya me he acostumbrado. Podría decir que nos complementamos. Que lo siento parte de mi, así que he decorado la ventana. He puesto una rama seca, una piña y una calabacita.
Al muro también le gusta.

miércoles, 13 de abril de 2016

...QUIÉN?




Surgió del silencio y como una sombra, avanzó descalza, los zapatos en la mano, hasta sentarse a mi mesa.
Una melena oscura hasta la mitad de la espalda, ojos verdes brillantes de vida, labios rojos, carnosos, sensuales. En realidad, todo su cuerpo, la forma de deslizarse, emanaba una sensualidad que envolvía. Olía a lirios, a naturaleza, a libertad. Recogió las piernas sobre la silla dejando al descubierto unos muslos esbeltos que atraían la mirada como un hechizo. No habló y, cuando nuestras miradas se encontraron, tampoco hizo ningún gesto. Permaneció allí sentada, quieta, mirando al frente y sin mover un solo músculo de su cuerpo a no ser el suave vaivén de su pecho al respirar.
No se por qué tampoco yo le dije nada. Permanecí callado observándola, notando su presencia más allá de su visión y de su olor; absorvido por una serenidad que, desde hacia tiempo, tenía olvidada; envuelto en la suave bruma de su aura.
Pasado un tiempo, también sin decir nada e incluso sin mirarme, se levantó, recogió sus zapatos y comenzó a alejarse lentamente, casi flotando sobre las baldosas de la calle calentadas por el sol del verano. El vaporoso vestido hasta medio muslo, la melena ondeando al caminar, toda ella iluminada por la dura luz del mediodía, la hacían parecer etérea en la aún corta distancia.
Sentí un gran vacío en mi interior, una fuerte sensación de soledad me inundaba y, sin voluntad, fui tras ella. Se detuvo un instante como si hubiese percibido mi movimiento, pero siguió andando sin mirar atrás. Mi sensación de vacío y soledad iba desapareciendo en la medida que me acercaba. Cuando me faltaba un solo paso para alcanzarla, extendió su mano. La cogí para caminar juntos sin rumbo ni destino y así seguimos, pegados el uno al otro en un errar infinito.
No se su nombre, su origen, ni su edad. Yo la llamo Felicidad.

LA NUBE


¿Por qué el espejo le devolvía aquella imagen ajada, ese pelo blanco, esa piel arrugada?. Miró atrás a través de aquellos ojos azules que se reflejaban en la pulida superficie. Esa es su verdad. La única que le interesa y le importa porque no cuenta el tiempo, solo el sentimiento. Tan fresco, tan limpio, tan sincero como cuando se le desbocó el corazón momentos antes del primer beso de amor. ¿Cuántos desde entonces? Y todos fueron iguales. Todos le desbocaron el corazón porque todos, una y otra vez, eran el primer beso.
Se sonrió a si misma al verse en aquel tiempo de falda gris plisada, blusa y calcetines blancos hasta las rodillas y dos coletas adornadas con sendos lazos. Sonrió a las arreboladas mejillas y a los pechos turgentes estirando la tela de la blusa. Y rió abiertamente al contemplar, desde ese tiempo del espejo, las bocas abiertas de aquellos adolescentes, casi niños, al verla pasar balanceando las caderas. Aquella fue la mejor época de su vida porque hizo eso, enseñarle la vida, así que decidió que, aunque le fuese infiel mil veces, siempre volvería a ella como bálsamo para sus heridas.
Y lo hizo. Cuando se separó tras un matrimonio que viajaba a mayor altura de la que su férrea educación burguesa le permitió soportar, retrocedió varios años hasta reencontrarse en su aparcada adolescencia. Ella y el pelirrojo de la tercera fila, igual de adolescente pero sin tantos granitos en una cara de sinvergüenza que la cautivó. Fueron amantes. Fue amante de otros cien y cien veces regresó a aquella época de coletas y falda plisada, de blusa y calcetines blancos hasta las rodillas.
¿Estaría entre aquellos amantes el tipo del Taller de Relatos que tambien consiguió injentar en ella una ilusión a través de los Desafíos? Pudiera ser pero no lo creía. Aunque, la verdad, ahora que el espejo le devolvía una imagen que no le correspondía, poco importaba ya. Dedicó una mueca despectiva a esa imagen y con una sonrisa fresca, se concentró en esos ojos que la introducían por enésima vez en la frescura y la ilusión.
Así que, cuando una cortina gris se formó en el espejo nublando aquella mirada joven, lo entendió y lo aceptó. Sonrió pícaramente, lanzó un beso a los azules ojos y se dejó ir diluyéndose en la bruma gris de su última nube.

El OSO: Oso Que Escribe

Despertó con la tremenda algarabía de sus hermanos. El sol estaba ya alto y la suave brisa mecía las hojas de los árboles. Todos lo miraban. A él y al río. Al río y a él. Se desperezó. Para aquí. Para allá. Arriba. Abajo. Y...¡zas! Se lanzó al agua.
Lo recibió un abrazo frío y la burla de una profundidad que lo superaba. Alzó la vista hacia la luz y sonrió: nadaría.Sin embargo, la sonrisa se convirtió en mueca. La corriente era tan fuerte que lo arrastraba sin que pudiese evitarlo. El fondo cambió. Rocas. Llegaba a los rápidos. Se golpeó una y otra vez. De cuando en cuando sacaba la cabeza fuera del agua y eso le permitía tomar aire antes de volver a hundirse. Aire y ver. Se acercaba sin remedio a la cascada pero nadie, ni él mismo, podía ayudarle.
Chocó con una roca y cayó. Pataleó todo lo que pudo mientras lo hacía. No sirvió de nada. Dio tumbos. Vueltas. Más tumbos y más vueltas y de pronto...tierra!. Izó si cuerpo fuera del agua llevando en sus fauces el mayor salmón que se había visto nunca en aquel bosque.
Todos le miraban. A él. Al río. Al salmón.¡Ah! ¡qué no era ese el desafío! ¡Qué se trataba del Desafío Literario 28! ¡Vaya, era eso y él ahora estaba maltrecho y pocho! No importaba. Acudiría a ese desafío y se haría tan famoso como ese Oso Abrazado a la Luna del que todos hablaban en las tertulias de las cálidas noches de verano. Si. Se ganaría la fama y el nombre de Oso que Escribe.

