sábado, 16 de abril de 2016

ERRAR






Caminaba cabizbajo. Le había caído en gracia, lo sabía, pero… Como siempre, había un pero. Una vez más, algo limitaba su avance hacia la meta. Hoy no parecía diferente.
Acudió a aquella cita buscando dar fin a su vagabundear. Le recibió con una amplia y radiante sonrisa. Hermosa. Sensual. Un cuerpo semejante a Bo Derek en “10” o a Raquel Welch como “chica Bond”.
Y ese era el problema. Sus sentimientos explotaban como una bomba nuclear. ¿Qué hacer? Una vez más tendría, ¡eran ya tantas! que renunciar. Aceptar que su vida era una cruel quimera repitiéndose eternamente. A pesar de todo, seguiría luchando.
Apretó los dientes. Miró furtivamente a derecha e izquierda y se metió en el bar. La camarera lo miró con la misma fustración de siempre. Era el único cliente que no le miraba las grandes tetas que el generoso escote hurtaba a la imaginación. Se sentó en una mesa. La de siempre. Pidió una botella. Comenzó a beber a pequeños sorbos. Como hacía siempre. Y una vez más, a la vez que el licor ardiente recorría su garganta, aquella sustancia humectante anegaba sus ojos, rodaba lenta y caía formando un pequeño charco sobre la mesa. ¡Treinta años! ¿No eran bastantes?
El coche aplastado contra la roca y ella tendida sobre la tierra, seguía siendo su realidad. Su cuerpo se marchitó pero su esencia quedó prendida a los seres amados. Unos seres que habían aprendido a vivir sin esa presencia de energía no tangible que le hacia prisionero eterno en un mundo que nada podía ofrecerle.
¿Quién, dónde y cuándo dijo que los ángeles no podían ser crueles?

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