viernes, 5 de febrero de 2016

ESTOY


Te miro en el transcurrir del tiempo observando las arrugas de tu cara, tu pelo blanqueando en las sienes y esa tierna mirada de amor que aún, sin que llegue a comprender por qué, me dedicas.
Pasaron los años de juventud en que recorríamos las distancias que nos separaban para cruzar nuestras miradas, después de meses pensándonos, y no decirnos nada. Compartir un tiempo de presencia en el que, sin saberlo, nos sentíamos juntos aún añorando el contacto de nuestras pieles hasta el abrazo del adiós en el que, sin acabarlo, ya nos echabamos de menos.
Pero es nuestro propio hacer, sabes que yo no creo en el destino, el que juega con nuestras vidas hasta centrarlas en lo que vivimos. Vinieron años de ilusión, de proyectos. Llenos de ganas de crear y caminar a la vez; cogidos de la mano, abrazados, fundidos en una esperanza de suspiros y estremeceres. Regenerarnos en el espacio más allá de nuestro tiempo hasta hacernos inmortales en los recuerdos. Esos mismos recuerdos que un día, perdido en el infinito, desaparecerán porque nada es eterno.
Nada nos impide ya cumplir la etapa final. Volver a nuestro tiempo más lejano. Ser de nuevo nosotros por nosotros y para nosotros. Olvidarnos del mundo externo y vivirlo desde el interior de aquello que sea lo que tengamos dentro. Volver a las palabras calladas llenas de mensajes. A las miradas perdidas que son una enciclopedia escrita por nosotros mismos. La respuesta a todo lo que nos callamos y no tuvimos el valor de compartir. El perdón a la veleidad de pequeños pecados. El premio a los grandes momentos de amor pasados sin sentir. A la conciencia y la inconsciencia. Muda recopilación de todos aquellos abrazos que no nos dimos.
Avanzar ahora, en este tiempo futuro, superando la distancia que, aún en el mismo espacio, pueda mantenernos lejos. Que nada impida el abrazo que nos merecemos. Que nos reconforte el aroma de las pieles respirando, el suave rumor de los pasos acercándose hasta encontrar la caricia cálida, amable, amorosa. Luego, volver a ser uno mismo. Despertarse cada mañana mirando a nuestro alrededor. Tomar la conciencia de qué nos mantiene, de cómo nos mantenemos y con el primer beso, temblando de emoción, dejar que grite el silencio con la voz de nuestra presencia.

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