lunes, 7 de marzo de 2016

REVIVAL

Me había quedado soltero hacia poco. Si. Como lo leéis. Quizá os parezca raro pero es tal cual. Hace unos meses, prefiero no saber cuantos, mi mujer, mientras se vestía tras haber tenido un "affaire" sexual, me dijo que me dejaba. Que yo ya no era el hombre que ella había conocido y que se iba. Así de simple.
Y así de fácil acabó con veinte años de convivencia. ¡Que me dejó a mi pensativo aquella salida de mi, ya, "ex"! Porque en el fondo, ¿qué quería? Es lo más normal ¿no? Hace veinte años, ella conoció un hombre soltero, jovial, alegre, que, con un buen trabajo y sueldo, sin preocupaciones importantes, se dedicaba a si mismo, a sus amigos,  a salir, a divertirse... Hoy, o ayer  o hace..., era un hombre casado, con esposa hasta aquel momento, con hijos, hipoteca, casi el mismo sueldo que había que repartir entre cuatro, y un montón de responsabilidades y preocupaciones. Eso sin mencionar la falta de pelo, el exceso de tripa y las varias arrugas, factores, todos ellos que, a pesar del tango aquel que dice "...que veinte años no es nada...", pues resulta que no. Que veinte años son bastantes.
También para ella que, por fuera, es lo normal, se le ve. Pero por dentro... por dentro, mi mujer, que un día, absorbida por su condición de madre, desapareció, o casi, como amiga, cómplice, amante... despertó, al parecer, en un tiempo ya pasado. Me miró y se preguntó a si misma: ¿quién es este tío que hay en mi cama? Y se respondió: es mi marido.
Sin embargo, algo no le cuadraba. Me miraba. Me observaba. Sabía que era yo... pero no. Y al parecer, otro día, se le encendió la bombillita que, dejando a oscuras los veinte años que vivimos juntos, le dijo:
-¡Oye! ¡Este no es el hombre que tú conociste!
¡Y ya está! Me lo suelta, en tanga, mientras se abrocha el sujetador, se viste y se va.
Así es como, veinte años más tarde, me vi nuevamente soltero y listo para volver a ese mundo por el que se mueven las personas que, ya con cierta edad, no tienen pareja. Un mundo que ya conocía a través de la red Singles en la que tenia algún que otro amigo.

En una fiesta de esta red conocí a Maite. Fue, como todas las demás mujeres de mi vida, un flechazo. Estaba la chica un poco intimidada por el gran número de personas que habían acudido pero eso, a mis ojos, la hacia más atractiva. Me acerqué a ella.
-¡Hola! Soy Iker -le dije- Te veo un poco cohibida. ¿Eres nueva?
-¿Qué? -contestó con una sonrisa tímida.
-Perdón. Aquí, en el grupo -me sonrojé un poco.
Se rió abiertamente.
-Si. Es la primera vez que vengo. Soy Maite.
Certificamos con dos besos.
-¿Quieres que te presente a alguien? Así vas entrando con la gente.
Le presenté unas cuantas personas y la dejé con ellas.
-¿Nos veremos más tarde? -me preguntó al irme.
La miré a los ojos y le ofrecí mis llaves. Ella hizo un gesto en una pregunta cargada de sorpresa.
-Son las llaves de mi casa. Será un placer volver a verte.
Su sorpresa aumentó. Se sonrojó levemente y estallo en una sonora carcajada. No las cogió.
Unos días más tarde recibí un mensaje por Internet:
-"¿Vendrás a recibir a Marijaia?"

El grupo estaba en la Plaza Circular. Habíamos quedado allí a las seis esperando que fuese algo más tranquilo que el Arenal pero toda la zona era un hervidero. La gente reía, bailaba, bebía y disfrutaba ya de una fiesta que aún no había comenzado.
Saludé a unos y otros mientras buscaba a Maite. Tras los saludos, había pasado ya una media hora, el grupo comenzó a moverse rumbo al chupi y a Marijaia. Me taparon los ojos desde atrás.
-¿Adivinas?
-A ver. El tacto lo desconozco pero esa voz y ese perfume... ¡eres la próxima mujer de mi vida!
Me giré con lo que sus manos cayeron sobre mis hombros. Puse las mías en sus caderas.
-¿Puedo? -pregunté.
Hizo un gesto con la cara y encogió los hombros. Posé mis labios en los suyos. Húmedos, cálidos, carnosos. Ella no hizo nada.
-¿Te ha molestado?
-No. Sorprendido. ¿Qué significa esto?
-Que me gustas Maite. Que no somos niños y que me atraes tremendamente. ¿Necesitas que te diga más?
-Vamos -dijo con los ojos chispeantes- Perderemos al grupo.
Me reí. ¡Tenía gracia la chica! Perder un grupo de "solteros" y "solteras" con ganas de fiesta en Bilbao... ¡Sería más fácil secar la ría! Y eso fue lo malo.

Encontramos al grupo recorriendo el recinto del Arenal de txosna en txosna. Así, sin ser muy conscientes del pregón ni de la presencia de Marijaia, hasta situarnos en el puente del Arraiga para ver los fuegos artificiales. Abracé a Maite por detrás y, mientras nuestros ojos observaban las maravillosas formas de luz y color, mis manos recorrían su cuerpo que se estremecía más allá de las explosiones, hasta celebrar la traca final con un apasionado beso en el que las lenguas danzaban al compás de los estallidos.
Y decía que fue lo malo porque, tras los fuegos, el grupo se puso en marcha, nos absorbió a cada uno por un lado y nos separó. La noche, que se prometía de pasión...