martes, 5 de abril de 2016

UN AÑO MÁS


No podría ser. Este año no. La Semana Santa tan tarde... Las vacaciones escolares tenían a los niños revoloteando por la casa y, como consecuencia de ello, no le quedaba ni un minuto libre al cabo del día. Ni siquiera había encontrado una tarde para ir de cena con su esposo y celebrar su catorce aniversario de boda.
El interfono la sacó de sus pensamientos:
-¡Gloria, vayase a casa y prepare la maleta. A las cuatro salimos para Roma. La espero a las tres y media en el aeropuerto.
¡Vaya! El Congreso de la Seda. Aquello no le iba a gustar nada a Fran, su marido, pero ambos sabían que era un compromiso que no podía, de ninguna forma, eludir.
Llegaron a las seis a Fiumichino. Alquilaron un Audi A8 y se dirigieron al hotel. Una lujosa habitación en la última planta con una amplia terraza colgada sobre la Via Venetta la recibio llena de luz.
Cuando el botones, tras recibir una generosa propina, salió, Antonio, su jefe, se acercó a ella por detrás abrazándola y besandole el cuello.
-¡Por fin! -dijo- Creí que nos perderíamos los ultimos atardeceres de marzo.
Se revolvió en los brazos masculinos ofreciéndole los rojos y carnosos labios. Fue un beso largo, prieto, desesperado. Cargado de pasión y lujuria como cada año en los diez últimos. Las manos se movieron buscando la piel, arrancando el estorbo de la ropa hasta quedar desnudos alli mismo, inundados sus cuerpos de la luz naranja del atardecer. Se amaron locamente, sin tregua, con la pasión desesperada que provocan los amores ilícitos. Llegaron al climax al unísono y quedaron abrazados, jadeantes, mientras el sol se rendía  a las tibias sombras de la noche.
Serían días de lujuria y pasión.

lunes, 28 de marzo de 2016

SINCERIDAD...


No me gusta escribir. Lo confieso. Por fin soy sincero y, por tanto, capaz de decirlo en voz alta. Pues dicho queda ¡hala! No. No me gusta escribir.
Así que no escribo. Tan solo me expreso. Porque eso si lo siento: la necesidad de expresarme. Mis sueños, mis anhelos, mis ideas, mis pensamientos, mis alegrías, mis angustias. No. Mis angustias, no. Esas no. Tendria que ser sincero y eso... no puedo. No puedo, no debo y no quiero. Esa es mi realidad. La que las letras que dibujo sobre un papel reflejan.
Hasta que, un día, alguien me dijo que de eso se trataba. Que precisamente por eso, por mi falta de sinceridad, era escritor. Porque un escritor no podía ser sincero. Un escritor crea, imagina, inventa. Seres, mundos, situaciones, acciones y soluciones. Modela personajes, sentimientos, reacciones... pero ni pueden ni deben ser las suyas. Él debe estar ajeno a su obra. No se debe entremezclar con los personajes ni ser parte de la trama que ejercita. No debe reír, llorar, gozar, rabiar con ellos. Ni comer su comida, beber su agua, respirar su aire. Tampoco ser parte de su familia, amigo de sus amigos, amante de sus amantes. Deber permanecer en la realidad de su ser y bien lejos de su invención. Por ello, nunca debemos tratar, ver, ni tomar a un escritor por una perdona normal. No lo es. Así de simple: es una mentira. Clara, consciente, alevosa. Pero no se lo hemos de tomar en cuenta. Si no lo fuese, no existiría. Asi que, a priori, todo lo que diga con sus letras, no es creíble. Desde la primera a la última. Incluso sucede a veces, que la percepción de la realidad que pueda llegar a tener, sea tan fatua como su propio ser.
Más no por eso deja de ser una persona. De vivir, de sentir, de gozar, de sufrir e, incluso, de pensar. Ellos tambien tienen, como humanos que son, sus propios sentires que resultan tan ciertos, sinceros y apasionados como los de cualquier otro ser. Pero a los escritores hay que mirarles dentro. Hay que buscarles los ojos y, a través de ellos, el alma. Creer a un escritor a través de sus letras, es no entender la esencia. Por eso, a quienes habéis leído esto, si es que alguien lo ha leído, os toca decir que parte de todo ello es la del escritor y cual mi propia expresión. Yo, ya lo véis, me he abierto humildemente y lo he confesado con sinceridad meridiana: ¡no me gusta escribir!

miércoles, 16 de marzo de 2016

BUENO EN EL AMOR


Excuso decirte que te quiero. Sabes que es así, aunque prendada de ti, no sabes el porqué. No importa. Tampoco yo lo se. Es más, si lo pienso fríamente, ni siquiera lo entiendo. Para empezar eres morena; a mi siempre me gustaron las rubias. Rubias algo rojizas, no las rubias platino, con los ojos verdes. Los tuyos, marrones. Pero...¿cómo decirte? Son cosas que no se entienden. ¿Sabes ese gesto con el flequillo que repite ...? Me revienta cada vez que se lo veo a ella y, en cambio, cuando lo haces tú, me encanta. Porque lo haces. Y mucho.
Y en la cama... Siempre me gustaron las calladas, las que cerraban los ojos y sentían. Tú no. Tú los pones como platos. Lo miras todo. Cada gesto. Cada expresión. Y no callas. A veces hasta miro para atrás por si he dejado encendida la tele. Otras pienso que es un truco para que me distraiga y aguante más. ¿Para qué? No voy a presumir de amantes, pero nunca he conocido a nadie con tu facilidad para llegar al orgasmo.
En fin. No quiero destripar nada y aunque no sepamos por qué ni lo entendamos, esta bien esto de querernos. Me gusta llegar a casa y encontrarte. O llegar y esperarte. Pensar en el abrazo. En como tu cuerpo se acopla al mío y sentir el calor de tu piel, la humedad de tus labios, el mohín huidizo o la sonrisa pícara. Es esa paz, ese orden que pones en mi vida lo que cuenta. Lo que te hace especial, lo que merece la pena.
Seguramente, sin ti también viviría. Bueno. Sin duda. He vivido sin ti muchos años. Pero no sería yo. No el yo que soy ahora. Lo malo es que me gusta el que soy en este momento, así que no quiero ser otro. ¿Es eso un motivo, una razón... la razón para quererte?. No lo se. Lo digo lleno de sinceridad. A lo mejor es eso . Que el amor es, sencillamente, encontrarse a uno mismo. Mantener a tu lado a quien te hace sentir así y te completa. Es decir, puro egoísmo. Yo, por si acaso, seguiré siendo egoísta mientras seas tú la razón de mi egoísmo. ¡No todo puede ser bueno en el amor!

