martes, 15 de marzo de 2016

RITO VIEJO



Nadie parecía darse cuenta del significado de aquella recaída que, en realidad, no era tal si no un agravamiento del mal que les había acuciado al poco de salir de las Tierras Bajas.
Su mundo, su forma de vida, estaba acabando y esta situación solo agravaría el proceso final. Llevaban muchos años luchando contra unos y otros. Los intereses sociales, políticos y económicos eran mayores y más insalvables cada día. Salieron de los pastos de invierno hacía diez días y ya, al atravesar la primera población, se habían tenido que enfrentar a sus gentes y a otras venidas de Dios sabía donde. Pero, ¿por qué? Ellos solamente transitaban por allí. No se detenían. No creaban ningún problema a la población. Sin embargo, todo jugaba en su contra. Cedieron, a lo largo de los años, el transitar por los pueblos, la libre venta de sus productos, el desvío de sus rutas... Aún así, seguían acosándoles como si transportaran la peste.
Antaño viajaban orgullosos y sus rebaños eran bien acogidos allá donde sus rutas los llevasen. Hoy no. Era tiempo de viajar con sus macutos cargados con antiguas leyes, históricos títulos y viejos decretos reales que les otorgaban unos derechos cada día más discutidos, cada día más usurpados, por lo que no era extraño encontrarse en su ruta con vallas, carreteras o edificaciones, algunas incluso gubernamentales, que convertían los viejos mapas que sus alforjas albergaban, en inútiles papelotes llenos de rayajos.
A todo esto debían sumarle la grave situación actual. Hacía seis días, uno de los perros, Zuri, cayó enfermo. Le vieron vomitar y andar cabizbajo siguiéndoles más por fidelidad que por capacidad. Tres días más tarde sucedió lo mismo con otros perros y alguna oveja. Sin embargo, Zuri ya corría y gozaba haciendo su trabajo con la misma alegría de siempre.
Achacaron todo aquello a algún alimento o al agua bebida en cualquier arroyo. Redujeron el ritmo para no agotar acperros y rebaño y siguieron caminando. Con eso y unos mínimos cuidados, los animales mejoraron y sus esperanzas crecieron pero el destino les jugó una mala pasada. Zuri yacía junto al fuego. Una baba sanguinolenta surgía de su boca y el perro le miraba con ojos apenados sabedor, diríase, de la importancia que su recaída tendría para todos. Miró al perro y, a través de sus ojos, vio el futuro. Estaban a las puertas de una zona ganadera y, portadores de aquella enfermedad, nadie les permitiría continuar. Las autoridades pondrían el rebaño en cuarentena. Mandarían encerrarlo en corrales y eso haría que el virus se fortaleciese y propagase. Aquella aventura estaba condenada. Sería, con suerte, el principio del fin de un rito viejo que ya no tenia cabida en un mundo de ambiciones, prisa y tecnología.

No hay comentarios:

Publicar un comentario