Mis obligaciones me mantuvieron los siguientes días alejado de Bilbao y de Maite. Nervioso. Inseguro. Parecía un adolescente. Mi vida se enfrentaba a un cambio y esa posibilidad me tenia tan esperanzado como temeroso. Y por fin pude sacar un día libre. Llamé a Maite. Tenia, gracias a un sorteo de la Ría del Ocio, dos entradas para el Campos Elíseos. Quedamos. Cena, teatro y... ya veríamos.
Camino de nuestro encuentro me encontré con el Gargantua. Estuve un rato mirando pensando que, al igual que a los niños, Gargantua se tragaba mi vida, mis problemas y esta renacía, también como los niños, con una sonrisa, con una carga de felicidad, con Maite.
Nos abrazamos y nos saludamos con un beso cálido, profundo.
-Estás preciosa -le dije.
-Estoy feliz. Gracias.
Y enlazados el uno al otro, nos enfrentamos a la fiesta y a nosotros mismos. Hablamos de naderías mientras dábamos una vuelta por el Arenal y el Casco Viejo antes de ir a cenar. Luego, cenando, la conversación fue más seria. Hablamos de nosotros, de nuestra vida, de la ruptura de nuestras parejas, de como rehacernos. Hablar de Maren, mi "ex", de mi tiempo con ella, me entristeció un poco pero la obra de teatro, alegre, divertida, chispeante y un poco erótica, me, nos, devolvió la alegría inicial.
A la salida del teatro, Maite se abrazó a mi y, mientras me besaba apasionadamente, introdujo sus manos en mis bolsillos.
-¿Qué buscas? -le pregunté.
-Algo que me ofreciste hace un tiempo -contestó mientras, sonriendo con una expresión de triunfo, me mostraba mis llaves- ¡Esto!

Ya en casa desatamos las pasiones.  Besé sus labios enredando mi lengua con la suya en tanto las manos recorrían los cuerpos por encima de la ropa. La respiración entrecortada por el deseo. Suspiros. Gemidos. Mis labios descendieron por su cuello y mientras la despojaba de la blusa, la fui conduciendo al dormitorio. Liberé sus pechos que saltaron reclamando las caricias de mis labios. Besé, lamí y mordí los pezones duros y desafiantes. Maite gemía, temblaba de placer. Desabrochó mi cinturón, abrió la cremallera y liberó mi miembro acogiéndolo en su mano. Sus besos quemaban mi cuello, mi pecho, descendían por mi vientre...
-No Maite. No podría aguantarlo -le dije- Quizá...
-No. Tampoco yo. Ven. Quiero sentirte dentro de mi.
La tumbé en la cama. Desnudé su sexo totalmente mojado y muy suavemente me introduje en ella. Lanzó un profundo gemido y rodeó mi cintura con sus piernas llevándome hasta muy dentro. Ambos eramos un puro gemido y nos faltaba el aire. Los movimientos se hicieron más rápidos. Una sensación de profundo placer ascendía hacia mi cerebro mientras Maite, la mirada extraviada, arqueaba todo su cuerpo. Nos dejamos ir mientras un profundo orgasmo nos alcanzaba a los dos al mismo tiempo dejándonos, rendidos y jadeantes, uno en brazos del otro, sonriendo tontamente, mezclados nuestros jugos y con el deseo cabalgando aún sobre nosotros. La noche fue larga. El sol nos descubrió desnudos, enredados, los cuerpos sudorosos entre las sábanas revueltas y el olor a sudor y sexo llenando la habitación.
Nos duchamos, vestimos y salimos a comer. Sin embargo, nuestros cuerpos reclamaban pasión. Para nosotros, la fiesta no estaba en la calle si no en aquel dormitorio en el que dábamos rienda al deseo y la lujuria en unas batallas en las que recorrimos y conocimos cada rincón de nuestros cuerpos de todas las formas posibles.
Pero el tiempo manda y tuvimos que separarnos de nuevo. No importaba. Habíamos creado unos lazos que prometían ser irrompibles. Prometían...

Es el tercer día que salgo en esta Aste Nagusia. Hoy es la quema de Marijaia, del final de la fiesta. Sin embargo, no es ella quien me ha sacado a la calle. Maren me ha llamado. Quiere que hablemos. Que veinte años merecen, cuanto menos, un café. Tendrán que ser dos. Uno para ella y otro para mi.
Me habla. Me cuenta que me echa de menos. Que, tras estos meses, ha conseguido que en sus recuerdos prevalezca lo bueno. Sabe, porque yo se lo he dicho, que siempre la querré. La tarde se alarga. La noche trae la algarabía de quienes vienen a despedir la fiesta. En el aire reina un espíritu contradictorio entre la alegría de la fiesta y la tristeza de la despedida. En mi alma también. Suena la música. El griterío es ensordecedor. Y allá, en el centro de la ría, las llamas brotan de Marijaia. Prenden los fuegos y sus explosiones, junto con las llamas de la Dama, ponen un mensaje de ilusión en los corazones de las gentes, la promesa de un nuevo renacer. ¿Será una premonición para Margen y para mi?

Hoy se ha acabado la Aste Nagusia. Hoy he vuelto con mi mujer.

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