viernes, 19 de febrero de 2016

A SI MISMO

Era un tipo normal. De esos que hay miles. Tenía a su favor una vida fácil en la que todo le vino dado. Tan dado que hasta se pudo permitir el lujo de hacerse a si mismo. Y estaba tremendamente orgulloso de ello.
No era para menos. Tras una infancia sin faltarle nada, tras una adolescencia carente de privaciones, tras unos estudios pagados por papá de los que salió con una prometedora carrera, le llegó el momento de ser él mismo. Para poder llegar, aceptó un trabajo en la empresa familiar amparado en las buenas notas de diplomatura y se acabó. Era tiempo ya. El tiempo.
Comenzó a hacerse él. Rompió con los canones familiares y tocó otras puertas. No le resultó difícil. Los amigos de papá manejaban grandes estructuras sociales, empresas y medios... Así que inició su andadura como "ente mismo". Antes, en el intermedio, se casó. Si. Con la novia que de él se esperaba, que todo lleva su andar. Vivieron, con vistas a que no sería para siempre, en el ático que les proporcionó la familia de ella en la principal avenida de la ciudad. Pero como la idea, lo que es la idea, ya estaba instalada en su cerebro, dio el necesario paso al frente. En la cena de Nochebuena, entre mantecados, copas de licor y algún villancivo, lo soltó:
-Familia, quiero ser farandulero.
Todos se rieron mucho. Incluso la abuela que, como tenía dentro de la boca un trozo de turrón del duro que roía poco a poco, se atragantó y hubo que llevarlo a urgencias. Y ahí, si. Ahí, su padre se puso serio. Lo citó para el día siguiente antes de la comida familiar y, con el abogado presente, le amenazó con desheredarlo. ¡A él! ¡Con amenazas a él! Abrió la puerta, se volvió en el dintel y con voz serena y alta, para que todos lo oyesen, contestó a su padre:
-Seré más rico que tú, más influyente que tú y más famoso que tú.
Luego se acercó a su mujer y en un tono normal:
-Mi padre nos deshereda, ¿estás conmigo?
Y ella que si. Que cómo no. Que su amor era lo más y que su confianza ciega.
Y se decidió. ¡Qué duro le resultó hacerse! ¡Qué ansiedad! ¡Cuánta incertidumbre! Eran sus primeros pasos fuera del auxilio familiar y los dirigió a la capital. Visitó al director del periódico de mayor tirada del país, un gran amigo del clan. Que si. Que ya vería. Que era un honor con ese apellido. Una columnita de opinión en principio. Alguna colaboracion. Tal vez... ¿Se acordaba de...? Le anunciaría su visita. Si. Dirigía una cadena de televisión. Acaso...tertuliano. ¡Claro! ¡Pagaban genial! Y ya allí... ¡Joer! ¡el hijo de don...! ¡Tenia que conocerle! Casualmente era director de un teatro, consejero de una productora y alguna cosa más. Este era ideal. También estaba metido en lo público.
Visitó a unos y a otros. A todos les dejó claro que no les pedía favores. Que él valía. Que su apellido... bueno...era el que le tocó. Les dio su tarjeta. La personal y la del matrimonio. Varias en cada sitio porque nunca se sabe.
Bueno, ya estaba. Se había lanzado a la piscina. No podía hacer más. Se fue al hotel y, abrazado a su mujer, pasaron las dos horas más angustiosas de toda su vida. Le llamaron del periódico, de la televisión, del teatro, del Círculo de Autores, de la Sociedad Empresarial.... Se convirtió en periodista, actor, presentador, conferenciante, empresario, escritor... Alcanzó gloria, dinero, fama y reconocimiento pero él nunca, en ninguna ocasión que tuvo, se olvidó de repetir la misma frase: "...yo soy un hombre que se ha hecho a si mismo".

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