martes, 15 de marzo de 2016

RITO VIEJO



Nadie parecía darse cuenta del significado de aquella recaída que, en realidad, no era tal si no un agravamiento del mal que les había acuciado al poco de salir de las Tierras Bajas.
Su mundo, su forma de vida, estaba acabando y esta situación solo agravaría el proceso final. Llevaban muchos años luchando contra unos y otros. Los intereses sociales, políticos y económicos eran mayores y más insalvables cada día. Salieron de los pastos de invierno hacía diez días y ya, al atravesar la primera población, se habían tenido que enfrentar a sus gentes y a otras venidas de Dios sabía donde. Pero, ¿por qué? Ellos solamente transitaban por allí. No se detenían. No creaban ningún problema a la población. Sin embargo, todo jugaba en su contra. Cedieron, a lo largo de los años, el transitar por los pueblos, la libre venta de sus productos, el desvío de sus rutas... Aún así, seguían acosándoles como si transportaran la peste.
Antaño viajaban orgullosos y sus rebaños eran bien acogidos allá donde sus rutas los llevasen. Hoy no. Era tiempo de viajar con sus macutos cargados con antiguas leyes, históricos títulos y viejos decretos reales que les otorgaban unos derechos cada día más discutidos, cada día más usurpados, por lo que no era extraño encontrarse en su ruta con vallas, carreteras o edificaciones, algunas incluso gubernamentales, que convertían los viejos mapas que sus alforjas albergaban, en inútiles papelotes llenos de rayajos.
A todo esto debían sumarle la grave situación actual. Hacía seis días, uno de los perros, Zuri, cayó enfermo. Le vieron vomitar y andar cabizbajo siguiéndoles más por fidelidad que por capacidad. Tres días más tarde sucedió lo mismo con otros perros y alguna oveja. Sin embargo, Zuri ya corría y gozaba haciendo su trabajo con la misma alegría de siempre.
Achacaron todo aquello a algún alimento o al agua bebida en cualquier arroyo. Redujeron el ritmo para no agotar acperros y rebaño y siguieron caminando. Con eso y unos mínimos cuidados, los animales mejoraron y sus esperanzas crecieron pero el destino les jugó una mala pasada. Zuri yacía junto al fuego. Una baba sanguinolenta surgía de su boca y el perro le miraba con ojos apenados sabedor, diríase, de la importancia que su recaída tendría para todos. Miró al perro y, a través de sus ojos, vio el futuro. Estaban a las puertas de una zona ganadera y, portadores de aquella enfermedad, nadie les permitiría continuar. Las autoridades pondrían el rebaño en cuarentena. Mandarían encerrarlo en corrales y eso haría que el virus se fortaleciese y propagase. Aquella aventura estaba condenada. Sería, con suerte, el principio del fin de un rito viejo que ya no tenia cabida en un mundo de ambiciones, prisa y tecnología.

lunes, 14 de marzo de 2016

AGUA: Transformación



El sol acudió a ella. La templó. Cada día un poco más hasta llegar a calentarla. La espera estaba, lo percibía, llegando a su fin. Y al fin lo sintió. Un cosquilleo en su ser. Un volverse etérea. Flotó y ascendió hacia el sol alejándose de aquel mar salado e inmenso que la anulara.
Vio, mientras ascendía, la belleza de los parajes que había recorrido en su juventud sin tan siquiera reparar en ellos. El mar infinito, las costas donde rompía su fuerza deshaciéndose en espumas airadas que ocultaban lágrimas de sal porque, también él, se sentía prisionero. El río que fue su primer refugio, el bosque en el que transcurrió su niñez saltando entre rocas y arboles que le brindaron protección. Intuyó como otras aguas que habían alcanzado su mismo estado, ascendían a la vez que ella. Le hacía gracia pero no era natural. ¿Se recuperaría en algún momento? ¿Era ese el cambio del que le hablase aquel agua anciana?
Recorriendo ese camino, cada vez más frío, fue recuperando su aspecto: volvía a ser agua. Se juntó a otras aguas pero ¿qué hacían allí?. El viento acudió en su ayuda. La empujó. La arrastró hacia las montañas. El frío, cada vez mayor, la volvía más consistente. Comenzó a caer. Debajo, las montañas. Las veía acercarse y le entró miedo. Miedo, porque ya no era tan joven, de hacerse daño al caer. Un escalofrío la recorrió. ¿Qué había pasado? Se vio blanca, inmaculada y se sintió ligera, muy ligera. Un aire suave pero helado la iba sosteniendo en su caída hasta depositarla en el suelo donde había más agua blanca. Sin comprender cómo, estaba completando su transformación.
Nuevamente, el sol acudió a ella. La templó de nuevo y recuperó su ser. Rodó por la ladera. Se sentía fresca y joven. Comenzó a correr. A saltar. Resbaló otra vez por las pendientes y se lanzó alegre hacia el bosque. Los árboles la acogieron uniendo a su canción el susurro de sus ramas. Volvía a ser niña. Volvía a ser feliz.
Pero no olvidó su recorrido. Lo vivido. Disfrutó la nueva etapa, la nueva oportunidad, pero esta vez no optó por el cantarín arroyo que colgaba de la colina. Huyó de los barrancos por los que sus monstruos imaginarios, la llevaron a lanzarse en el pasado. Eligió, sabiendo que los monstruos solo habitan en el pensamiento, un andar más sencillo que le llevase al tranquilo y sosegado lago que reflejaba el cielo y las montañas. Aquel sería el refugio en el que alcanzar la serenidad y la paz que para ir viviendo hasta llegar a ser agua vieja necesitaba. Solo era agua.
¿Solo? Para mi, una vez fue tranquilidad, paz y armonía con su canto; más tarde, ilusión y alegría en su blanco esplendor. Ahora, ambos calmados, será el sosiego y la calma de mi reposo.

