lunes, 28 de marzo de 2016

SINCERIDAD...


No me gusta escribir. Lo confieso. Por fin soy sincero y, por tanto, capaz de decirlo en voz alta. Pues dicho queda ¡hala! No. No me gusta escribir.
Así que no escribo. Tan solo me expreso. Porque eso si lo siento: la necesidad de expresarme. Mis sueños, mis anhelos, mis ideas, mis pensamientos, mis alegrías, mis angustias. No. Mis angustias, no. Esas no. Tendria que ser sincero y eso... no puedo. No puedo, no debo y no quiero. Esa es mi realidad. La que las letras que dibujo sobre un papel reflejan.
Hasta que, un día, alguien me dijo que de eso se trataba. Que precisamente por eso, por mi falta de sinceridad, era escritor. Porque un escritor no podía ser sincero. Un escritor crea, imagina, inventa. Seres, mundos, situaciones, acciones y soluciones. Modela personajes, sentimientos, reacciones... pero ni pueden ni deben ser las suyas. Él debe estar ajeno a su obra. No se debe entremezclar con los personajes ni ser parte de la trama que ejercita. No debe reír, llorar, gozar, rabiar con ellos. Ni comer su comida, beber su agua, respirar su aire. Tampoco ser parte de su familia, amigo de sus amigos, amante de sus amantes. Deber permanecer en la realidad de su ser y bien lejos de su invención. Por ello, nunca debemos tratar, ver, ni tomar a un escritor por una perdona normal. No lo es. Así de simple: es una mentira. Clara, consciente, alevosa. Pero no se lo hemos de tomar en cuenta. Si no lo fuese, no existiría. Asi que, a priori, todo lo que diga con sus letras, no es creíble. Desde la primera a la última. Incluso sucede a veces, que la percepción de la realidad que pueda llegar a tener, sea tan fatua como su propio ser.
Más no por eso deja de ser una persona. De vivir, de sentir, de gozar, de sufrir e, incluso, de pensar. Ellos tambien tienen, como humanos que son, sus propios sentires que resultan tan ciertos, sinceros y apasionados como los de cualquier otro ser. Pero a los escritores hay que mirarles dentro. Hay que buscarles los ojos y, a través de ellos, el alma. Creer a un escritor a través de sus letras, es no entender la esencia. Por eso, a quienes habéis leído esto, si es que alguien lo ha leído, os toca decir que parte de todo ello es la del escritor y cual mi propia expresión. Yo, ya lo véis, me he abierto humildemente y lo he confesado con sinceridad meridiana: ¡no me gusta escribir!

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