domingo, 7 de febrero de 2016

"LANCERIA"


Hacia tiempo que dormíamos en habitaciones separadas. Sin entrar en detalles, solo diré que es una forma de tantas. Pero aquel día, de madrugada, ella cruzó el umbral de la puerta de mi alcoba. Vino con su bata, arrebujada en ella a pesar de que la temperatura era muy agradable. Cuando me preguntó si podía tumbarse conmigo le sonreí y le hice espacio. Apartó la ropa de cama y, según estaba, se introdujo entre las sabanas y se tapó enterita.
Si me había alegrado por algo, hasta allí llegó. Os lo digo en serio: no hay nada más antierótico que tener una mujer en tu cama envuelta en una bata de tejido polar de tres colores abrochada hasta la barbilla.
Aún asi, recordando su cuerpo desnudo, la suavidad de su piel, la abracé por detrás y busqué el hueco para llegar a la soñada redondez de sus pechos en los que tantas veces había dejado la razón. Al fin, tras medio arrancar un par de botones, mi mano superó la barrera de aquella obstinada bata para encontrarse con las copas armadas de un sujetador que parecía fabricado cual chaleco antibalas.
Pero mi mano, curtida y cansada de mil batallas sin gloria, no estaba dispuesta a ceder al desencanto. Descendió suavemente hacia el vértice de los añorados muslos para encontrarse con la rigidez de la braga-faja que se apretaba a aquella piel como si hubiese nacido con ella y que, evidentemente, no dejaba el mínimo resquicio para que pudiera ser asaltada. Pertinaz ella, recabó la ayuda firme del antebrazo para abrir un hueco en aquella dura defensa y quedar detenida, paralizada, aprisionada sobre el vientre desde donde tuvo que iniciar una triste retirada bajo amenaza de padecer un serio esguince en cualquiera de los elementos participantes en la imposible conquista.
Y aún con todo, vuelve a enfrentarse al los imposibles cierres del sujetador-coraza. La bata polar, en el trajín de los envites está ya totalmente abierta. Sin embargo, el interés ha decaído y aunque el intento permanece más por cuestiones de pundonor, es difícil sujetar la libido ante la visión del mortal conjunto braga-faja-coraza en ese incierto color que pretende volver invisible lo inevitable.
Desesperado, hundido y derrotado, vuelvo a cubrirla con el edredón, me giro dándole la espalda y la oigo decir:
-¡Ya no me quieres como antes!

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