AGUA: La decepción



Con el tiempo, aquella agua joven que llegó al mar y se sintió invadida por el salado elemento que cambió totalmente su ser, estaba un tanto decepcionada. Ese no era el destino que había soñado y se encontraba con que, a través de ese maridaje obligado por el lugar, perdía su esencia dejando de ser ella misma.
Esa constatación hizo que comenzase a sentirse triste y buscase la forma de escapar de aquella situación, de cambiarla para volver a su identidad, a ella misma y, de ser necesario, reinventarse.
En ese buscar, nuestra joven agua, que ya no era tan joven porque el agua envejece pronto, habló con otras aguas. Aguas que llegaron hacía mucho. Otras que llegaron con ella y otras que acababan de llegar. Así fue recogiendo opiniones. Informándose. Creciendo. Reconocía su cobardía y su falta de coraje para arrancar, dado que ya creía saber la formula para librarse de aquella situación. Se la había dado un agua muy vieja que encontró cuando fue a visitar una profunda fosa:
-Mira niña, la clave está en cambiar de estado sin perder la esencia.
Habían pasado meses desde aquella conversación pero no había tenido valor para hacerlo. Ni tan siquiera para entenderlo. Un día sintió que había llegado el momento. Era ya un agua adulta y el tiempo avanzaba rápido. Comprendió que si no lo hacia ya no lo haría nunca, así que se puso a ello.
Subió hacia la superficie de ese mar que la había acogido y que fue su sueño. Se colocó donde los rayos del sol consiguiesen calentarla y esperó tranquila. No tenía prisa porque, con la decisión ya tomada, se sentía bien. Muy bien.

AGUA: La huída



Fresca, cantarina, joven aún, corre por los arroyos, saltando entre piedras, esquivando obstáculos en su precipitada huida de las montañas.. Pero ¿de qué extraños y peligrosos monstruos huye?. Quizá solo de aquellos que su joven imaginación le hace ver en las sombras, en los recodos de los bosques que atraviesa.
Acaso por eso, corre y corre DIN cesar precipitándose por los barrancos en busca de la protección del río, de la compañía de otras aguas jóvenes como ella, para ser amansadas y entregadas a la paz del mar.
Lo que tal vez no sepa, ni siquiera se imagine ese agua joven, es que es precisamente el mar quien esconde los monstruos más terribles allá en sus fosas abisales. Puede que lo que no llegue a entender es que, llegada a la mar, dejará de ser ella misma para ser asaltada y poseída, llena ya para siempre de ese pegajoso elemento que, salado él, no la abandonará nunca jamás.
Pero hoy, aún prístina, aún fresca, aún cantarina, alegró mi paseo proporcionándome paz y armonía con su desenfadado canto...

jueves, 10 de marzo de 2016

EL OSO: Oso Abrazado a la Luna


Williams...¿qué clase de nombre era ese para un oso?. Recordaba cuando vivía en su querido bosque y se llamaba simplemente oso. Allí era feliz persiguiendo abejas para robar su miel, jugueteando en el río con los salmones, fastidiando a su madre...
Un día apareció por el bosque un tipo con una gran nariz. Creyó que era un oso hormiguero y quiso jugar con él pero su madre le mandó correr a la vez que ella llamaba la atención de aquel tipo. Se oyó un estampido y mamá murió. Luego vinieron más osos hormigueros y sus estampidos acabaron con Oso Viejo, Oso Risueño, Oso Alegre, Oso Valiente...con todos y él, joven aún, se quedó sin nombre.
Por eso agradeció cuando aquel nuevo grupo de osos hormigueros solo le durmió. Despertó en un sitio frío, aséptico, donde todo era inusual y no había vida. ¿Dónde estaba?.
Pasó los siguientes años de su vida en aquel lugar. Aprendió muchas cosas pero perdió la Naturaleza. Tan solo la luna, que veía a través de una pequeña claraboya, le mantenía el recuerdo de sus bosques y sus ríos. Le enseñaron maravillas. Lo alimentaron con pastillas y le pusieron muchas inyecciones. Él seguía soñando con sus bosques a través de esa luna que le acompañaba.
Un día le trajeron unas preciosas zapatillas blancas con bandas doradas. Tenían la suela dura y pesada pero le encantaron. Eran su primer regalo. Aprendió a andar con ellas y cuando todas las cosas flotaban a su alrededor, él seguía pegado al suelo. Oyó que servían para andar por la luna, por esa que veía por su ventana, y empezó a soñar...
Una noche, cuando vinieron a limpiarle su habitáculo, él estaba soñando con su luna y no retiró la pata del suelo cuando lo fueron a mojar. Katy, la señora que limpiaba, también debía estar soñando sueños. Confundió la manguera del agua con la del CO2 y, sin querer, se la criogenizó. La mujer lo sintió mucho y lo acompañó hasta que vinieron los médicos por la mañana y lo curaron. Perdió la extremidad y se pregunto: -¿Qué significará esto para mi? Se le escapó una lágrima mientras buscaba su Luna.
Sin embargo, Cintya, la jefa del proyecto, no quiso renunciar a él, a los años de entrenamiento, ni a lo que había conseguido aprender. Decidieron, para mantener «su» gravedad, inyectarle metales pesados bajola piel. ¿Qué pensaría su Luna? Pero habían dicho que el objetivo era que llegase a ella y él soñaba con ese día. La necesitaba y solo era feliz cuando la veía.
Era noche de luna llena. Ella brillaba en las alturas, enviando un rayo de plata que caía sobre el traje y la escafandra, otros dos regalos que le habían hecho. Katy vino muy nerviosa. Limpió rápidamente y se fue. Oso se dio cuenta de que no habíapuesto el cerrojo de la puerta de su habitáculo, la única que se cerraba en aquel lugar. La abrió. Echó una mirada a «sus» cosas, y salió a la calle, cojeando con su única zapatilla, en busca de la Luna. La encontró. Brillante. Tan cerca. Majestuosa en medio del estanque. Una lágrima rodó por su piel mientras se metía en el agua para abrazar a su amada, su única compañera.
Y con la luna entre sus brazos, Oso se hundió. Su única zapatilla y los metales pesados de su cuerpo, lo llevaron al fondo por un sendero brillante de luna. Oso, feliz en ese abrazo de luz, dibujó una sonrisa y, mientras sus pulmones se anegaban de agua, soñó...
Soñó que ahora ya podía entrar en el paraíso donde estaban los suyos porque ahora ya tenia un nombre de oso. Les encontraría y les diría: -¡Hola! Soy Oso Abrazado a la Luna.

