lunes, 14 de marzo de 2016

AGUA: Transformación



El sol acudió a ella. La templó. Cada día un poco más hasta llegar a calentarla. La espera estaba, lo percibía, llegando a su fin. Y al fin lo sintió. Un cosquilleo en su ser. Un volverse etérea. Flotó y ascendió hacia el sol alejándose de aquel mar salado e inmenso que la anulara.
Vio, mientras ascendía, la belleza de los parajes que había recorrido en su juventud sin tan siquiera reparar en ellos. El mar infinito, las costas donde rompía su fuerza deshaciéndose en espumas airadas que ocultaban lágrimas de sal porque, también él, se sentía prisionero. El río que fue su primer refugio, el bosque en el que transcurrió su niñez saltando entre rocas y arboles que le brindaron protección. Intuyó como otras aguas que habían alcanzado su mismo estado, ascendían a la vez que ella. Le hacía gracia pero no era natural. ¿Se recuperaría en algún momento? ¿Era ese el cambio del que le hablase aquel agua anciana?
Recorriendo ese camino, cada vez más frío, fue recuperando su aspecto: volvía a ser agua. Se juntó a otras aguas pero ¿qué hacían allí?. El viento acudió en su ayuda. La empujó. La arrastró hacia las montañas. El frío, cada vez mayor, la volvía más consistente. Comenzó a caer. Debajo, las montañas. Las veía acercarse y le entró miedo. Miedo, porque ya no era tan joven, de hacerse daño al caer. Un escalofrío la recorrió. ¿Qué había pasado? Se vio blanca, inmaculada y se sintió ligera, muy ligera. Un aire suave pero helado la iba sosteniendo en su caída hasta depositarla en el suelo donde había más agua blanca. Sin comprender cómo, estaba completando su transformación.
Nuevamente, el sol acudió a ella. La templó de nuevo y recuperó su ser. Rodó por la ladera. Se sentía fresca y joven. Comenzó a correr. A saltar. Resbaló otra vez por las pendientes y se lanzó alegre hacia el bosque. Los árboles la acogieron uniendo a su canción el susurro de sus ramas. Volvía a ser niña. Volvía a ser feliz.
Pero no olvidó su recorrido. Lo vivido. Disfrutó la nueva etapa, la nueva oportunidad, pero esta vez no optó por el cantarín arroyo que colgaba de la colina. Huyó de los barrancos por los que sus monstruos imaginarios, la llevaron a lanzarse en el pasado. Eligió, sabiendo que los monstruos solo habitan en el pensamiento, un andar más sencillo que le llevase al tranquilo y sosegado lago que reflejaba el cielo y las montañas. Aquel sería el refugio en el que alcanzar la serenidad y la paz que para ir viviendo hasta llegar a ser agua vieja necesitaba. Solo era agua.
¿Solo? Para mi, una vez fue tranquilidad, paz y armonía con su canto; más tarde, ilusión y alegría en su blanco esplendor. Ahora, ambos calmados, será el sosiego y la calma de mi reposo.

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