miércoles, 13 de abril de 2016

LA NUBE


¿Por qué el espejo le devolvía aquella imagen ajada, ese pelo blanco, esa piel arrugada?. Miró atrás a través de aquellos ojos azules que se reflejaban en la pulida superficie. Esa es su verdad. La única que le interesa y le importa porque no cuenta el tiempo, solo el sentimiento. Tan fresco, tan limpio, tan sincero como cuando se le desbocó el corazón momentos antes del primer beso de amor. ¿Cuántos desde entonces? Y todos fueron iguales. Todos le desbocaron el corazón porque todos, una y otra vez, eran el primer beso.
Se sonrió a si misma al verse en aquel tiempo de falda gris plisada, blusa y calcetines blancos hasta las rodillas y dos coletas adornadas con sendos lazos. Sonrió a las arreboladas mejillas y a los pechos turgentes estirando la tela de la blusa. Y rió abiertamente al contemplar, desde ese tiempo del espejo, las bocas abiertas de aquellos adolescentes, casi niños, al verla pasar balanceando las caderas. Aquella fue la mejor época de su vida porque hizo eso, enseñarle la vida, así que decidió que, aunque le fuese infiel mil veces, siempre volvería a ella como bálsamo para sus heridas.
Y lo hizo. Cuando se separó tras un matrimonio que viajaba a mayor altura de la que su férrea educación burguesa le permitió soportar, retrocedió varios años hasta reencontrarse en su aparcada adolescencia. Ella y el pelirrojo de la tercera fila, igual de adolescente pero sin tantos granitos en una cara de sinvergüenza que la cautivó. Fueron amantes. Fue amante de otros cien y cien veces regresó a aquella época de coletas y falda plisada, de blusa y calcetines blancos hasta las rodillas.
¿Estaría entre aquellos amantes el tipo del Taller de Relatos que tambien consiguió injentar en ella una ilusión a través de los Desafíos? Pudiera ser pero no lo creía. Aunque, la verdad, ahora que el espejo le devolvía una imagen que no le correspondía, poco importaba ya. Dedicó una mueca despectiva a esa imagen y con una sonrisa fresca, se concentró en esos ojos que la introducían por enésima vez en la frescura y la ilusión.
Así que, cuando una cortina gris se formó en el espejo nublando aquella mirada joven, lo entendió y lo aceptó. Sonrió pícaramente, lanzó un beso a los azules ojos y se dejó ir diluyéndose en la bruma gris de su última nube.

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