lunes, 7 de marzo de 2016

REVIVAL

Me había quedado soltero hacia poco. Si. Como lo leéis. Quizá os parezca raro pero es tal cual. Hace unos meses, prefiero no saber cuantos, mi mujer, mientras se vestía tras haber tenido un "affaire" sexual, me dijo que me dejaba. Que yo ya no era el hombre que ella había conocido y que se iba. Así de simple.
Y así de fácil acabó con veinte años de convivencia. ¡Que me dejó a mi pensativo aquella salida de mi, ya, "ex"! Porque en el fondo, ¿qué quería? Es lo más normal ¿no? Hace veinte años, ella conoció un hombre soltero, jovial, alegre, que, con un buen trabajo y sueldo, sin preocupaciones importantes, se dedicaba a si mismo, a sus amigos,  a salir, a divertirse... Hoy, o ayer  o hace..., era un hombre casado, con esposa hasta aquel momento, con hijos, hipoteca, casi el mismo sueldo que había que repartir entre cuatro, y un montón de responsabilidades y preocupaciones. Eso sin mencionar la falta de pelo, el exceso de tripa y las varias arrugas, factores, todos ellos que, a pesar del tango aquel que dice "...que veinte años no es nada...", pues resulta que no. Que veinte años son bastantes.
También para ella que, por fuera, es lo normal, se le ve. Pero por dentro... por dentro, mi mujer, que un día, absorbida por su condición de madre, desapareció, o casi, como amiga, cómplice, amante... despertó, al parecer, en un tiempo ya pasado. Me miró y se preguntó a si misma: ¿quién es este tío que hay en mi cama? Y se respondió: es mi marido.
Sin embargo, algo no le cuadraba. Me miraba. Me observaba. Sabía que era yo... pero no. Y al parecer, otro día, se le encendió la bombillita que, dejando a oscuras los veinte años que vivimos juntos, le dijo:
-¡Oye! ¡Este no es el hombre que tú conociste!
¡Y ya está! Me lo suelta, en tanga, mientras se abrocha el sujetador, se viste y se va.
Así es como, veinte años más tarde, me vi nuevamente soltero y listo para volver a ese mundo por el que se mueven las personas que, ya con cierta edad, no tienen pareja. Un mundo que ya conocía a través de la red Singles en la que tenia algún que otro amigo.

En una fiesta de esta red conocí a Maite. Fue, como todas las demás mujeres de mi vida, un flechazo. Estaba la chica un poco intimidada por el gran número de personas que habían acudido pero eso, a mis ojos, la hacia más atractiva. Me acerqué a ella.
-¡Hola! Soy Iker -le dije- Te veo un poco cohibida. ¿Eres nueva?
-¿Qué? -contestó con una sonrisa tímida.
-Perdón. Aquí, en el grupo -me sonrojé un poco.
Se rió abiertamente.
-Si. Es la primera vez que vengo. Soy Maite.
Certificamos con dos besos.
-¿Quieres que te presente a alguien? Así vas entrando con la gente.
Le presenté unas cuantas personas y la dejé con ellas.
-¿Nos veremos más tarde? -me preguntó al irme.
La miré a los ojos y le ofrecí mis llaves. Ella hizo un gesto en una pregunta cargada de sorpresa.
-Son las llaves de mi casa. Será un placer volver a verte.
Su sorpresa aumentó. Se sonrojó levemente y estallo en una sonora carcajada. No las cogió.
Unos días más tarde recibí un mensaje por Internet:
-"¿Vendrás a recibir a Marijaia?"

El grupo estaba en la Plaza Circular. Habíamos quedado allí a las seis esperando que fuese algo más tranquilo que el Arenal pero toda la zona era un hervidero. La gente reía, bailaba, bebía y disfrutaba ya de una fiesta que aún no había comenzado.
Saludé a unos y otros mientras buscaba a Maite. Tras los saludos, había pasado ya una media hora, el grupo comenzó a moverse rumbo al chupi y a Marijaia. Me taparon los ojos desde atrás.
-¿Adivinas?
-A ver. El tacto lo desconozco pero esa voz y ese perfume... ¡eres la próxima mujer de mi vida!
Me giré con lo que sus manos cayeron sobre mis hombros. Puse las mías en sus caderas.
-¿Puedo? -pregunté.
Hizo un gesto con la cara y encogió los hombros. Posé mis labios en los suyos. Húmedos, cálidos, carnosos. Ella no hizo nada.
-¿Te ha molestado?
-No. Sorprendido. ¿Qué significa esto?
-Que me gustas Maite. Que no somos niños y que me atraes tremendamente. ¿Necesitas que te diga más?
-Vamos -dijo con los ojos chispeantes- Perderemos al grupo.
Me reí. ¡Tenía gracia la chica! Perder un grupo de "solteros" y "solteras" con ganas de fiesta en Bilbao... ¡Sería más fácil secar la ría! Y eso fue lo malo.

Encontramos al grupo recorriendo el recinto del Arenal de txosna en txosna. Así, sin ser muy conscientes del pregón ni de la presencia de Marijaia, hasta situarnos en el puente del Arraiga para ver los fuegos artificiales. Abracé a Maite por detrás y, mientras nuestros ojos observaban las maravillosas formas de luz y color, mis manos recorrían su cuerpo que se estremecía más allá de las explosiones, hasta celebrar la traca final con un apasionado beso en el que las lenguas danzaban al compás de los estallidos.
Y decía que fue lo malo porque, tras los fuegos, el grupo se puso en marcha, nos absorbió a cada uno por un lado y nos separó. La noche, que se prometía de pasión...

