miércoles, 13 de abril de 2016

...QUIÉN?




Surgió del silencio y como una sombra, avanzó descalza, los zapatos en la mano, hasta sentarse a mi mesa.
Una melena oscura hasta la mitad de la espalda, ojos verdes brillantes de vida, labios rojos, carnosos, sensuales. En realidad, todo su cuerpo, la forma de deslizarse, emanaba una sensualidad que envolvía. Olía a lirios, a naturaleza, a libertad. Recogió las piernas sobre la silla dejando al descubierto unos muslos esbeltos que atraían la mirada como un hechizo. No habló y, cuando nuestras miradas se encontraron, tampoco hizo ningún gesto. Permaneció allí sentada, quieta, mirando al frente y sin mover un solo músculo de su cuerpo a no ser el suave vaivén de su pecho al respirar.
No se por qué tampoco yo le dije nada. Permanecí callado observándola, notando su presencia más allá de su visión y de su olor; absorvido por una serenidad que, desde hacia tiempo, tenía olvidada; envuelto en la suave bruma de su aura.
Pasado un tiempo, también sin decir nada e incluso sin mirarme, se levantó, recogió sus zapatos y comenzó a alejarse lentamente, casi flotando sobre las baldosas de la calle calentadas por el sol del verano. El vaporoso vestido hasta medio muslo, la melena ondeando al caminar, toda ella iluminada por la dura luz del mediodía, la hacían parecer etérea en la aún corta distancia.
Sentí un gran vacío en mi interior, una fuerte sensación de soledad me inundaba y, sin voluntad, fui tras ella. Se detuvo un instante como si hubiese percibido mi movimiento, pero siguió andando sin mirar atrás. Mi sensación de vacío y soledad iba desapareciendo en la medida que me acercaba. Cuando me faltaba un solo paso para alcanzarla, extendió su mano. La cogí para caminar juntos sin rumbo ni destino y así seguimos, pegados el uno al otro en un errar infinito.
No se su nombre, su origen, ni su edad. Yo la llamo Felicidad.

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