Mis obligaciones me mantuvieron los siguientes días alejado de Bilbao y de Maite. Nervioso. Inseguro. Parecía un adolescente. Mi vida se enfrentaba a un cambio y esa posibilidad me tenia tan esperanzado como temeroso. Y por fin pude sacar un día libre. Llamé a Maite. Tenia, gracias a un sorteo de la Ría del Ocio, dos entradas para el Campos Elíseos. Quedamos. Cena, teatro y... ya veríamos.
Camino de nuestro encuentro me encontré con el Gargantua. Estuve un rato mirando pensando que, al igual que a los niños, Gargantua se tragaba mi vida, mis problemas y esta renacía, también como los niños, con una sonrisa, con una carga de felicidad, con Maite.
Nos abrazamos y nos saludamos con un beso cálido, profundo.
-Estás preciosa -le dije.
-Estoy feliz. Gracias.
Y enlazados el uno al otro, nos enfrentamos a la fiesta y a nosotros mismos. Hablamos de naderías mientras dábamos una vuelta por el Arenal y el Casco Viejo antes de ir a cenar. Luego, cenando, la conversación fue más seria. Hablamos de nosotros, de nuestra vida, de la ruptura de nuestras parejas, de como rehacernos. Hablar de Maren, mi "ex", de mi tiempo con ella, me entristeció un poco pero la obra de teatro, alegre, divertida, chispeante y un poco erótica, me, nos, devolvió la alegría inicial.
A la salida del teatro, Maite se abrazó a mi y, mientras me besaba apasionadamente, introdujo sus manos en mis bolsillos.
-¿Qué buscas? -le pregunté.
-Algo que me ofreciste hace un tiempo -contestó mientras, sonriendo con una expresión de triunfo, me mostraba mis llaves- ¡Esto!

Ya en casa desatamos las pasiones.  Besé sus labios enredando mi lengua con la suya en tanto las manos recorrían los cuerpos por encima de la ropa. La respiración entrecortada por el deseo. Suspiros. Gemidos. Mis labios descendieron por su cuello y mientras la despojaba de la blusa, la fui conduciendo al dormitorio. Liberé sus pechos que saltaron reclamando las caricias de mis labios. Besé, lamí y mordí los pezones duros y desafiantes. Maite gemía, temblaba de placer. Desabrochó mi cinturón, abrió la cremallera y liberó mi miembro acogiéndolo en su mano. Sus besos quemaban mi cuello, mi pecho, descendían por mi vientre...
-No Maite. No podría aguantarlo -le dije- Quizá...
-No. Tampoco yo. Ven. Quiero sentirte dentro de mi.
La tumbé en la cama. Desnudé su sexo totalmente mojado y muy suavemente me introduje en ella. Lanzó un profundo gemido y rodeó mi cintura con sus piernas llevándome hasta muy dentro. Ambos eramos un puro gemido y nos faltaba el aire. Los movimientos se hicieron más rápidos. Una sensación de profundo placer ascendía hacia mi cerebro mientras Maite, la mirada extraviada, arqueaba todo su cuerpo. Nos dejamos ir mientras un profundo orgasmo nos alcanzaba a los dos al mismo tiempo dejándonos, rendidos y jadeantes, uno en brazos del otro, sonriendo tontamente, mezclados nuestros jugos y con el deseo cabalgando aún sobre nosotros. La noche fue larga. El sol nos descubrió desnudos, enredados, los cuerpos sudorosos entre las sábanas revueltas y el olor a sudor y sexo llenando la habitación.
Nos duchamos, vestimos y salimos a comer. Sin embargo, nuestros cuerpos reclamaban pasión. Para nosotros, la fiesta no estaba en la calle si no en aquel dormitorio en el que dábamos rienda al deseo y la lujuria en unas batallas en las que recorrimos y conocimos cada rincón de nuestros cuerpos de todas las formas posibles.
Pero el tiempo manda y tuvimos que separarnos de nuevo. No importaba. Habíamos creado unos lazos que prometían ser irrompibles. Prometían...

Es el tercer día que salgo en esta Aste Nagusia. Hoy es la quema de Marijaia, del final de la fiesta. Sin embargo, no es ella quien me ha sacado a la calle. Maren me ha llamado. Quiere que hablemos. Que veinte años merecen, cuanto menos, un café. Tendrán que ser dos. Uno para ella y otro para mi.
Me habla. Me cuenta que me echa de menos. Que, tras estos meses, ha conseguido que en sus recuerdos prevalezca lo bueno. Sabe, porque yo se lo he dicho, que siempre la querré. La tarde se alarga. La noche trae la algarabía de quienes vienen a despedir la fiesta. En el aire reina un espíritu contradictorio entre la alegría de la fiesta y la tristeza de la despedida. En mi alma también. Suena la música. El griterío es ensordecedor. Y allá, en el centro de la ría, las llamas brotan de Marijaia. Prenden los fuegos y sus explosiones, junto con las llamas de la Dama, ponen un mensaje de ilusión en los corazones de las gentes, la promesa de un nuevo renacer. ¿Será una premonición para Margen y para mi?

Hoy se ha acabado la Aste Nagusia. Hoy he vuelto con mi mujer.

miércoles, 24 de febrero de 2016

NO QUEREMOS


Vives en el aire. En mi aire. Eres lo que respiro. La suave brisa que acaricia mi piel cada mañana, cada momento del tiempo que vivo, si vivir es estar lejos de ti. Extrañarte. Anhelarte. Buscarte en cada esquina, en cada rincón o calleja, en cada árbol del bosque profundo en que se convierte mi mundo lejos de tu luz, de tu aroma, del dulce sonido de tu risa.
Todo ello se me niega, todo. Toda tú. Pero yo, lejos de ti, te sueño. Te pienso junto a mi, temblando al poder tocar tu pelo, al acariciar tu piel que me envuelve en su aroma reviviéndome con su calor. Miro tus labios rojos, ofrecidos como suave seda para acariciar los míos y transportarme a un mundo de sensaciones sin fin, de esperanzas y realidades.
Tu aliento abrasa mi cuello, tu respirar es música en mis oídos y tus brazos rodeando mi torso, son el descanso y el despertar de mi ser a los placeres que tu cuerpo cálido y jovial ofrece.
Más allá, eres el caminar de mis noches, la razón que guía mis sueños y hace de mi vida una utopía que se fija en ti. Que se materializa en tu realidad. Onírica, si, pero realidad no obstante.
Una realidad nítida que se manifiesta en tus caricias, en tus besos recorriendo mi cuerpo, en tu ser fundida conmigo. Cambia el olor de tu piel. El ritmo de tu respirar. Cambia también el mío. Ambos se acoplan y se hacen uno. Se vuelven sublimes, inmortales y, de esa forma, recorren el tiempo, la distancia que nos separa en lo físico y nos unen en el sentir ya para siempre.
Te vi un día en algún lugar y supe que nos pertenecíamos. Es así. Estés donde estés, a través del Universo, tú eres yo y yo soy tú. Somos, y tan solo hemos de esperar a encontrarnos, a admitirnos, a tener la valentía de mirarnos a los ojos, sonreir y decirnos "te quiero".
Y eso es todo lo que hay entre nosotros. Si tú quieres, si ambos queremos, perderemos la vida pero no podremos, de ningún modo, evitarlo. Además, no queremos ¿verdad?

lunes, 22 de febrero de 2016

INMORTALES


Vivo sin horas, sin días, sin semanas ni meses. Solo los años me abruman. Caen sobre mi, de uno en uno, como una losa que poco a poco aplasta mi materia mortal. Eso es lo malo ya que la otra, la espiritual, sigue intacta. Invariable en el paso del tiempo, en su capacidad de generar sentimientos e ilusiones. Es verdad, eso también debo decirlo, que no genera las mismas ilusiones, los mismos sentimientos, algo que, mas allá de la edad, es fruto de la experiencia. De lo que cada cual haya vivido a lo largo de su existencia. De como haya enfocado su caminar por la ladera, más o menos agreste, que es el paso por el tiempo que se nos presta.
He visto viejos, si, viejos, -reivindico la palabra- llorando como niños porque se les han roto las ilusiones, porque su tiempo se les hizo quimera. Y he visto a jóvenes desesperarse por los mismos motivos. Los sentimientos son los mismos con veinte que con setenta años. Lo que cambia es el enfoque que damos a las causas que los provocan. Cómo llegamos a ellos. La diferencia básica es la prisa. El joven lo quiere todo ya, en el momento que lo piensa. El viejo, en cambio, sabe que no es así. Que si lo quiere para ya, lo debe pensar varios tiempos antes. Ese saber, a lo que en realidad enseña es a esperar. El viejo no tiene prisa por llegar. Su meta, al fin lo ha comprendido, es única. No hay segunda oportunidad, así que cuanto más tarde llegue a ella, mejor.
Y entre tanto, se sigue viviendo, pensando, soñando. Soñar no cuesta esfuerzo y siempre puedo escoger el sueño en el que quiero esforzarme para hacerlo realidad. Pero, eso si, sin prisas. La meta ya no es la realización de cualquier sueño. Ni siquiera intentarlo. La meta es, simplemente, vivir. Subir la ladera a paso tranquilo, pausado, y pararse de cuando en cuando para mirar al valle donde reposan los momentos mejores tendidos entre la suave hierba. También. También veremos los escollos en ella anclados, sobresaliendo del verdor con sus colores grises o marrones. Moles duras y pertinaces que se empeñan en no rodar a la escollera. ¿Y qué? Son pasado. Ya no cuentan. O si cuentan, no marcan ni modifican el camino. Si acaso, los miramos desde arriba sabiéndolos ya superados. Como mucho, nos empujan a volver la vista al sendero, a fijar el paso y a dar un nuevo impulso a nuestro caminar cansino ya, lento, tal vez inseguro pero firme bajo el peso de esas losas que nos hacen encorvar el envoltorio material mientras se refuerza, dentro de él, la realidad inmortal de nuestro ser. La energía perenne que, cuando ya no seamos visibles ni tangibles, nos hará inmortales.

viernes, 19 de febrero de 2016

A SI MISMO

Era un tipo normal. De esos que hay miles. Tenía a su favor una vida fácil en la que todo le vino dado. Tan dado que hasta se pudo permitir el lujo de hacerse a si mismo. Y estaba tremendamente orgulloso de ello.
No era para menos. Tras una infancia sin faltarle nada, tras una adolescencia carente de privaciones, tras unos estudios pagados por papá de los que salió con una prometedora carrera, le llegó el momento de ser él mismo. Para poder llegar, aceptó un trabajo en la empresa familiar amparado en las buenas notas de diplomatura y se acabó. Era tiempo ya. El tiempo.
Comenzó a hacerse él. Rompió con los canones familiares y tocó otras puertas. No le resultó difícil. Los amigos de papá manejaban grandes estructuras sociales, empresas y medios... Así que inició su andadura como "ente mismo". Antes, en el intermedio, se casó. Si. Con la novia que de él se esperaba, que todo lleva su andar. Vivieron, con vistas a que no sería para siempre, en el ático que les proporcionó la familia de ella en la principal avenida de la ciudad. Pero como la idea, lo que es la idea, ya estaba instalada en su cerebro, dio el necesario paso al frente. En la cena de Nochebuena, entre mantecados, copas de licor y algún villancivo, lo soltó:
-Familia, quiero ser farandulero.
Todos se rieron mucho. Incluso la abuela que, como tenía dentro de la boca un trozo de turrón del duro que roía poco a poco, se atragantó y hubo que llevarlo a urgencias. Y ahí, si. Ahí, su padre se puso serio. Lo citó para el día siguiente antes de la comida familiar y, con el abogado presente, le amenazó con desheredarlo. ¡A él! ¡Con amenazas a él! Abrió la puerta, se volvió en el dintel y con voz serena y alta, para que todos lo oyesen, contestó a su padre:
-Seré más rico que tú, más influyente que tú y más famoso que tú.
Luego se acercó a su mujer y en un tono normal:
-Mi padre nos deshereda, ¿estás conmigo?
Y ella que si. Que cómo no. Que su amor era lo más y que su confianza ciega.
Y se decidió. ¡Qué duro le resultó hacerse! ¡Qué ansiedad! ¡Cuánta incertidumbre! Eran sus primeros pasos fuera del auxilio familiar y los dirigió a la capital. Visitó al director del periódico de mayor tirada del país, un gran amigo del clan. Que si. Que ya vería. Que era un honor con ese apellido. Una columnita de opinión en principio. Alguna colaboracion. Tal vez... ¿Se acordaba de...? Le anunciaría su visita. Si. Dirigía una cadena de televisión. Acaso...tertuliano. ¡Claro! ¡Pagaban genial! Y ya allí... ¡Joer! ¡el hijo de don...! ¡Tenia que conocerle! Casualmente era director de un teatro, consejero de una productora y alguna cosa más. Este era ideal. También estaba metido en lo público.
Visitó a unos y a otros. A todos les dejó claro que no les pedía favores. Que él valía. Que su apellido... bueno...era el que le tocó. Les dio su tarjeta. La personal y la del matrimonio. Varias en cada sitio porque nunca se sabe.
Bueno, ya estaba. Se había lanzado a la piscina. No podía hacer más. Se fue al hotel y, abrazado a su mujer, pasaron las dos horas más angustiosas de toda su vida. Le llamaron del periódico, de la televisión, del teatro, del Círculo de Autores, de la Sociedad Empresarial.... Se convirtió en periodista, actor, presentador, conferenciante, empresario, escritor... Alcanzó gloria, dinero, fama y reconocimiento pero él nunca, en ninguna ocasión que tuvo, se olvidó de repetir la misma frase: "...yo soy un hombre que se ha hecho a si mismo".

domingo, 14 de febrero de 2016

Y LA VIDA SIGUE


Te recordaré en mis horas de soledad cuando no vea tus ojos mirarme con deleite. Cuando no me llegue tu perfume mezclado con el aroma del café y las tostadas.
Y sabré que mi vida camina al traspiés, tropezando en las huellas que tus pasos dejaron en el camino que recorrimos juntos y que permanece ante mi lleno de claros y sombras bajo las que descansa tu imagen en mil posturas. Fotografías en sepia pasando ante mis ojos inundados por la bruma de la emoción o del temor a vivir sin aquello que te llevaste contigo.
También empiezo a sospechar que no será tu piel lo que más eche de menos. Tus besos, tus caricias, tus abrazos. Tu gemir en las noches o tu suave respirar en las mañanas. El calor de tu cuerpo pegado al mío, la seda de tu pelo en el éxtasis que nos fundía de placer cuando el deseo nos llamaba.
Extrañaré tu alma. Eso que, aun no sabiéndolo definir, se desprende de ti para completar lo más profundo de mi existencia. Porque será lo intangible de tu presencia lo que haga más profunda, más desesperante y más amarga esta nueva forma de vida que se instala en mi hogar y en mi alma. Una soledad que me obliga a abrir las ventanas para no axfisiarme, para que la luz inunde mi entorno haciéndome ver un mundo, más allá de mis fronteras, que no me importa ya nada. Sea cual sea su vaivén, tan solo será para mi un lugar pequeño en el que habré de moverme, de respirar, tratando de sobrevivir a mis propias emociones.
Viví solo para conocerte. Contigo para no soñarte. Te buscaré en mil vidas y en tres mil nuevos amores que serán tan viejos como la vidas que viví para encontrarte. Ya nada será lo mismo ni tendrá los mismos colores, la misma luz y, sin embargo, todo sigue avanzando, existiendo, teniendo un fin que es, a la vez, un principio con la única razón y el único sentido de pensar en ti sin querer olvidarte.

TORMENTA


Corro la cortina y me asomo a la ventana. El horizonte apenas empieza a marcarse en la oscuridad.  Pero la compleja telaraña de mis sueños me ha despertado nervioso como la artífice que ve debatirse en su tela un ser mucho mayor que ella misma.
Mi monstruo -¿se ponen nerviosas las arañas?- son esos hechos que, aun desconocidos, percibo cercanos en mi vida. Negros nubarrones que avanzan impulsados por vientos de cambio, tan helados, que dejan tumefactos mis pensamientos. Desconocidos pero agónicos porque marcarán un tiempo oscuro para mi, abandonado ya de mi razón y de mi condición.
Pierdo la conciencia de ser yo mientras por mi mente van pasando los últimos acontecimientos de mi vida que, con un ojo en el incipiente horizonte y otro en el fondo de mi ser, veo como si fuese un mero expectador ajeno a todo.
Y simplemente me pregunto:¿Qué más da? La razón o la sinrazón, la verdad o la mentira, no son más que interpretaciones de unos sentimientos tan dispares como dispares son las personas que los viven o interpretan.
La tormenta se desata en mi y me dejo arrastrar por el viento huracanado. Empapar por la lluvia de mis propias lágrimas que, saladas y amargas, penetran en mi boca -lo del amargor va a ser por la loción anticaída del pelo, verás- y ahogan mi yo entre la desesperación y la congoja.
Pero ya el horizonte se ha teñido de naranja y el sol está a punto de surgir tras las colinas. La luz inunda la habitación y me muestra la realidad de mi mundo cotidiano, la certeza de lo que me rodea y la necesidad de esbozar una sonrisa para ocultar a todas aquellas personas que comparten cualquier espacio de mi vida, el terror y el frío helador de la negra tormenta que azota mi alma.

jueves, 11 de febrero de 2016

CALOR


Han pasado años, pero si cierro los ojos, aún la veo como antes. La falda corta, la espalda desnuda, la mirada pícara y el gesto provocador.
Eran días de verano. Noches cálidas que invitaban a la intimidad, al paseo, a la unión, a la complicidad y ella, fresca y segura, sabía, muy bien por cierto, desplegar toda su sensualidad.
Caminaba delante de mi contoneando las caderas, dejando que el aire acariciase su cuerpo y transportase hasta mi el dulce aroma de su piel.
Abrazamos nuestras cinturas y así, con su cabeza apoyada en mi hombro y los cuerpos muy, muy pegados, caminamos en silencio, solo dejándonos sentir, al amparo de la noche con las vacías calles de la ciudad como testigos de las miradas ansiosas, de las osadas caricias, de los ávidos besos en las esquinas...
La madrugada se acababa. El sol nos encontró desnudos sobre las sábanas de su cama, las pieles brillantes, bañadas en sudor.
Eran días de verano. Noches que invitaban al amor.